La rata, nuestro semejante

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El martes pasado leí que a causa de un basurero colocado cerca de una zona de viviendas y la incapacidad, por ley, del gobierno local para colocar veneno en jardines comunitarios, una ciudad al oeste de Alemania padece una invasión de ratas. Los medios informaron que dicha ciudad se llama Hamelín.

Cuando leí la nota pensé en un reportaje de Joshua Bearman, de 2004, Rodent disaster in Xinjiang (Desastre de roedores en Xinjiang)[1]. Aparentemente, hace unos años roedores cavaron túneles tan extensos (cinco millones de hectáreas) que el suelo de Xinjiang, en China, se ha debilitado. Por alguna razón, las autoridades chinas no informaron del problema hasta pasados varios años. Lo cual añade un dato que, en mi retorcida mente, hermana aún más esta nota con la de Hamelín. Los medios insisten en que en Alemania el ayuntamiento de Hamelín “reconoció” ser invadido por ratas. No informaron. No declararon. Lo reconocieron, como si estuvieran diciendo: “sí, de nuevo nosotros, los de la leyenda”. ¿Estamos para pedir perdón cada que se nos aparezca una rata? ¿Es tener roedores en una comunidad tan vergonzoso como, digamos, tener piojos? Me lo pregunto, rascándome la cabeza, recordando la indignación del portero del doctor Bernard Rieux, cuando éste le informa del primer cadáver de rata que aparece en La peste. “La posición del portero era categórica”, nos escribe Camus, “en la casa no había ratas”.

Curiosamente, el desastre en Xinjiang no involucraba ratas sino otro tipo de roedor (el sha-shu, o roedor del desierto) que no transmite enfermedades.

Hace unas horas, y no es que quiera cambiarles de tema, en la oficina preguntaba si alguien sabía cómo funcionan esas cámaras que sólo disparan cuando el objetivo, de ser una persona, sonríe. Se llegó a la paranoica conclusión de que cierta tecnología de seguridad o espionaje estaba involucrada: reconocimiento de rostros y rasgos, monitoreo de movimiento, el tipo de aparatos que uno imagina en algunas puertas de Langley o el Pentágono. Recordé uno de los anuncios de dichas cámaras donde, animosamente, el narrador del comercial mandaba algo que iba en la línea de: “¡No preguntes cómo funciona! ¡Sólo disfrútalo!”. Me imagino que se pide esto para aplacar la sospecha de que algo perverso y oscuro se encuentra en el aparato. Vamos, la misma sospecha que nos asalta cuando vemos una rata o una cucaracha. Preguntemos con Popper: ¿son todos los cuervos negros, todas las ratas rabiosas? ¿Se encuentra el mal en todo lo que nos rodea, aunque sea en miniatura?

Un compañero de la oficina me recordó que, deprimentemente, mucha de la tecnología de uso diario se desarrolló durante periodos de guerra. Coincidentemente, mientras releía un ensayo del que pensaba robar algunas ideas para este texto (pues soy un rata) di con el siguiente párrafo, que traduzco:

Las máscaras de gas se volvieron Tupperware. Las gasas Kotex. Lanchas de guerra se volvieron vasos de unicel. Resortes de naves de la marina se transformaron en Slinkies. Globos de vinilo que contenían agua fresca para pilotos derribados se volvieron pelotas de playa. La protección de máquinas que fabricaban radio para una generación evita que la comida de otra se pegue al sartén. Y bombas se convierten en máquinas de pinball. Nuestros objetos más básicos y cotidianos contienen históricas amenazas mortales.

El párrafo viene del texto The Rodent is Myself (El roedor es yo mismo)[2] de Andrew Friedman, específicamente en el momento en que Friedman resume la trama de la segunda novela de Haruki Murakami, Pinball, 1973, en la que, de acuerdo con Friedman, el personaje se comporta como una rata. Yo lo saco a colación porque francamente no sé muy bien qué decir. Este texto, les informo, iba a tratar sobre ratas. Ahora veo que trata sobre nosotros.

Xiong Ling, un oficial del gobierno local de Xinjiang, declaró que el problema con el sha-shu se trató del “peor desastre de roedores desde 1993”. Al parecer, el problema ha sido controlado. Se acudió a venenos, mallas (como se hizo en Australia cuando tuvieron problemas con sobrepoblación de liebres) e incluso recompensas para los habitantes que mataran cierta cantidad de roedores. Pero el golpe definitivo contra el asedio del subsuelo, vino del cielo. Se decidió introducir en el ecosistema al enemigo natural del sha-shu. Casi con obviedad les puedo informar que hoy existe un nuevo problema en Xinjiang, la sobrepoblación de águilas.

Ah, cómo somos tontos.

– Guillermo Núñez Jáuregui

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[1]Cfr. “Rodent disaster in Xinjiang: an investigation into Xinjiang’s growing swarm of Great Gerbils, which may or may not be locked in a Death-Struggle with the Golden Eagle with important parallels and/or implications regarding koala bears, cane toads, the pied piper, black death, spongmonkeys and text-messaging”, BEARMAN, Joshua, McSweeney’s Quarterly Concern, No. 14, 2004, San Francisco pp. 117-140.

[2]“The Rodent is Myself”, FRIEDMAN, Andrew, The Believer, No. 36, Agosto 2006, San Francisco, pp.38-45 y 85. El mejor texto sobre roedores en la literatura contemporánea que he leído.

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(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad


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