Memorables y el olvido: Brendan Behan

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El tema de Brendan Behan Hasta hace relativamente poco tiempo yo acostumbraba celebrar mi cumpleaños cada 9 de febrero para honrar al más olvidado de los escritores irlandeses. Me refiero a Brendan Behan. Eran los años en que jamás faltaba a mi cita diaria con Johnny Walker, 6 a 7 fogonazos servidos en vaso corto, no confundir con Old-fashioned, tres cubos de hielo en cada trago.

El tema de Brendan Behan

Hasta hace relativamente poco tiempo yo acostumbraba celebrar mi cumpleaños cada 9 de febrero para honrar al más olvidado de los escritores irlandeses. Me refiero a Brendan Behan. Eran los años en que jamás faltaba a mi cita diaria con Johnny Walker, 6 a 7 fogonazos servidos en vaso corto, no confundir con Old-fashioned, tres cubos de hielo en cada trago. Hace veinticuatro horas todavía tenía la firme intención de escribir algo breve acerca de otros novelistas que sobreviven en las márgenes del olvido, por ejemplo William Lindsay Gresham o James Agee, hasta que me di cuenta que el tema de fondo es Nueva York. El primero es autor de una novela bestial e incomparable acerca de los espectáculos de freaks y geeks a diez centavos de dólar la entrada, Nightmare Alley. El segundo fue un reconocido crítico de cine para The Nation, una especie de Proust americano que dejó inconclusa una novela de corte clásico, A Death in the Family. Ambos murieron en Nueva York: Agee, víctima de un infarto masivo que lo pilló arriba de un taxi; Gresham hubiera podido desparecer en cualquier minuto de su paso por España como brigadista internacional, pero prefirió darse la muerte él mismo en un hotelucho de Times Square.

El tema entonces es Nueva York, su noche resplandeciente, interminable. El tema es el goce de la intoxicación alcohólica y las buenas compañías, las conversaciones desaforadas y las incursiones en los sustratos profundos del sexo y de la mente. El tema son esas mujeres, bellas y en apariencia enloquecidas, que atraviesan Washington Square como corriendo detrás de un sueño. El tema somos los hombres, sordos y empecinados, que las perseguimos sin saber de qué trata ese sueño, de la misma manera que buscamos abarcar toda la ilusión y realidad que cabe en la ciudad de Nueva York sin lograr aprehenderla nunca.

El tema es Brendan Behan, autor de Mi Nueva York, el tipo de libro que trae consigo la máxima felicidad. Esto lo dijo Augusto Monterroso en una entrevista de 1969 y lo repitió Enrique Vila-Matas en un artículo periodístico que luego recicló en una novela insulsa y descolorida.

Se trata de un prolífico dramaturgo que conoció en vida suficientes éxitos de marquesina. Sugerí que, de un tiempo para acá, celebro mi cumpleaños en la fecha debida, o lo que es igual, ahora administro como un boticario obseso y demente mi ingesta de whiskey para no perder ese goce ni perderme yo mismo en él. A pesar de solamente haber leído Mi Nueva York, la empatía que siento por ese libro y por su autor no ha variado, sigue siendo exactamente la misma.

Para bien y mal, sigo siendo demasiado yo, sospecho que no perderé ese gusto ni esos vicios. Tendría que acabarse New York.

Lo que sigue es cómo la Gran Manzana Podrida, irrepetible, jamás termina:

— En Nueva York puedes dar un paseo a las tres de la madrugada, ver gente, leer el periódico y beber algo: jugo de naranja, café, whiskey o lo que sea. Es el mayor espectáculo que hay sobre la Tierra, abierto para todos.

— No vamos a una ciudad para estar solos, y el test de una ciudad es la facilidad con la que puedes ver a otras personas y hablar con ellas.

— Me dicen que no todo el mundo es siempre feliz, ni siquiera en Nueva York. También hay corazones rotos en el distrito de los teatros. Seguro que sí. En todas partes hay corazones rotos, pero no todo mundo tiene el corazón roto al mismo tiempo.

— Los males del corazón son solo un mal trago. Un amor desgraciado, la muerte de un padre o de un hijo, son malos tragos. Pero si estás razonablemente bien de salud, dispones de alojamiento y de suficiente comida, tabaco y dinero para una bebida, puedes llorar confortablemente la muerte y el amor.

— No soy psiquiatra sino neurótico. Mis neurosis son las herramientas con las que me gano la vida. Si me curase, tendría que volver a pintar casas.

— Si tuviera la opción de barrer las calles de Broadway o ser el alcalde de Shrewsbury, pienso que optaría por barrer las calles de Broadway. Sería más divertido.

— Hay vicio en Londres y hay vicio en París, y en Reykjavik y en East Jesus, Kansas. Puedes encontrar vicio en todas partes, pero lo único excitante que encontré en el Village fue un tipo que me ofreció una calada de marihuana. Lamentablemente, la pobre marihuana tenía que luchar contra un par de botellas de bourbon de modo que no puedo decir mucho sobre ella.

— Personalmente me identifico con los “parias”, no porque desee ser uno de ellos, sino porque ser un paria es estar solo y marginado, incluso entre los solitarios. Si me quedara sin plata, preferiría estar en Bowery que en Westchester County. Es más civilizado y la conversación es mejor, aunque ciertamente preferiría el Hotel Chelsea o el Algonquin a ambos lugares.

— Ser un alcohólico no es para tanto, se los puedo asegurar, pero si no tienes dinero para comprar bebida, tiene que ser una cruz.

– Bruno H. Piché

 

 

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(Montreal, 1970) es escritor y periodista. En 2010 publicó 'Robinson ante el abismo: recuento de islas' (DGE Equilibrista/UNAM). 'Noviembre' (Ditoria, 2011) es su libro más reciente.


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