Juan de los muertos

Juan de los muertos podría ser así el primer borrador de una auténtica buena película de zombis cubanos, si es que alguien decide aprender de sus errores.
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[Contiene algunos spoilers.]

No ha sido poca la evolución del muerto viviente cinematográfico: de White Zombie a Dead Set, por ejemplo, hay un tramo larguísimo en cuestión de cambios en el concepto zombi. Verdad de Perogrullo donde existan, el debut de Romero, La noche de los muertos vivientes, es también el molde al cual se adaptan la mayoría de los directores que tocan el tema. 28 días después, tan alabada por redefinir el género, en realidad aplicaba tan sólo un par de variaciones al tema: algunas, de corte estilístico; otras, de corte argumental –el hecho de que los no-muertos corran, por ejemplo, es un estímulo al suspenso; cabría apuntar que 28 days later no es el origen del zombi que puede correr: Lifeforce, The Stuff, Zombi 3 y la italiana Nightmare City, donde aparece el mexicano Hugo Stiglitz, ya incluían a no-muertos con esa característica.–; en el fondo, la premisa seguía siendo básicamente la misma: una plaga de seres humanos resucitados, infectados o modificados de alguna forma y la situación de peligro y supervivencia que provocan en el resto de los humanos ‘normales’. Las variaciones de esta premisa son múltiples; de igual forma que sus posibles recontextualizaciones (en cómic y novela hemos visto, por ejemplo, a Sherlock Holmes y a Spider-man hacer frente a estos seres, y quizá aquí sí podríamos hablar más o menos de otras intenciones), pero sus fundamentos permanecen más o menos firmes.

Si La noche de los muertos vivientes se estrenó en 1968, tuvieron que pasar casi 20 años para que naciera una variante importante del género: la zombedy. Mezcla de drama zombi y ácida comedia,  el subgénero aparece en 1985, cuando se estrenaThe Return of the living dead. A la fecha, algunas películas destacadas se desprenden de ahí: las mejores, quizá, Zombieland y Shaun of the Dead. De esta trilogía –que no necesariamente es la definitiva, pero sirve para ilustrar el punto– extraigamos un par de puntos en común: el primero, quizá, es que en la comedia zombi hay suficiente gag físico. Juan de los muertos, de Brugués, intenta llenar este apartado. Sus personajes son caricaturas (apelando al origen italiano de la palabra: la exageración) de personas que podrían ser reales. Son verosímiles cinematográficamente como lo son los protagonistas de Tres lancheros muy picudos. Su comedia es, esencialmente, física: se supone que la cacería de zombis nos parezca graciosa (ese toque de gore que tienen las otras tres citadas, en diferentes grados); se supone, también, que sus exageraciones de las conductas que tenemos como idea preconcebida de “lo cubano” también lo sean.

Hay también otra característica común que suele presentarse en estos filmes (y no es exclusiva del género, por supuesto): la concreción. Juan de los muertos dura apenas cinco minutos más que Zombieland y The Return of the living dead; pero es ligeramente más breve que Shaun of the dead. Con todo, su última cuarta parte se siente tediosa. La cinta da la impresión de durar, al menos, unos diez minutos más. Las otras tres no son películas perfectas, pero sí tienen cierta economía en el guión que orilla al espectador a verlas sin distraerse: son filmes concretos. Zombieland tiene una escena que “sobra”: el cameo de Bill Murray. Con todo, incluso este cameo gratuito tiene una característica que hace que la atención esté en lo que pasa en pantalla: es un gag que está bien escrito. No empuja la trama hacia adelante, pero funciona como una pieza, como un sketch divertido. Justo lo contrario sucede en la última parte de Juan de los muertos: comienza a alargar el chiste, a estirarlo; lo que en un inicio parecía divertido termina resultando tedioso. Hay una secuencia que ilustra perfectamente esto: hacia el final del filme, hemos visto a uno de los protagonistas asesinar gente por equivocación con un arpón de pesca. Sucede al principio y es efectivo; sucede de nuevo, y funciona en menor grado (porque ya se esperaba; porque la secuencia que precede al gag es un lugar común perfectamente asimilado). La tercera vez que vemos el chiste, éste ocurre después de una larga escena que debió ser desternillante: un norteamericano en plan caza zombi y Juan, el protagonista cubano que sabe tres palabras de inglés, mantienen una conversación en la que el primero intenta explicarle al segundo qué está pasando con la plaga zombi. El diálogo peca de redundante; su repetición durante varios minutos termina finalmente aburriendo y, para cuando sucede lo que ya sabemos que va a suceder, lo que se desea es que la secuencia acabe. La cinta se repite visual y verbalmente; le sobran minutos y le falta agudeza.

Da la impresión de que Juan de los muertos se ve mejor en el diálogo del boca a boca, en el resumen imparcial, que en el cine. Las razones parecen evidentes: las virtudes de la cinta radican, casi todas, en el original planteamiento que intentó. Cierto: la película tomó riesgos argumentales (no es común plantear una cinta de zombies en Latinoamérica, y parece aún más inusual hacerlo con una comedia del género) y no está exenta de pericia técnica –tiene un largo plano secuencia que parece un homenaje a la memorable escena de Children of Men– ni de momentos de buen humor. Pero de nada sirve una película cuya primera parte fue tejida con esmero y buena mano, si la otra mitad se dedicará a deshacer el trabajo realizado: Juan de los muertos podría ser así el primer borrador de una auténtica buena película de zombis cubanos, si es que alguien decide aprender de sus errores.

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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