Persona por un día

Man for a day retrata la metamorfosis de las participantes del taller, demostrando con ello hasta qué punto –parafraseando a Simone de Beauvoir– no se nace hombre, sino que se llega a serlo.
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Capturar en noventa y seis minutos la esencia del trabajo de Diane Torr y de su taller no es fácil. Pero Katarina Peters lo logró. Man for a day (proyectada en el Instituto Goethe y la Cineteca Nacional en la ciudad de México y en la Cineteca de Monterrey, durante el festival de cine queer) es un documental sobre Torr y el taller que lleva impartiendo desde 1990, en el cual las mujeres que lo toman se convierten en hombres, al menos por un día. No hay cómo evadir la premisa de la película, del taller y de gran parte del trabajo de vida de Torr: las diferencias más importantes entre los hombres y las mujeres no están dadas por la naturaleza, sino que son producidas socialmente. Ser hombre y ser mujer, más que algo inherente al cuerpo, se trata, fundamentalmente, de un performance: de una idea que día con día se materializa en los cuerpos, hasta transformarlos. El documental, dirigido por la artista alemana Katarina Peters, retrata, precisamente, la metamorfosis de las participantes del taller, demostrando con ello hasta qué punto –parafraseando a Simone de Beauvoir– no se nace hombre, sino que se llega a serlo.

 

Diane Torr y su cuerpo pensante

La idea de la performatividad del género es atribuida a la filósofa Judith Butler y su Género en disputa (1990), una noción que sacudió –quizá como pocas otras– a los mismos feminismos, que, al final, seguían hablando de los hombres y las mujeres: los privilegios de los primeros, la falta de derechos de las segundas; el dominio de los unos y el sometimiento de las otras. Butler en la academia lanzó la pregunta que Torr llevaba años planteando desde un escenario: ¿qué si los hombres y las mujeres ni siquiera existen?

Diane Torr es, primero que nada, una bailarina. Su exploración de la diferencia sexual no puede entenderse sin este hecho: su cuerpo ha sido su primordial herramienta tanto para conocer al mundo como para cambiarlo. Esto no significa que detrás de su trabajo no exista una investigación intelectual –o, después de tantos años, una teorización profunda sobre el género–, solo implica que las preguntas que se plantea y las respuestas que ofrece siempre pasan por su cuerpo.

Una anécdota retrata cómo opera Torr: en los mil novecientos setenta se fue a vivir a Nueva York –ella es escocesa–, para seguir con sus estudios de danza. Se enamoró de la ciudad y permaneció ahí. Como muchos otros, al inicio de su carrera tuvo problemas económicos, que resolvió trabajando como bailarina gogó. En Sex, drag, and male roles, el libro autobiográfico que publicó en 2010,[1] narra cómo al incursionar en este mundo tuvo una crisis de conciencia. Estaba al tanto de las discusiones feministas en torno al trabajo sexual: ¿estaba ella misma perpetuando la explotación de las mujeres al bailar así por dinero? Para entender mejor la problemática, consiguió Pornography: Men possessing women, obra monumental de una de las feministas anti-pornográficas más importantes del momento, Andrea Dworkin. Lo leía en los descansos entre sus bailes, encerrada en el baño del bar en el que trabajaba.[2] Bailaba y con las sensaciones aún frescas en su cuerpo –con las miradas de los hombres encima, los focos quemándole la piel y la inercia de sus movimientos aún comandándola–, dialogaba con el libro. Con las nuevas reflexiones, volvía al escenario, cuestionando cada uno de sus movimientos y la dinámica con el público. Su cuerpo informaba a su mente, su mente a su cuerpo. Y es que Torr es eso: un cuerpo pensante.[3]

Su época como bailarina gogó marcó el momento en el que se empezó a percatar de cómo el género, más que un hecho, era un acto. Noche tras noche se veía transformarse a sí misma en el escenario para encajar en las fantasías de sus clientes: para ser la mujer que ellos querían que fuera. Uno de los puntos más interesantes que surgen al ver el documental no solo es el de qué hace a un hombre ser hombre o a una mujer ser mujer –¿qué movimientos eran los que sus clientes querían?, ¿qué atuendos?, ¿qué gestos?–, sino el de quién define estos términos.[4] Si el ser mujer u hombre es un performance, el guión se puede cambiar.

Arousing reconstructions(1982). Fotografía de Mariette Pathy-Allen.

