Puntos y figuras: El punto y coma

Una pequeña serie de ensayos que celebran o repudian a esa infantería del lenguaje, los signos ortográficos o tropos retóricos. Ahora toca el turno al punto y coma.
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De la misma manera en que cerramos los ojos para recordar con mayor tino un espacio del pasado o un paraje desconocido por visitar, vale cerrar los ojos e inclinarse por el punto y coma.

Si el paseante cierra los ojos frente a un estanque, quizá recuerde la infancia; el agua contenida allí que bordea los cuerpos de las carpas anaranjadas. Al cerrar los ojos en el punto y coma se acumula —en un instante propio de los signos de puntuación pero aquí a medio camino— una pausa; acentuada la respiración el paseante inhala. No se trata de un signo que pudiera servir para meditar, sino del asunto preciso que nos arroja hacia otro sitio. El principio o el fin. El intersticio de la frase, la rendija, el orificio minúsculo que revela lo que está de un lado y aparta al resto para dar sitio a lo que sigue. Un signo doble cara que trasluce dos identidades, un signo bicéfalo.

Alguna vez supe de un apodo así: alguien a quien por una falla en el fémur le decían el punto y coma; un caminador con swing, punto en el paso, coma en el vaivén de la cadera.

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Por otro lado, el emoticono (palabra feísima para mi gusto) que cierra el ojo es el punto y coma. El gesto del rostro tuerto, el guiño, el pirata. Por algo será. Punto.

La forma del fémur podría ser una coma, sin embargo, nos queda claro que gracias a su disposición, el fémur puede leerse como un punto y coma en sí: cabeza del fémur, extensión del hueso, cadera: el alto en el camino y la posibilidad de seguir; estar de pie detenido y andar de inmediato; las vísceras contenidas en el punto y la pierna en la coma. La cadera que, a todas luces, sería la frase en la que se guarda el punto y la coma como extremidad potente.

Más abajo, en el mundo de los pies, el punto y coma es la articulación de los dedos, la punta sobre el suelo, la planta del pie, luego el talón, así el punto y coma marca el escalón hacia abajo, es un descenso en la entonación, no cabe duda. Las comas que suelen antecederlo y que lo siguen a veces acompasan la lectura, pero el punto y coma, con mayor carácter de directivo, afirma que cuando se lee, en el instante en que el los ojos cubren su forma de ojo minúsculo y pestaña larga y perdida, es preciso detenerse y descender.

En el sótano de la frase, o al nivel de los pies, encontramos el sitio al que se ha querido llegar desde que la frase en cuestión ha comenzado: fíjese en ésto, nos dice quien escribe, quien habla, quien se ha colado por la rendija.

No todos contamos con el privilegio de caminar con swing como el punto y coma que conocí; pero lo intentamos. Desarrollamos gestos como cerrar los ojos; quizá sin ver de manera usual la imagen acudirá a nuestro pensamiento por medio de las palabras precisas y los signos necesarios. Hagámonos el tuerto, entonces, para ver mejor.

Las situaciones adversas y sus enunciados nos mandan desde el sótano, salido del baúl, al punto y coma. Así, el signo ortográfico une inclusive lo que parece no tener un enlace perfecto: quisiéramos escribir siempre mejor para usar los signos de manera contundente o adecuada; porque nos rendimos ante la articulación perfecta de la cadera y el fémur.

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(Ciudad de México, 1975) es autora, entre otros, de El animal sobre la piedra (Almadía, 2000) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2012). En 2022 obtuvo el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela más reciente, Isla partida (Almadía, 2021).


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