Lecciones de Encinas

Me resulta significativo que Encinas haya sido el único que se animara a decirle a las cosas por su nombre. No me sorprende. Cualquier que haya visto los debates por el gobierno del Estado de México se habrá dado cuenta de las fortalezas de Encinas.
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Durante el mes y medio que ha durado la campaña por el gobierno de Nayarit, Coahuila y el Estado de México hice un experimento periodístico sugestivo. En un esfuerzo por obtener un amplio diagnóstico de cada estado, entrevisté a periodistas, académicos, empresarios, jóvenes y sacerdotes para culminar con una larga charla con los candidatos respectivos. Con toda intención, solo repetí una pregunta en las entrevistas a los candidatos a gobernador. Les pedí que se animaran a decirme qué es lo que pasa en su estado en cuanto a la inseguridad, quién controla qué plaza, qué grupo asedia a la población. Las respuestas fueron reveladoras. Las hubo absurdas, como la de Martha Elena García, candidata panista al gobierno de Nayarit. García simplemente me dijo que no sabía qué grupos han hecho de Nayarit un auténtico infierno pero prometió —lo juro— echarle “muchas ganas”. La mayoría de los candidatos recurrieron al solaz de la retórica. Ya sea por precaución o desconocimiento (no sé qué es peor cuando se pretende gobernar), prácticamente todos los demás se negaron a nombrar a los grupos que actúan en sus respectivos estados. La única excepción fue Alejandro Encinas. El candidato de la izquierda al Estado de México no solo no le dio la espalda a la pregunta, sino que explicó con admirable claridad cuáles organizaciones han hecho del Estado de México un nido de extorsionadores y narcomenudistas. Encinas habló de la Mano con Ojos y de La Familia y lo hizo con todas sus letras, como uno supone debe hacer un potencial gobernador. Vale la pena apuntar, por cierto, que Rubén Moreira fue el único de los nueve aspirantes que se negó a ser entrevistado en radio nacional. Dejo el dato a consideración del lector.

Pero volvamos a Encinas. Me resulta significativo que Encinas haya sido el único que se animara a decirle a las cosas por su nombre. No me sorprende. Cualquier que haya visto los debates por el gobierno del Estado de México se habrá dado cuenta de las fortalezas de Encinas, sobre todo en comparación con sus contrincantes. A mí no me cabe duda de que Encinas, como otros hombres de izquierda en México, tiene una vocación social moderna. Para ponerlo en términos manidos pero claros, tanto Encinas como otros compañeros suyos, sueña con emular a Lula y a Lagos, no a Chávez. Pienso en Carlos Navarrete, Marcelo Ebrard y varias otras figuras dentro y fuera del PRD, personas que esperan el momento de afianzar a la incipiente social-democracia mexicana. El problema para todos ellos, como para Encinas, es el personalismo irrevocable de López Obrador.

Alejandro Encinas es un excelente candidato. Y es un hombre de bien que hubiera merecido un mucho mejor destino. Si cae derrotado de manera contundente el próximo domingo, la izquierda podrá culpar a la maquinaria priista. Y, en parte, tendrá razón: el PRI en el Estado de México ha arropado a Eruviel Ávila con métodos que hubiese aplaudido el profesor Hank González. Esos camiones llenos de acarreados y ese dispendio de recursos públicos recuerdan a un PRI muy distinto al “democrático e incluyente” que Ávila presume con frecuencia. Pero la izquierda haría mal en ignorar la mayor lección de la eventual derrota de Encinas: López Obrador no es ya un activo para la izquierda, o no lo es si lo que quiere es ganar elecciones. Encinas, el hombre que sueña con ser como Lula, hubiera debido tomar distancia del político tabasqueño que optó hace años por el encono y la división. Ahora, para Encinas, quizá es demasiado tarde. Pero no lo es para el resto de la izquierda mexicana. La izquierda debe aceptar que la defensa de valores que muchos compartimos (y me sumo con orgullo) no puede encarnar de manera exclusiva en un solo hombre. López Obrador no es la izquierda y la izquierda debe aprender a ser sin López Obrador. Lo contrario, me temo, es una pérdida de tiempo. Y beneficia, sobre todo, a ese PRI que veremos festejar eufórico, como hacía en su “época de oro”, el próximo domingo.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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