Arousing reconstructions,[5]un baile que presentó con Bradley Wester en 1982, y que aparece en el documental, resulta ideal para desentrañar su idea sobre el género. Él era un hombre que se parecía a ella, tenían más o menos el mismo pelo, tamaño y forma de cuerpo. En el performance se vistieron igual –con un taparrabos y un pedazo de tela que les cubría solamente un pecho– y ejecutan movimientos idénticos. Algunos estereotípicamente masculinos, otros femeninos. Verlos bailar es asombroso: hay diferencias entre los dos, pero son prácticamente irrelevantes.[6] Claro que existen y Torr no las niega. Pero, ¿justifican todas las divergencias que existen en cuanto a cómo los hombres y las mujeres viven?

 

El Taller: provocando experiencias

El taller Hombre por un día no se trata de que las mujeres sean hombres,[7] sino de que vivan lo que es ser hombre en el mundo de hoy, lo que permite e impide. Torr también imparte un taller para que los hombres experimenten ser mujeres por un día y el objetivo es el mismo: que vivan en carne propia experiencias que, por ser hombres –o por no ser mujeres–, les han sido negadas o –claro– se han podido ahorrar.

Diane Torr en drag. Fotografía de Annie Sprinkle.

Lo que impulsó a Torr a iniciar el taller fue su experiencia: un día, después de una sesión de fotos en la que se disfrazó de hombre –bigote incluido–, recorrió las calles neoyorkinas y deambuló en una fiesta en el museo Whitney en drag. Lo que más le sorprendió es cómo las personas se movían para no estorbarle al caminar. Como mujer, escribe, esto nunca le había pasado: que el espacio –el mundo– se abriera por su sola presencia, para dejarla transitar en paz.

En el taller, las mujeres eligen por sí mismas qué hombre quieren ser. Escogen su ropa, su peinado, su pelo facial. Parte del trabajo está en la transformación del atuendo. Pero también salen a la calle a observar a los hombres y apropiarse de sus movimientos. ¿Cómo caminan, cómo fuman, cómo se sientan, cómo se paran? El documental es casi cómico en este segmento: sigue a las mujeres siguiendo a los hombres en la calle. Uno tras otro tras otro tras otro. “Los hombres son un espectáculo fácil porque no están acostumbrados a ser vistos. Están acostumbrados a ser el espectador”, afirma Torr entre las tomas.

¿De qué forma el ser hombre o ser mujer afecta algo tan sencillo como caminar por la calle tranquilamente? Un simple desplazo, libre de temor, de gritos, de miradas. El documental visibiliza esos pequeños momentos cotidianos que, al juntarlos, acaban por hacer toda una vida de diferencia. Cuando Torr empieza a repasar con las mujeres los movimientos que tienen que amaestrar, una de las primeras cosas que les dice es que no pueden sonreír. Los hombres no sonríen a menos que sea necesario.[8] O cómo pararse: “Cuando caminas tienes esta sensación de que tu pie es dueño del pedazo de piso que está debajo de él. El sentido de propiedad es una idea que forma parte de la identidad masculina.” Recordé una anécdota de Octavio Paz en El laberinto de la soledad: una tarde oyó un ruido “en el cuarto vecino” y preguntó “en voz alta: ‘¿Quién anda ahí?’ Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: ‘No es nadie, señor, soy yo’”. No es nadie: qué forma de habitar el espacio, qué forma de ser persona. O, más bien: de no serlo.

Evidentemente, los hombres y las mujeres existen: caminamos, hablamos, fornicamos, trabajamos, amamos, tenemos hijos, consumimos, vivimos y nos asumimos como hombres y mujeres. Sí, hay diferencias corporales. Pero no tienen porqué significar todo lo que según nosotros significan. Man for a day cuestiona los límites de estas identidades: ¿de qué nos estamos perdiendo por atarnos a ellas? ¿De qué rangos de emociones, de qué actos, de qué actitudes, de qué espacios, de qué formas de ser en el mundo?

En muchos sentidos, el sujeto que surge del ejercicio torriano es similar al del posnacionalismo: la persona, más allá de su cuerpo, su origen, su clase. Y la pregunta: ¿por qué seguimos con estas ataduras? Olvidemos qué nos quitan: ¿qué nos dan?

