El gigante torpe

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El mundo entero parece estar dispuesto a posponer la solución de los complejísimos problemas que nos aquejan, y los inversionistas en los mercados financieros reaccionan con aquiescencia. Como la avestruz, quizá si evitamos ver los problemas por un rato largo, lograremos hacer que éstos desaparezcan.

Lo que no tengo claro, sin embargo, es si el gobierno chino está entre quienes posponen el momento de confrontar la realidad, o entre aquellos que ofrecen solaz con su anuencia. Tal vez, están un poco en ambos lados. Por una parte, resuelven el corto plazo aun con el costo de incrementar el peligro después; y por otra, sus estratosféricas reservas, invertidas fundamentalmente en riesgo estadounidense, no les dejan mucha alternativa más que seguir creyendo.

Como dije antes, los chinos parecen estar metiéndose más profundamente en un callejón sin salida cuando optan por seguir incrementando su capacidad e infraestructura para exportar, a sabiendas de que sus compradores tradicionales ya no estarán ahí, no por un rato, sino de modo casi permanente. En forma interesante, al rehusarse a cambiar de rumbo, niegan también la posibilidad de equilibrar la balanza comercial con Estados Unidos, que podría venderles maquinaria, equipo, y bienes de capital y tecnología que, eventualmente, permitirían la mejora de los ingresos de los trabajadores chinos, como función de su mayor capacidad de agregar valor.

China se ha vuelto el torpe gigante cuya caída puede derrumbar la casa en el momento menos oportuno. Apoyando lo que mencioné acerca de que el alza en los precios de las materias primas estaba íntimamente ligado al proceso de formación de inventarios de los chinos, Neil Hume (blog Alphaville del Financial Times: Bears, keep the faith) confirma que el que los chinos hayan acabado de comprar es la principal causa de la reciente caída en los precios de “commodities”, y observa, adicionalmente, que dada la alta capacidad predictiva del Índice de Carga del Báltico con respecto a lo que vendrá, tanto en los mercados de bonos como de acciones, la caída de éste índice señala que se avecinan correcciones importantes en ambos mercados.

Pero, independientemente del peso de la demanda china en los diferentes mercados, la contradicción entre su colosal tamaño y el hecho de que una enorme parte de la economía permanezca cerrada es lo que los hace más impredecibles y, a la vez, peligrosos.

En mi último post dije que si bien a corto plazo la presión deflacionaria será dominante, a largo plazo puede ser la hiperinflación la principal amenaza para su economía. La hiperinflación sería la desafortunada consecuencia descuidado estímulo económico que, quizá originado por el terror al desempleo, ha llevado un exagerado crecimiento de la oferta monetaria.

Medida por M2 (que incluye billetes en circulación, depósitos a la vista, cuentas de ahorro, y fondos mutuos que invierten en mercado de dinero), la base monetaria en Estados Unidos creció el equivalente a 54% del PIB el año pasado. En el mismo período, la china creció 158%. En condiciones normales, un aumento tan descomunal debería provocar una devaluación del yuán, pero no en el caso de China, por una importante restricción: está prohibido comprar otras monedas y la fuga de capitales se castiga, en teoría, con pena de muerte.

Esa condición de economía cerrada explica, también, el comportamiento altamente especulativo de los mercados bursátiles e inmobiliarios en China. La inversión en bolsa siempre tiene un fuerte componente local. La gente está más dispuesta a asumir el riesgo de la empresa que conoce y con la que se topa en forma cotidiana, que el de otra que no le resulta familiar en otro país. Pero esta condición es exacerbada en el caso chino por la prohibición de sacar recursos. La consecuencia es que, ante un fuerte incremento en la liquidez en manos de un potencial inversionista, éste pierde la capacidad de comparar el precio al que paga una inversión en su mercado local con respecto al que pagaría por una similar en otro mercado.

