Palabra de deportado

Un deportado no tiene la vida fácil en Tijuana. Como expulsado de Estados Unidos, conseguir trabajo en esta frontera, no es tarea sencilla y los call centers han dado un respiro. A second chance.
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Primero, una cascada de deportaciones de latinos desde los Estados Unidos. Luego, la aparición continua de esta oferta de trabajo en los clasificados de Frontera, un diario de Tijuana:

“Ho-Ho-Ho Don’t be broke this Christmas, come join our team. Paid training. No momma’s boys, no daddy’s girls, no cry babies. Only Strong minded individuals. Come in today, start tomorrow. Call for an appointment. It only takes one call for your success”.

Llamo al número de teléfono. Una voz responde:

—Axiom Ventures.

—¿Hola? Hablo aquí para lo del anuncio…

—Sí…

—Sobre el puesto de trabajo; está en el periódico.

—Oh, yeah. Sí. Do you speak English?

—Sí, un poco.

—Pardon me?

—Yes, I do speak English.

—Percentage, please…

—Umm…

—Let’s say from one to ten.

—Seventy, may be.

—Okay, so you have to do a test. Una prueba, examen, para calificar tu inglés. ¿Puedes venir a la oficina?

—Sí, yes. ¿De qué trata el trabajo?

—It’s a call center. Sales, we sale products to the American people. Be here at three a clock, okay? So, you bring your ID. Te traes tu IFE. Credential y tu acta nacimiento and a comprobante de domicilio too.

—Okay sir. I’ll be there at three for de interview.

—So, what’s your name?

—I’m Marco Castro, sir, ¿Y el suyo?

—José Covarrubias. I am in a higher position in the call center now.

—Great! See you.

—Okay. Nos vemos a las tres. Sharp, okay?

***

Una mujer con cabello ondulado, blusa escotada, me atiende en la recepción. En su pecho ocre, el tatuaje de una ¿escalopendra? ¿Ciempiés? ¿Miriápodo? Es un dragón.

Escaneo: paredes color rojo, “Lets Boogie”de fondo, latina con dragón en pecho que se pierde en el escote; Covarrubias detrás de su escritorio; allá, una mujer con cabello pintado rubio, más bien amarillo. Computadoras seminuevas, dress code pegado en pared roja: No shorts, no tee’s, no tank tops, formal attire.

“Play that funky music” de fondo. Serie de cuadros cutres: una cacatúa roja. Un río con lanchas. Un paisaje de campo. Entrego la solicitud de empleo.

Estas son las mentiras que declaro: que soy deportado, que trabajé de reportero allá, que ya trabajé en telemarketing, que mi meta en la vida es “make a lot of money!”, que mi madre está muerta y mantengo a mi padre.

***

Un deportado no tiene la vida fácil en Tijuana. Como expulsado de Estados Unidos, conseguir trabajo en esta frontera, no es tarea sencilla. A la economía deprimida, se le suman los prejuicios. Algunos con antecedentes penales, otros sin documentos, muchos sin estudios básicos y con un inglés muy rudimentario, terminan cargando cajas en centrales de abastos o limpiando carros en la calle.

En 2014, por Tijuana y Mexicali ingresaron 30 mil deportados según el Instituto Nacional de Migración. ¿Qué porcentaje de estos tienen antecedentes penales? Ninguna autoridad sabe con exactitud. Y aquí al problema al que se enfrenta el deportado es a la exclusión. ¿Qué pasa con aquel que no es delincuente? Que se le trata como tal.

Por eso, para muchos, Axiom, la compañía en la que he entrado, es un respiro. A second chance. Cumple una función importante en esta agresiva cadena fronteriza que azota a los marginados. Axiom es el éxito ante el fracaso de un estado incapaz de dar mejores condiciones de vida.

***

José es como lo esperaba: un mexicano con cuerpo cuadrado y estatura baja que suelta las palabras en un inglés arrastrado: “I close door at 7:30 am. 500 pesos a week plus bonus. Shave yourself. You have to wear a tie. I don’t ask much about the past. I did a lot of money. It’s up to you”.

