Clásicos de adolescencia: Joel, Burton, Crichton

 Tercera entrega de la serie que exhibe aquellos libros, discos y películas que definieron nuestros años juveniles y orientaron nuestra vehemencia, solo para terminar, bajo el juicio de la mirada adulta, un poco menos geniales y algo bochornosos.
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Billy Joel

A eso de los trece, escuchaba fundamentalmente a los Beatles y a Billy Joel. Abbey Road ha sido siempre uno de mis discos de cabecera, porque me trae muchos recuerdos, y porque contiene sublimes momentos de la historia del rock. De Billy Joel oí primero sus Greatest Hits, y antes de cumplir quince años había reunido ya un número de títulos que incluso ahora me resulta incómodo admitir.

Los lomos blancos con letras rojas de sus discos, todos juntos en el mueble donde guardaba mi colección de música, formaban un bloque que no podía ignorarse, tanto por su número como por su uniformidad en medio de la mezcla de colores y diseños que era el resto de los títulos.

Hasta donde sé, Billy Joel no era mal visto por los compañeros de la secundaria; sólo era poco conocido (a pesar de que su disco Storm Front, del 89, había sonado mucho), y considerado ñoño y anticuado. Era mejor oír a U2, Guns N’Roses, The Cure o INXS. Una mezcla de presión social y genuina curiosidad me llevaron a oírlos a todos (Guns nunca me gustó) y dejar a Billy Joel atrás, medio olvidado y medio escondido. Discos de David Bowie, Pink Floyd, Dire Straits y Peter Gabriel acabaron por quitarle a Billy Joel su lugar predominante en mi colección de discos. Pero ahí siguió y, años más tarde, en mis veintes, me atreví a escucharlo de nuevo, para descubrir, sin mucha sorpresa, que aún me gustaba mucho.

 

Tim Burton

Vi Batman de Tim Burton en el cine Villa Olímpica, y quedé fascinado, primero, por el Guasón que hacía Jack Nicholson, y segundo, por el estilo de Burton, tan lleno de personajes raros y escenarios imposibles. Beetlejuice fue una de mis películas favoritas en la niñez, con Eduardo manos de tijera comenzaron mis largos pesares amorosos por causa de Winona Ryder, incluso Batman regresa hizo que me formara pacientemente en uno de los dos cines que había cerca de mi casa. Tim Burton fue el primer director al que admiré.

Eso cambió con el tiempo. Sus últimas películas me parecen aburridas, tontas y repetitivas. Las primeras tenían, además de peinados raros, un tono irónico sobre la vida idílica de los suburbios gringos, y eso me parecía interesante. Luego, Burton encontró la forma de empacar lo freak para que fuera del gusto del público. En sus primeras cintas sus personajes excéntricos eran a la vez un comentario irónico sobre la sociedad suburbana gringa. Para hacer esta excentricidad comercialmente viable, tuvo que rebajarla y renunciar a la ironía. Logró hacerlo de tal forma que, aun filmando con Disney, sigue haciendo creer que es un cineasta raro y excepcional, pero lo único que hace es ponerle peinados raros a paisajes conocidos. No obstante, hay quienes lo consideran un genio. De adolescente, me hubiera importado.

 

Michael Crichton

A los 16 años adquirí una intensa, por breve, afición por Michael Crichton, famoso por haber escrito Parque Jurásico. Fue productor y guionista de la serie E.R., y escribió unas 30 novelas, de las que leí casi la tercera parte. Era además médico, y fue uno de esos escritores disciplinados y productivos, que venden mucho y se repiten constantemente.

Crichton escribía ciencia ficción con aires actuales: dinosaurios clonados a partir de mosquitos atrapados en ámbar, invasiones de virus extraterrestres, naves espaciales en el fondo del océano. Aunque cambiaban de nombre y de circunstancia, los personajes se repetían: estaba el veterano que confiaba en el orden establecido, hasta que fallaba; frente a él, un científico carismático que desde el principio, y sin venir mucho a cuento, había advertido que eso iba a suceder; entre ellos, un tipo que era medio científico y medio hombre de acción, que debía restaurar el balance y poner al grupo a salvo.

La fórmula terminó por aburrirme, y dejé de leer a Crichton con la misma facilidad con la que empecé, sin grandes pasiones de por medio. Las novelas de Crichton son intrigantes y divierten, así que es difícil odiarlas mucho. Pero también recordarlas, porque no hay nada en ellas que se quede pegado: la experiencia de leerlas termina al momento de cerrar la última página. Así que no las echo de menos. 

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es editor digital de Letras Libres.


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