¿Hay futuro para el PSOE?

No está escrito en ningún sitio que el PSOE deba ser eterno. Pero tampoco lo está que el orden político actual esté aquí para quedarse.
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La semana pasada, en esta misma bitácora, hablábamos de los problemas que la socialdemocracia atraviesa en Europa. Me quedé con las ganas de dedicar al menos un párrafo al caso del PSOE y una conversación posterior con Edgar Rovira me hizo pensar que el socialismo español bien merecía no ya un párrafo, sino un artículo entero.

El PSOE pertenece a la familia de los partidos socialdemócratas europeos, y su historia no es muy distinta de la de estos: un éxito incontestable en los ochenta, el declive de los noventa, un nuevo repunte alboreando el siglo XXI y, al fin, el cataclismo que vino con la crisis. No puede entenderse la gravedad del varapalo político que ha sufrido el PSOE desde 2011 sin tener en cuenta que la recesión afectó de forma especialmente encarnizada a España. Y fue así, simplificando un poco, por nuestra burbuja inmobiliaria y nuestro mercado laboral atípico y procíclico, que solo es capaz de generar empleo con tasas de crecimiento elevadas, pero que destruye puestos de trabajo a un ritmo endiablado cuando vienen mal dadas.

Cuando estalló la crisis, para muchos españoles de izquierdas el PSOE pasó a ser un traidor, un gobierno neoliberal vendido a los mercados. Y para muchos otros ciudadanos, el PSOE dejó de ser un partido que podía dar respuesta a sus demandas y resolver la coyuntura económica. En todo caso, el PSOE perdió su capacidad de diferenciación social y redistributiva y la derecha logró imponer su relato de gestión.

En las elecciones de 2011 el PP obtuvo la mayoría absoluta y en los pasados comicios de diciembre de 2015 el PSOE cosechó el peor resultado de su historia. Pero pasó algo más. El bipartidismo imperfecto que desde la consolidación de la transición había dominado la escena política se derrumbó. Emergieron dos nuevos partidos, uno a la izquierda del PSOE y otro a su derecha. Podemos logró articular políticamente el descontento social que había inundado las plazas en el llamado movimiento 15M; y Ciudadanos supo movilizar, desde el centro, el voto abstencionista y moderado que había abandonado a los partidos tradicionales. Los socialistas se encontraron asfixiados, perdiendo su voto “anclado” y teniendo que competir en los dos flancos ideológicos para contener la sangría.

Pero la emergencia de los nuevos partidos representaba algo más que el hartazgo con las formaciones tradicionales. De algún modo, suponía una ruptura generacional: analizados por edad, el PP y el PSOE son partidos con un votante envejecido, mientras que Podemos y Ciudadanos han recogido un voto más joven y urbano. Este es uno de los graves problemas a los que se enfrentan los socialistas, su incapacidad para renovar su constituency, esto es, su electorado. El PSOE no está sabiendo conectar con las nuevas masas de votantes jóvenes y está perdiendo competitividad en las grandes ciudades. Es muy difícil ganar unas elecciones siendo tercera o cuarta fuerza en Madrid.

Por otro lado, esta división generacional del sistema de partidos que se ha producido con la irrupción de la nueva política da cuenta de un proceso histórico más amplio, que debía producirse y que encontró un catalizador en la crisis económica. Asistimos a un momento de relevo generacional, en el que las élites que han dominado las posiciones de poder desde la transición deben dar paso a unas élites nuevas. Lo vemos en la competición entre los partidos nuevos y los viejos, pero lo vemos también dentro de los propios partidos tradicionales, y aun fuera de estos, en los medios de comunicación, en la academia, en las artes y en la intelectualidad.

Los socialistas (como el PP, por otro lado) deben aprender a gestionar este relevo. Y deben hacerlo de acuerdo con mecanismos de selección de élites distintos de los actuales. El PSOE de los últimos años ha demostrado ser una maquinaria formidable de expulsar talento. El partido ha visto cómo se vaciaban sus agrupaciones desde 2010 y cómo se iba agudizando una cierta endogamia de sagas políticas, consolidadas por una estrategia que premiaba a los “funcionarios de partido”, esto es, a personas que han hecho carrera en el PSOE desde las Juventudes, que deben su sueldo a su sumisión y que, con frecuencia, cuentan con escasa formación y nula experiencia fuera de la política.

Con todo, la mayor amenaza para el PSOE es caer en la irrelevancia política. Si los socialistas dejaran de ser determinantes en la formación de gobierno, el riesgo de una pasokización del partido sería real. Y esta amenaza solo puede combatirse de un modo: gobernando. Si Pedro Sánchez no consigue ser investido en las próximas semanas o después del próximo proceso electoral que parece que se avecina, él estará muerto, pero su partido quedará muy malherido. Podemos podría entonces fagocitar su flanco izquierdo, y Ciudadanos podría extenderse por el centro-izquierda.

Por si el PSOE tuviera pocas preocupaciones, además, el partido se encuentra internamente dividido, y sabemos que los ciudadanos castigan electoralmente a las formaciones en las que perciben desunión. Los barones que cuestionan el liderazgo de Sánchez también lo saben, pero la lógica individual no siempre coincide con los intereses de partido, y esto podría agravar los problemas del PSOE. Seguramente, Sánchez es un candidato con muchas limitaciones, pero ha logrado contener la caída libre en la que se hallaba el socialismo cuando estaba en manos de Rubalcaba. Por otro lado, la alternativa que se baraja, Susana Díaz, no deja mucho lugar al optimismo: una candidata que proceda de Andalucía, donde su partido ha tejido una telaraña clientelar durante cuarenta años, no contaría, a priori, con un gran recibimiento en el resto de España.

La pregunta que me lanzaba Edgar Rovira el otro día era la siguiente: habida cuenta de todos los problemas que tiene la socialdemocracia, ¿no sería más fácil llevar a los nuevos partidos al centro izquierda que traer de vuelta al PSOE? Es una pregunta que yo también me he hecho muchas veces. Tal vez el PSOE sea un partido demasiado grande y con demasiadas inercias para ser reconducido fácilmente. Quizá sea más sencillo malear un partido todavía joven y con una estructura por forjar. Las nuevas formaciones están todavía a tiempo de elegir qué partido quieren ser dentro de 20 años, y no están lejos del centro izquierda. Después de todo, Podemos es un partido socialdemócrata un poco pasado de vueltas y Ciudadanos un partido socialdemócrata con tintes liberales.

No está escrito en ningún sitio que el PSOE deba ser eterno. Pero tampoco lo está que el orden político que contemplamos hoy esté aquí para quedarse. Tiendo a pensar que nuestro sistema de partidos está protagonizando el momento histórico de cambios que señalaba arriba. Este podría ser un momento de transición entre el viejo orden de partidos y uno nuevo, que no cristalizará hasta que la recuperación económica se consolide. El lugar que el PSOE ocupe en ese nuevo orden político dependerá mucho de quién sea el próximo presidente del gobierno.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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