Bolígrafos con publicidad impresa. A eso se dedican los 40 deportados que me rodean. Esta empresa se dedica a la venta de artículos promocionales. No importa si se es deportado o ciudadano. El requisito es hablar inglés. Hablarlo bien, sí señor. Si antes estas personas se dedicaban a cargar madera o construir carritos para supermercados, o a la artesanía, ya no importa…

La jornada inicia en una sala de juntas con alfombra oporto despintada, y letreros motivacionales en las paredes. El líder, un rubio enfundado en traje verde y zapatos con hebillas, nos hace leer en voz alta el discurso con el que se vende. Le he hecho caso a José Covarrubias: visto con corbata. El rubio nos da la meta: dos ventas por día.

***

El discurso se inicia con un par de preguntas: “Are you the business owner? Can I talk with the business owner, please?” El riesgo que cuelguen la llamada en este punto es elevado. Leo la hoja pegada en mi módulo, que aparece en inglés y español: “¡Hey!, te escuchas muy bien allá en Florida, deberías venir acá a San Diego (nos ordenan decir que estamos en California), tengo una margarita de cinco pies esperándote en la playa”. “¿Por qué no te vienes a San Diego unos días? ¡Te voy a invitar a pescar tiburones!”. ¿Quién escribió este guión? ¿Qué comerciante en su sano juicio quiere escuchar a un desconocido que le invita una bebida o a pescar tiburones a cientos de kilómetros de su casa? González, mi coach, me ha ordenado hacer llamadas a Cheyenne, Wyoming.

Torpe, marco la clave 307 y luego un número que no recuerdo:

—Green Landscape, good morning.

—Are you the business owner?

—Please, stop calling!

¡Tlaaac!

González descuelga mi teléfono. “Vas a ver cómo tratar a estos gringos”, dice, y luego al auricular.

—Oh!, so you’re not interested? —¡Tlaaac!—. Go and fuck yourself!

Cuando el teléfono es azotado, las risas de los empleados se disparan. El anonimato que ofrece un número sin registro en los Estados Unidos parece encantarle a los vendedores. Atrás de mí, va y viene mi jefe directo. Me ha pedido que hoy, siendo mi primer día me limite a conseguirle business owners.

—Once you get the business man online, just scream T.O. (top offer).

—Okay, T.O.

—Hoy solo te voy a pedir 300 llamadas, porque es tu primer día. Solo marca 300 veces y pregunta por el dueño del negocio. I will do the rest.

—Okay.

***

Diez de la mañana y ya tengo dolor de garganta. Mis compañeros no paran, una llamada tras otra. ¡Tlaaac!, ¡tlaaac!, ¡tlaaac! Para esta hora, veo al deportado a mi lado y sus anotaciones marcan más de 100 llamadas.

¿Cuántos negocios en Estados Unidos hay que se llamen “El Paisa”? Constructores, restaurantes, talleres de carrocería, moteles. González ahora ha decidido que busque comercios y negocios que se llamen así. De California a Chicago y de Texas a Alabama, veo la lista que arroja el sistema en la computadora: rebasa los 10 mil teléfonos. Hago el pitch en español y el jefe rubio, me escucha.

—Why the new guy is making calls in Spanish? We need sales, man.

González está enojado porque el jefe rubio lo volvió a regañar. Si no doy resultados, él no da resultados. Llevo unas 150 llamadas y solo he conseguido 10 T.O.’s. González está realmente molesto y me dice al oído: “O me consigues más o te mando a tu casa a la hora de comida”. Hasta ahorita, nadie ha cerrado una venta.

***

Nada. Eso fue lo que pasó al final del día. Ni una pluma vendida. El último T.O. que conseguí, fue con Artemio, el dueño de Mi Taco grill, en Dakota del Sur.

González:

—Mira, Artemio. Tengo a cinco hombres allá abajo en la imprenta. Necesito ponerlos a trabajar. Mira, viejo, olvídate de los 125 dólares. Te voy a dejar 250 plumas en 100 dólares.

González está desesperado, pero se apega al pitch. No necesita leerlo.

—Vamos, hombre, mira, ayúdame a darles trabajo a estos hombres, tengo que pagarles diez dólares la hora y las máquinas no están ni prendidas. They just keep playing poker!

No escucho qué responde Artemio.

—Ah, ¿muy chistosito? Te voy a mandar las plumas gratis. Las voy a pagar yo… Para que te las metas por el culo. ¿No necesitas publicidad? ¿Muy chingón? Haz tu dinero en México, a ver si es cierto que muy chingón.

Este ¡tlaaac!, anuncia el cierre del jornal.

 

 

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(Culiacán, 1983) Contra toda circunstancia, es director editorial de diez4.com.


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