Cosmopolis

Al final del día, Cosmopolis resulta tan brillante como frustrante.
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Son pocas, pero claras, las etiquetas con las que se suele calificar a David Cronenberg: “Maestro del horror venéreo”, basado en lo que fue su primera etapa como sensible autor gore, siempre imprimiendo su peculiar sello a mucho de lo mejor del cine de terror ochentero. “Pilar del cine canadiense”, por ser junto con Atom Egoyan, Denys Arcand y Guy Maddin de los pocos cineastas considerados idiosincráticamente canadienses. En su etapa más reciente algo como “Humanista distante, enamorado de Viggo Mortensen” bastará hasta encontrar mejor calificativo. Cosmopolis, su más reciente cinta, emociona al aficionado de Cronenberg por ser su primera película en siete años que no está dentro esa última etiqueta. ¿Dónde se encuentra entonces? Tal vez, por ser la primera vez que escribe un guión desde eXistenZ en 1999 y por tratarse de la adaptación de una novela difícil, sería “valiente adaptador de novelas inadaptables”. Etiqueta bajo la que llevó a pantalla la completamente abstracta Naked Lunch de Burroughs, escogiendo con pinzas los elementos del libro que le acomodaban, para mezclarlos de manera ingeniosa con la vida del autor y con los elementos vagino-orgánicos siempre presentes en su obra para generar una película lineal y congruente. O con la que tradujo Crash de J.B. Ballard; de las obsesiones del autor a las propias.

Cosmopolis es un ejercicio similar. Cronenberg se tomó sólo un par de semanas para adaptar el libro homónimo de 2003 de Don DeLillo. El novelista cuenta la historia de cómo Eric Packer, multimillonario prodigio encarnado en la cinta de manera acertada por Robert Pattinson, viaja en su limusina de un extremo del mi Manhattan a otro en busca de un corte de pelo. En el camino se encuentra con colegas, comerciantes de arte, exámenes médicos, proveedores sexuales, su esposa, luminarias del hip-hop y un potencial asesino; mientras el sistema capitalista (y tal vez el mundo entero) se derrumba en el exterior. Cronenberg, fascinado con el lenguaje de DeLillo y con cómo éste sonaría en voz alta con la voz de varios talentosos actores, tomó sus diálogos verbatim y los colocó en una modesta puesta en escena. Filmada inmediatamente después y separada sólo un año de A Dangerous Method, con cámaras digitales y una prisa poco característica en el autor, la cinta muestra a un Cronenberg trabajando con soltura y humor.

La gran virtud de Cosmopolis es qué oportuna es. Diez años más tarde que la novela, la historia se siente más pertinente hoy que nunca, con temas como Occupy Wall Street, el 1% y las declaraciones fiscales de Mitt Romney en la punta de la lengua de cada estadounidense crítico liberal. O haciendo un tal vez injusto intento de traducirlo al mexicano, lo pertinente que es la historia de un hombre haciendo un enorme esfuerzo por un corte de pelo después de que en las últimas elecciones ganó el candidato que más se esforzó en su corte de pelo. Cronenberg se percata completamente de esto y la elección de Pattinson como protagonista parece haber sucedido más por su posición en el consiente colectivo pop-cultural que por sus dotes actorales. En la visión del director, Pattinson es la encarnación del éxito frívolo del nuevo siglo, con un exterior inmaculado y un interior vació y frívolo. Uno de los temas que siempre han obsesionado a Cronenberg es fusión de lo orgánico y lo tecnológico (o en su defecto, la extensión de la tecnología como apéndice del hombre), y para Cosmopolis encontró en el actor de Twilight la perfecta fusión de ser humano con la maquinaria capitalista. Frío, calculador y descaradamente superficial.

La terca fidelidad con la que Cronenberg se apega a los diálogos de DeLillo hacen que cada encuentro de Packer con los distintos personajes se sienta como un monólogo con el protagonista como espectador, haciendo que la película se sienta un tanto teatral. Estos monólogos varían en calidad dependiendo el turno del actor, haciendo que los encuentros con Samantha Morton, Emily Hampshire y Paul Giamatti particularmente memorables, mientras que por otro lado Jay Baruchel, Patricia McKenzie y extrañamente los francés Mathieu Amalric y Juliette Binoche resultan olvidables.  Pero son los encuentros de Packer con su esposa, interpretada por la deslumbrante Sarah Gordon, los momentos más exitosos y extrañamente graciosos de la cinta. Pattinson y Gordon comparten una peculiar química y se comportan como una especie de George y Martha de Who’s Afraid of Virginia Woolf? pero demasiado hastiados para en verdad poder explotar el uno contra el otro. Un matrimonio moderno que escoge la omisión antes de cualquier tipo de violencia, retratados con un gusto oscuro y ácido humor por Cronenberg.

Al final del día, Cosmopolis resulta tan brillante como frustrante. Nos encontramos a un Cronenberg sacudiéndose las mencionadas etiquetas e intentando algo nuevo. Menos formal, más desabrochado, la música siempre por Howard Shore, pero aquí apoyado por el grupo indie Metric, enfatiza lo anterior. Pero este ejercicio en reinvención no resulta tan exitoso como lo fue A History of Violence hace unos años. Queda la sensación que su cariño por la novela de DeLillo no lo deja despegar por completo, y el ritmo tan episódico de ésta hace que sea una de sus películas menos fluidas. Sin embargo es alentador ver a un Cronenberg a sus 69 filmar con semejante energía. Deja con ganas de ver que más va a hacer bajo una nueva etiqueta.

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