10 Cloverfield Lane

Con ecos visuales y temáticos de cintas como Misery, El Coleccionista y Alien,  Dan Thratchenberg incursiona en el género del horror psicológico con toques Lovecraftianos, en una cinta que ostensiblemente es hermana de Cloverfield
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Poco angustia más que la sensación de no saber dónde estás al despertar. La dislocación, la duda de no reconocer el entorno, y por momentos, a uno mismo. El planteamiento de esto como apertura de un acto dramático es algo común, pero desarrollarlo es lo que separa la anécdota ya vista de lo que puede llegar a ser sorprendente.

Así comienza la historia de Michelle (Mary Elizabeth Winstead). Después de romper con su prometido, impulsivamente abandona Nueva Orleans, y al cruzar por la zona boscosa de Louisiana, tiene un accidente de coche; cuando recupera el conocimiento, está herida y se descubre huésped forzosa — por no decir prisionera — de un hombre misterioso llamado Howard Stambler (el extraordinario John Goodman), un exmilitar de muy mal genio, que le asegura que no importa qué tanto grite, nadie puede oírla y que nadie la está buscando; pronto le revela que ha ocurrido un ataque (aunque la naturaleza de éste es ambigua) y que el resto de la población del mundo ha muerto, que el aire es irrespirable y que el búnker subterráneo, decorado como una casa de sitcom de los 70, en el que se encuentran es su única salvación. Lo que Stambler dice parece ser cierto… pero la realidad puede ser aún peor.

Con ecos visuales y temáticos de cintas como Misery (Rob Reiner, 1990), El Coleccionista (William Wyler, 1965) y Alien (Ridley Scott, 1979), el debutante Dan Thratchenberg incursiona en el género del horror psicológico y la ciencia ficción con toques Lovecraftianos, en una cinta que ostensiblemente es hermana de Cloverfield (Matt Reeves, 2008), aquella en la que veíamos mediante found footage lo que ocurría a un grupo de yuppies neoyorquinos, cuyas vidas se ven destrozadas por la aparición insólita de un monstruo colosal que arrasa Manhattan al más puro estilo kaiju. Si bien la historia de Michelle y Stambler ocurre en el mismo universo — hay referencias sutiles pero claras, como la bebida japonesa Slusho, que figuraba en la otra de modo prominente— y comienza ese mismo día, se desarrolla en una cronología distinta, con tonos muy diferentes y facetas que se suceden para ofrecer una más rica exploración de la vida interior y la convivencia forzada de los personajes, a quienes se une un tercero, Emmett DeWitt (John Gallagher, Jr.), que ejerce un delicado balance entre ambos.

En el espacio/tiempo de la película, en vez de pasar sólo horas transcurren semanas o incluso meses después de los hechos a los que la otra cinta alude, por lo que la película de Thratchenberg modera su ritmo para que la atmósfera funcione; así hay momentos de violencia que se alternan con escenas salpicadas con humor claustrofóbico y muy negro, con una banda sonora caprichosa que incluye temas de los 60, como “Venus” de Frankie Avalon o la emblemática “I think we’re alone now” de Tommy James & The Shondells, cuya letra adquiere aquí un subtexto subversivo y siniestro. En esta secuencia vemos a tres personajes que tratan de crear una existencia de armónica utopía bajo tierra: los sonidos que vienen de afuera son amenazadores, pero tratan de olvidarlos mediante juegos de mesa o de establecer una torpe dinámica familiar. En este marco, Michelle se mantiene observadora y discreta (aunque el espectador que esté atento no debería perder detalle de sus acciones y las consecuencias de éstas) mientras gradualmente descubre que hay algo peor que las monstruosidades que rondan en el exterior: la creciente paranoia de su captor.

La película desafía con ingenio las convenciones que le vienen de fábrica y lo aprovecha para tornarse atmosférica e inquietante, con un agudo sentido de lo ominoso. La producción de J.J. Abrams surge de un guión original llamado The Cellar — coescrito por Josh Campbell, Matt Stuecken y Damien Chazelle (Whiplash) —, el cual se modificó parcialmente para encajar en el universo de Cloverfield, pero que desde su planteamiento balancea los elementos que conforman lo habitual en el género junto con una propuesta más arriesgada (ninguno de los personajes es particularmente entrañable y sin embargo nos importa lo que les ocurre), para  — disfrazada como discurso alegórico sobre los remanentes ideológicos de la Guerra Fría — mostrar con trepidante ritmo el tránsito de una heroína de cautiva a luchadora, la desesperación que se vuelve un recurso afilado y que involucra al espectador porque, como en El ángel exterminador de Buñuel, aunque no quiera, no puede dejar de ver a estos náufragos entre cuatro miserables paredes.

Winstead, a quien ninguna de las convenciones del horror le es ajena —es la heredera natural de Jamie Lee Curtis para el título de Scream Queen — aquí demuestra un aplomo que ya había asomado en la indiferente precuela de The Thing (Matthijs van Heijningen, 2011) y en su aparición en Death Proof (Tarantino, 2007); Michelle es una mujer en problemas, pero no es alguien que necesite ser rescatada. Por el contrario, ella sola va hilando su propio plan y su tenacidad la acerca a la Ripley de Sigourney Weaver en su aparición original (de hecho, el homenaje a esa interpretación es evidente). Su entrega consigue que vuelva verosímil lo absurdo y creíble lo excesivo. Por su parte, Goodman es monumental y donde en otras manos el personaje podría ser una caricatura, su redneck paranoico por momentos tiene destellos de una inesperada humanidad, algo que en un monstruo es a la par desconcertante y fascinante, y que posiblemente desde Kathy Bates como Annie Wilkes no se había logrado de un modo tan efectivo: el Stambler que interpreta es otra clase de criatura, no proveniente del espacio exterior, sino de una fractura psicológica y social, mas no por ello menos peligrosa.

Este filme claustrofóbico es un thriller que realmente emociona, que mantiene en vilo al espectador, especialmente en los minutos previos al clímax, en el que estamos tan involucrados que se suspende toda incredulidad para dar por válido lo más inverosímil. Avenida Cloverfield 10 funciona muy bien, al margen de cualquier franquicia, y tanto cinéfilos como espectadores casuales la encontrarán escalofriante y satisfactoria.

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Miguel Cane (México DF, 1974) Es novelista y periodista cinematográfico. Su más reciente publicación es el inclasificable "Pequeño Diccionario de Cinema para Mitómanos Amateurs".


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