Se estima que hasta un tercio del crédito destinado al desmesurado estímulo fiscal ha ido a parar a la actividad especulativa. Se dice que hay, incluso, una nueva generación de jóvenes chinos que se autodefinen como “especuladores profesionales”. En un mercado que duplica su valor en cuestión de meses, esa parece ser una profesión por demás lucrativa, aunque quizá mucho más efímera de lo que estos jóvenes piensan.

El meteórico desarrollo de la economía del país más poblado del mundo enfrentará retos similares a los que tuvieron otras economías asiáticas después de largos períodos de crecimiento. La excesiva especulación inmobiliaria, por ejemplo, nos recuerda aquella época –a finales de los ochenta– en que el terreno del patio trasero del Palacio Imperial en Tokio valía más que todo el territorio que ocupa el estado de California. Esa época, en la que todos los papás querían que sus hijos aprendieran japonés y cuando todos los gerentes de empresas leían sobre cómo emular el éxito de los conglomerados de ese país, ha quedado enterrada en casi veinte años de una economía que dejó de crecer al tener que pagar por los excesos de los ochenta.

En forma similar, podemos recordar la época en esa misma década cuando Corea del Sur y los “tigres” del sudeste asiático sorprendían al mundo con su vigor y crecimiento. Éste se ha moderado, a pesar de que varias de estas economías lograron “emerger”.

El lastre en común para las economías de Japón, Taiwán, Corea y Hong Kong está en el envejecimiento de la población. Las condiciones demográficas se volvieron mucho menos propicias para generar crecimiento, y la situación en China se acerca cada vez más a una distribución problemática en la cual hay demasiados viejos y no suficientes jóvenes.

En otro sentido, las exigencias sobre China, como potencia, se incrementarán. Esto es similar a lo que le ocurrió a Estados Unidos a principios del siglo XX. En términos de relaciones internacionales, su primera prueba de fuego está en Corea del Norte. Los chinos han asumido una posición acomodaticia en la que no sólo están dispuestos a hacer negocio con cualquier socio comercial, sino que hasta parecen preferir lidiar, por ejemplo, con gobiernos africanos radicales a sabiendas de que ahí no tendrán que competir contra empresas estadounidenses o europeas.

Pero la creciente capacidad nuclear de Corea del Norte pone presión sobre la región, y la posibilidad de excesiva inestabilidad política y social en el país provoca flujos migratorios sin control hacia China. La comunidad internacional empieza a exigirles que, dada su condición de nueva potencia, se empiecen a comportar como adultos responsable y pongan orden en su zona de influencia.

Otra área donde se les exige mucha mayor responsabilidad es la ambiental. China es el mayor consumidor de carbón en el mundo y, de acuerdo con un estudio de MIT, construyen dos plantas de energía en base a este mineral cada semana. A este paso, para el año 2030 China contaminará más que el resto del mundo sumado. Debido a la condición altamente contaminante del carbón, Estados Unidos (el país con más capacidad de producirlo) redujo 1.7% su consumo en 2008, España lo redujo 28.1%; en el mismo período, el consumo chino aumentó 6.8%.

En resumen, el crecimiento chino sigue siendo casi 90% dependiente de la inversión, en un momento en que el mundo está lidiando con excedentes de capacidad instalada. Estados Unidos y Europa necesitan equilibrar su balanza comercial con este país, y para hacerlo necesitan que el consumo chino crezca. A la larga, los enormes desequilibrios son insostenibles.

Si el crecimiento chino se modera, o si es afectado por el estallido de burbujas en los mercados residencial y bursátil, la presión social y política puede volverse difícil de manejar para un gobierno autocrático, y un escenario así puede ser muy poco oportuno en medio de la mayor crisis económica que haya sufrido la humanidad en ochenta años.

La falta de democracia, la polarización económica de la sociedad, los altos niveles de corrupción, y la fragilidad de un modelo económico basado en exportar manufacturas producidas pagando sueldos de hambre y apoyado por una activa manipulación del tipo de cambio, no son “detalles” que se acaben resolviendo solos. El crecimiento chino no será el nuevo motor de la economía mundial y depender de éste puede terminar siendo un caro espejismo, particularmente en el delicado entorno que vivimos.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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