Uno o dos argumentos (nada pueriles) contra la SOPA y el ACTA y…* (primera parte)

Una serie de argumentos en dos partes en contra de las leyes que buscan intentan extender las protecciones del copyright en internet
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1.

La mirada, primero, se desliza por una amplia habitación de alfombras persas tapizada hasta el techo con LPs. Parecen meticulosamente ordenados. Al fondo, otras habitaciones llenas de libros y discos y estantes empotrados de madera clara donde se acumulan videocasetes, una colección desbordante de películas que invaden todos los rincones y las mesitas bajas. El fantasma de la ópera. Películas de detectives, con Spillane a la cabeza. Todas las caricaturas de la Warner Bros. Godard. En el estudio, los libreros tienen una larga serie de gavetas. Ahí dentro: recortes de periódico, apuntes, fragmentos de libros, tarjetas con momentos musicales, partituras rayadas. La televisión está encendida a todo volumen. Y en el escritorio hay una computadora. Son los años noventa. Es el departamento de John Zorn, un  amante compulsivo de la cultura popular y la alta cultura, de la cultura a secas. Lleva décadas consumiendo música, devorando a Marguerite Duras, viendo (y escuchando) a Bugs Bunny, asistiendo a las funciones de media noche. Vive en el cuartel general del ruido de todo el planeta, el barrio peligroso de Manhattan, el East Village. Es músico. Más propiamente, un improvisador. Le gustan el saxofón y las bandas sonoras. En 1986, compuso Cobra, un collage sonoro, nómada, fragmentario y tan vertiginoso como el ruido ambiente de la ciudad en la que vive: suena el teléfono, una voz en japonés, distorsiones de guitarra eléctrica, trompetillas, un claxon, campanas, chirridos, ruido de máquina, algo que cae y se rompe en pedazos, glugluglu, motor de lancha, una melodía festiva, aplausos, booms, bips, trash, platillos y gongs… La música de Zorn está hecha de recolección y recortes. De influencias y apropiaciones. De copy paste. Es una música políglota y está rodeada de signos y referencias, como Nueva York o su propio departamento. Quien intente buscar en Cobra una melodía única, reconocible, será pasado por las armas. Y sin embargo, a lo lejos, como sucede al andar junto a una calle concurrida durante un paseo nocturno, se escucha la canción persistente de las grandes ciudades, encendida a todas horas. La música popular, la sinfonía entrecortada de la calle. Si se aguza el oído, es posible reconocer algunas tonaditas.

 

2.

John Zorn amaba a Mickey Mouse cuando era niño. En una entrevista, cuenta sin empacho que fue gracias a Fantasía que llegó a La consagración de la primavera de Stravinsky y a muchas otras cosas que lo definirían más tarde como un adolescente con un oído insaciable. Gastó buena parte de su dinero comprando discos en las pequeñas tiendas de música. Entre sus favoritos, se encuentra uno que le costó 95 centavos hecho de efectos especiales. Pagó y luego se puso a crear a partir de eso. Pero hoy su propia música, hecha de retacerías de múltiples fuentes, sería imposible (o jamás habría existido) si una ley como SOPA (Stop Online Piracy Act) hubiera sido puesta en práctica en Estados Unidos. Zorn, el bad boy de la escena musical neoyorkina, un genio saqueador que ha revigorizado nuestra cultura auditiva, heredero del espíritu provocador de las vanguardias, estaría bajo la mira de los tribunales junto conmigo y todas las tribus amantes de la música contemporánea para las que Zorn es una referencia de culto y cuya obra compartimos en Internet, subiendo sus documentales y videos, porque a veces simplemente no hay otro modo de acceder a su música, si no se tiene dinero para volar a Manhattan un fin de semana. En una entrevista, Zorn se lamentaba: “Lo que he estado observando es jodidamente deprimente. Veo enormes corporaciones actuando como traficantes de esclavos, como si esto fuera el regreso de los faraones. Veo la destrucción de lo que tú y yo amamos, las tiendas pequeñas de mamá y papá –gente que ama la música y ésa es la razón por la que poseen esas tiendas. Veo que todo eso ha sido reemplazado por Tower, HMV, todas esas grandes superficies. Y luego veo corporaciones gigantes que se juntan y se hacen aún más poderosas, como eso que ha pasado con Polygram y Universal. ¿Qué tendremos en otros cien años? Tendremos un mundo dirigido por una corporación. Todos los artistas firmarán por ese único sello y todo el que no lo haga será perseguido. Tendremos una inquisición, bueno, casi la tenemos ya ahora.”

 

3.

Tal vez Zorn no se equivocaba. Después de todo, la ley contra la piratería digital en Internet (junto con el progresivo endurecimiento de las leyes de propiedad intelectual y derechos de autor que desde hace un par de décadas han ido tomando el control de la vida creativa y la cultura del mundo) tiene algo inquisitorial y ha sido impulsada fundamentalmentepor los creadores de su ídolo infantil, es decir, por Walt Disney y otras multinacionales del entertainment. Estas empresas han abrevado, como lo ha hecho el mismo Zorn, de la cultura popular y de obras de dominio público durante mucho tiempo (los cuentos de los hermanos Grimm, por ejemplo), pero luego han lucrado con ellas más allá de lo decente, extendiendo cada vez más su monopolio y sus ganancias, y persiguiendo sin piedad a cualquiera que osara perpetrar un collage con las orejas del ratoncito. Es sabido, que cada vez que Mickey Mouse estuvo a punto de convertirse en dominio público, la compañía concentró todos sus esfuerzos para que la ley se modificara y se extendiera la cobertura de los derechos de autor (la Copyright Term Extension Act de 1998 es conocida peyorativamente como la Mickey Mouse Protection Act). Lo que quiero decir aquí es que en general se ha puesto un énfasis excesivo en los abusos que pueden cometer algunos usuarios de Internet (como vender música que han descargado gratuitamente), pero ¿quién habla de los abusos de los conglomerados comerciales frente al patrimonio cultural? ¿En nombre de qué derecho, además del enriquecimiento excesivo, se atreven estas compañías a promover leyes que husmean en la vida privada de las personas y amenazan la neutralidad de la red, después de haber encarecido hasta en un 300 por ciento sus productos y haber lucrado con los cuentos y las melodías que en más de una ocasión también ellas descargaron gratuitamente de la tradición cultural sin devolverle nada a cambio? Gracias a Mickey, en estos momentos millones de canciones clásicas, de películas viejas y libros de autores fallecidos se mantienen bajo llave en las bóvedas de las corporaciones mediáticas, cuando podrían formar parte de la herencia cultural y circular libremente en Internet, como Cervantes. La tiranía del copyright sofoca la cultura. 

 

 

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* Se permite la copia, préstamo y reproducción de este ensayo siempre y cuando se haga sin fines de lucro, se incluya la fuente, el nombre de la autora y esta nota se mantenga, siguiendo la tradición del Creative Commons (un proyecto colectivo, fundado en 2001 por Lawrence Lessig, que ha desarrollado una serie de licencias alternativas al copyright que permiten a los autores decidir la manera en que su obra va a circular en Internet). 

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