 

Del escenario a la pantalla: el reto –y éxito– de Man for a day

Vi el documental dos veces, un día tras otro. Ambas me reí, ambas me quedé pensando. Esa es su virtud: plantear preguntas complejas de forma sencilla. En ambas ocasiones me quedé a la sesión de preguntas y respuestas que Torr y Peters ofrecieron al final. Un comentario constante del público –mujeres y hombres– era sobre la conciencia recién adquirida sobre su propio comportamiento: se veían –nos veíamos– reflejados en la pantalla. Todo el esfuerzo que le invertimos a la construcción de nuestra identidad, revelado: vivimos actuando.

Man for a day es la segunda película de Katarina Peters. La primera fue también un documental, Stroke, la historia de cómo lidió con la embolia de su esposo. Después de Stroke, me contó en entrevista, necesitaba un proyecto que no fuera en lo absoluto personal. Torr –su amiga desde hace más de treinta años– se convirtió en el objeto perfecto de su lente. Insisto en la amistad, porque el respeto, la admiración y el entendimiento entre las dos es evidente en el producto final. Peters entra a la vida de Torr –el documental incluye tomas de su hija de niña y ya de adulta, secuencias de múltiples performances de los ochenta que la misma Peters digitalizó, fotografías que fue necesario desenterrar de los archivos– como solo una amiga de confianza puede hacerlo. (Tuve la suerte de convivir varios días con ellas: son adorables juntas. Cómo se conocen. Cómo se apoyan. Cómo se entienden. Algún día quiero una amistad así.)

Sé que volverán a proyectar el documental en México en los meses por venir, si bien las fechas y los lugares están aún por confirmarse. Cuando ello ocurra, váyanlo a ver. A pesar de que Torr lleva impartiendo el taller casi veinticinco años en más de una decena de países –en junio fue la primera vez que lo dio en México–, no deja de suscitar –y con él, el documental– reflexiones interesantes, aunque lo sean solo para el público receptor. Pero este es el punto: nunca se trata de las ideas, en lo abstracto, sino de cómo aterrizan en un contexto determinado. Qué significa ser persona importa en la medida en la que alguien la responda. Man for a daynos invita –quien sea que nosotros seamos hoy– a ello.

 

 


[1]El libro, en realidad, es una colaboración entre ella y Stephen Bottoms. Ella cuenta su propia historia, él ofrece el contexto histórico y teórico en el que se desarrolla su historia.

[2]Dworkin se enteró de la lectura y buscó a Torr para platicar. El intercambio, como lo recuerda Torr, es una joya sobre las visiones feministas en pugna cuando se trata del trabajo sexual.

[3]Torr se formó en la release technique –que le aprendió a Mary Fulkerson– y que se alimenta, en gran parte, de la obra The thinking body de Mabel Elsworth Todd. Es una técnica, según entiendo de su propia explicación, en donde se busca que los mismos estudiantes desarrollen sus propios movimientos de baile.

[4]Agregarían las historiadoras como Joan Scott: y cómo esos términos –esa idea– se perpetúa.

[5]Además del baile, el aikido ha sido fuente de inspiración para las reflexiones de Torr sobre el género.

[6]Las diferencias entre él y ella eran tan insignificantes como las diferencias que luego se dan entre los mismos hombres o entre las mismas mujeres. Lo interesante es cómo si bien dos hombres pueden ser físicamente casi opuestos, estamos acostumbrados a pensarlos como iguales, mientras que los hombres y las mujeres, basta cualquier diferencia para pensarlos como absolutamentediferentes: unos son de Marte, otras son de Venus.

[7]Sí hay mujeres que toman el taller porque están considerando cambiar de sexo y ser –permanentemente– un hombre. Pero, como se muestra en el documental, las razones para tomar el Taller son mucho más amplias (una de las participantes, por ejemplo, lo toma porque quiere entender cómo educar a sus hijos: qué clase de hombres quiere que sean).

[8]Una mujer, por el contrario, siempre tiene que sonreír o recibe, automáticamente, un cuestionamiento: ¿por qué estás enojada? Stop telling women to smile es un proyecto de la artista Tatyana Fazlalizadeh que denuncia este cuestionamiento. Este videose burla de lo que llama “Bitchy resting face”.

 

 

 

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responsable del Área de Derechos Sexuales y Reproductivos del Programa de Derecho a la Salud de CIDE. "El área en la que estoy es única."


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