El falso debate

El IFE y los representantes de los partidos políticos terminaron por gestar una de las mayores bufonadas que haya registrado la democracia mexicana en los últimos tiempos. Me refiero, por supuesto, a la definición del formato del primer debate.
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Hace mucho tiempo, cuando apenas empezaba en esto del periodismo, un hombre al que respeté mucho me dio un consejo que trato de seguir con frecuencia: no dejes que la coyuntura periodística te irrite. En otras palabras: en el periodismo, el que se enoja, pierde. La responsabilidad del periodista está en cuestionar, analizar y exponer. Sin pasiones, sin sesgos y sí, sin enojo. Debo confesar que no siempre he logrado seguir el consejo de mi maestro. En W Radio estuve cerca de perder los estribos cuando entrevisté a una legisladora perredista cuyo nombre he olvidado y que, en su momento, ayudó a rendir protesta a Julio César Godoy. La diputada en cuestión se defendió como gato boca arriba, dándole vueltas y vueltas a su inexcusable aval. Me costó mucho trabajo mantener la ecuanimidad. Eso me ocurre, lo confieso, con el cinismo. Y más con el cinismo que atenta contra la construcción de un mejor México.

Valga esta breve divagación autorreferencial para revelar que la tarde del lunes 16 de abril desconocí el memorable consejo aquel. Me molesté profundamente. Nadie se enteró de mi arranque, es verdad. Pero ocurrió. Y fue, creo, por buenas razones. Después de todo, ayer, el IFE y los representantes de los partidos políticos terminaron por gestar una de las mayores bufonadas que haya registrado la democracia mexicana en los últimos tiempos. Me refiero, por supuesto, a la definición del formato del primer debate, la identidad del moderador y la mecánica de preguntas. Afrenta para los votantes, a quienes nos han negado una herramienta fundamental, en una democracia moderna, para decidir nuestro sufragio. Ofensa para la sociedad en su sentido más general, que pierde la oportunidad de avanzar hacia la construcción de una cultura donde debatir no solo sea cotidiano, sino deseable: una sociedad que no sabe discutir es una sociedad condenada a la parálisis y a la inquina. Los debates presidenciales debían ser un ejemplo —televisado, masivo— de lo contrario. Ahora, esa ventana de madurez cívica se ha perdido. Y, claro, tremendo insulto para el oficio periodístico. Porque eso, y no otra cosa, me parece el formato impuesto a la moderadora. ¿En qué cabeza cabe pedirle a un periodista que se limite a leer las preguntas que otros redactan? ¿A qué estamos jugando? El formular preguntas es esencia misma del periodismo. A eso nos dedicamos. Me resulta inconcebible que la solución a la que llegaron los partidos y la autoridad electoral haya sido la de vetar por completo la labor periodística, al menos en el primer debate. No se me ocurre ninguna otra democracia donde la labor del periodista-moderador se reduzca a ser un lector de preguntas ajenas y un verificador de cronómetro, una especie de crupier de la palabra. En Estados Unidos, los periodistas y sus organizaciones no solo eligen las preguntas; escogen el formato, los tiempos y todo lo demás. Eso, y no otra cosa, es respetar el oficio periodístico. Lo que ha ocurrido en México es una barbaridad.

Nada de esto es una crítica a la muy agradable figura que es Lupita Juárez, colega a la que respeto. El problema no es ella. El problema es la camisa de 11 varas que a Lupita le han impuesto. Y no es la primera vez. Colegas que han moderado debates “oficiales” pueden dar fe de a qué grado los partidos se ponen de acuerdo para hacer del debate un trámite, condenándonos a todos, incluidos a los periodistas, a la adolescencia cívica. ¡Cuánto habríamos ganado con debates abiertos, con formatos nuevos, con participación de redes sociales en tiempo real, sin obsesión por la síntesis (síntesis que es, en el fondo, sinónimo de trivialidad)!

Pero no será así. Ahora, tras el anuncio del falso debate, la sociedad civil tendrá que conformarse con una simulación. Lo ideal hubiera sido que se formara un comité independiente encargado de organizar debates presidenciales, una entidad soberana fuera del alcance del asqueroso consenso mexicano, ése que todo se encarga de deslavar, de degradar. Como si el consenso sobre la mediocridad tranquilizara… Sentémonos a esperar: quizá después de la elección de 2012 los encargados de nuestra triste democracia nos hacen el favor de reivindicarla.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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