El error de enero

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Vencer a Enrique Peña Nieto en 2012 no será fácil. El gobernador del Estado de México comienza 2011 con una amplia ventaja. Bajo cualquier rasero, sus resultados en los sondeos son envidiables. Veamos. Un político en campaña tiene que atender básicamente dos factores: su grado de reconocimiento y sus índices de aprobación. En ambos, Peña Nieto registra números notables. De acuerdo con el sondeo más reciente de GEA-ISA, es conocido por 91 por ciento de los encuestados. Pero esa no es la mejor noticia para Peña. De nada sirve ser conocido si la fama no se traduce en aceptación. El camino a ese limbo que es el segundo lugar electoral está lleno de políticos conocidos pero malqueridos. No es este el caso, al menos no hasta ahora. En casi todas las encuestas, Peña Nieto registra niveles de aprobación —opiniones positivas— que superan por mucho a la gran mayoría del contingente que pretende competirle dentro de 18 meses. No es casualidad, entonces, que Peña pueda hoy presumir de una ventaja de hasta 25 puntos en la mayoría de las preferencias electorales.

Los antagonistas de Peña Nieto tienen a la mano dos maneras para tratar de tirarlo del pedestal. La primera es construir un candidato que pueda, en su momento, registrar índices similares de reconocimiento y simpatía. El reto es complejo, pero no imposible. Basta imaginar los casos de Josefina Vázquez Mota o Marcelo Ebrard, ambos políticos conocidos que aún podrían generar un alto grado de apego entre el electorado. El otro camino, por supuesto, es tomar por asalto la popularidad del puntero. Para ello, sus rivales deben, antes que nada, mostrar que el gobernador mexiquense es vulnerable. Votar por un ganador nato es atractivo; hacerlo por alguien con pies de barro ya no lo es tanto. Es precisamente por eso que la oposición a Peña se ha puesto como primera parada la elección del Estado de México en julio de este año. ¿Qué mejor que derrotar al campeón en su propia arena para demostrar su potencial debilidad en escenarios mayores, más demandantes?

Pero derrotar al candidato priista en el Estado de México tampoco será sencillo. El primer factor es la historia. El PRI nunca ha perdido el gobierno mexiquense. En 2005, cuando era apenas un diputado disciplinado y bien parecido, Peña Nieto ganó por 20 puntos a pesar de arrastrar el padrinazgo de un gobernador temido, cuestionado y, al final, no exageradamente popular. El segundo factor, claro, es el propio atractivo actual de Peña. En algunos sitios, el apoyo del gobernador en funciones puede ser una desgracia para el candidato a sucederlo (véase: Sinaloa, PRI, 2009). En el Estado de México, en 2011, el caso es exactamente al revés. Y, finalmente, está la tercera variable: el candidato priista en sí. A diferencia de lo que ha ocurrido en otros estados, el PRI mexiquense puede presumir de una baraja que, más allá de afinidades partidistas, resulta notable. Nada de neófitos como el que era en su momento el propio Peña. Desde Eruviel Ávila hasta Luis Videgaray, la caballada es musculosa en tierra mexiquense.

Por todo esto, me resulta incomprensible el error de enero: el aparente derrumbe de la alianza entre la izquierda y el PAN. Las estadísticas no mienten: dividida, la oposición no podrá derrotar al PRI en el Estado de México. Al decretar la fractura, el bloque opositor está entregando la elección. Hay quien piensa que la estrategia tiene sentido, sobre todo si el PRD logra quedarse con el segundo lugar, aislando al PAN y reduciendo, desde ahora, la contienda de 2012 a dos participantes. Me parece un mal cálculo. A un puntero como Peña Nieto no se le tira apostando el todo por el todo al último round del combate. Bien lo dice el canon del pugilismo: sin un castigo al cuerpo en los episodios intermedios, no hay nocaut posible.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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