Foto: La Tercera.

¿Hay libertad de prensa en México?

Debido al factor geográfico, en México no hay un estado de la libertad de prensa, sino muchos. No es lo mismo ser periodista en la capital que serlo fuera de ella.
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Un grupo de estudiantes mexicanos de la Universidad de Georgetown me invitó para dar una charla sobre la libertad de prensa en nuestro país. Es un tema al que me acerco con humildad. Por eso decidí escribirle a varios colegas a los que respeto no solo por la calidad de su trabajo sino por haber estado en las trincheras del periodismo por más tiempo que yo. A todos les hice la misma pregunta: en comparación con otra época, ¿hay libertad de prensa en México? El matiz inicial me parece importante, sobre todo ahora que se ha puesto de moda la hipérbole y la falta de memoria. Como en otros asuntos, nos gusta pensar que México nunca ha estado tan mal. Intuyo que esa presunción es una falacia. Es evidente que no atravesamos por el mejor de los tiempos, pero tampoco por el peor. Este apunte, aclaro, no supone optimismo alguno. Las cosas ciertamente no andan bien. Por eso me interesaba la opinión de mis colegas, sobre la coyuntura y también el contexto histórico.

Todos destacaron una serie de factores indispensables para entender los retos que enfrenta la libertad de prensa. El primero tiene que ver con los actores que presionan al periodismo en México. A diferencia de otros países, donde la sombra de la censura proviene mayormente del Estado, los periodistas mexicanos tienen que esquivar amenazas de origen diverso. Generalmente, los distintos niveles de gobierno en México intentan acotar el periodismo usando herramientas relacionadas con el dinero. Ante la amenaza, por ejemplo, del retiro de una pauta publicitaria, muchos medios de comunicación optan por la cautela y, en muchos casos, por el silencio. Es decir, el límite de la libertad de prensa es la subsistencia. Y también la supervivencia: el narcotráfico ha puesto en peligro desde hace años la libertad de prensa y la vida misma de los periodistas. A través de amenazas muchas veces cumplidas, los criminales han tratado de manipular la información que se publica. Así, el periodismo mexicano vive a merced de dos fuegos: la agresión homicida del crimen organizado y la indolencia y presiones varias del Estado. De ahí que México ocupe el lugar 148 de 180 en el "World Press Freedom Index".

A lo anterior, sin embargo, hay que agregarle otro factor advertido por mis colegas: el geográfico. No es lo mismo la intimidación que sufren los profesionales del periodismo en el interior del país que la que experimentan los que trabajan desde el Distrito Federal (u otras grandes ciudades). En la capital, los periodistas deben lidiar con las presiones que vienen del poder, pero se libran mayormente de las que provienen del crimen organizado. En un buen número de sitios de la provincia mexicana, en cambio, los periodistas sufren cotidianamente de aquel terrible acoso doble. En suma, no es lo mismo ser periodista en la capital que serlo fuera de ella. Las presiones y los riesgos son distintos, lo mismo que la libertad de prensa. No es consuelo, pero es verdad: en México no hay un estado de la libertad de prensa sino muchos.

Finalmente, al diagnóstico hay que sumar otra consideración: la hostilidad del gobierno federal al ejercicio del periodismo y la aclaración de qué tipo de periodismo parece irritarle más. Todos mis colegas coincidieron en que México goza de una plena libertad de opinión: hoy por hoy, uno puede opinar prácticamente lo que le venga en gana en prensa, radio y televisión. A diferencia de lo que ocurría con el PRI del siglo pasado, a este parece no importarle gran cosa lo que se opine de él. O al menos no se atreve a censurar a quien opina, estrategia suicida en tiempos de redes sociales. El equipo de comunicación de Los Pinos podrá hacer una llamada telefónica de vez en cuando para precisar datos o para intentar persuadir a quien opina, pero nada fuera de lo común (al menos en mi experiencia, eso ocurre cuando se pisan los callos de un gobierno en funciones, en México o Estados Unidos).

El periodismo que de verdad molesta al gobierno, dicen mis colegas, es el verdadero periodismo: el de investigación. En claro contraste con las administraciones panistas, el gobierno de Enrique Peña Nieto se muestra hostil y desconfiado. Para sorpresa de nadie, al peñanietismo no le gusta que lo investiguen. Y así lo hace saber, con todas sus letras y sin ambigüedad alguna. A diferencia de otras administraciones, este gobierno tiene fama de ejercer el músculo político cuando se trata de intimidar a quien osa intentar hurgarle en las entretelas. Esto ha dado pie a una cultura periodística donde lo que impera no es tanto la censura abierta sino una autocensura que arraiga, de nuevo, en el más elemental ánimo de supervivencia. Por si todo esto fuera poco, un par de mis colegas advirtieron que el peñanietismo no tiene ni el más mínimo sentido del humor. Así las cosas, al más puro estilo del priismo de antaño, el gobierno tiene ánimo solemne y sentencioso y mecha corta. Mala combinación.

Aun así, haríamos bien en sumar proporción histórica a nuestra alarma. Hay mucho de qué preocuparse y hay que tener los ojos bien abiertos, pero este no es el México de Luis Echeverría. Insistir en lo contrario es una imprecisión que nubla el debate.

(El Universal, 13 de abril, 2015)

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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