Disyuntivas: Noche perpetua, parte II

La continuación elegida por ustedes de nuestro cuento interactivo. Por el más apretado de los márgenes, el protagonista espiará al vecino.
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El viejo salía continuamente al umbral de su puerta para interceptar a los vecinos. Las medicinas no eran el único motivo. Si se iba la luz o no pasaba la basura, si necesitaba abrir un frasco cuya tapa se había puesto dura o se le descomponía el flotador del escusado, él acechaba pacientemente el paso de alguna sombra en el pasillo. A partir de que decidí espiarlo, procuré no prestarle ayuda, sino dedicarme a observar y catalogar sus peticiones. Sé que era egoísta y cruel, pero el camino de la creación no admite otra actitud. Sin ningún remordimiento, me sentaba al borde de las escaleras de mi piso, desde donde podía observarlo a través del barandal. En una pequeña libreta anotaba la cantidad de veces que salía a su puerta durante el día, los minutos que transcurrían hasta que pasaba algún vecino, y el tipo de favor que solicitaba. Mi comportamiento parecía el de un psicópata, pero así somos los escritores cuando perseguimos nuestras obsesiones. Por supuesto que me cuidé de que Carmen no viera esa libreta. Los autores no podemos permitir que los demás conozcan todas las ideas extrañas que se nos ocurren, principalmente si es la pareja. Si nuestras mujeres pudieran atisbar en la cantidad de basura mental que acumulamos, nos abandonarían de inmediato. ¿A dónde me llevarían aquellas anotaciones? ¿A un relato? ¿Al inicio de una novela? ¿A un ensayo sobre la vejez? ¿Era sólo un pasatiempo? Imposible saberlo. Esa incertidumbre fue la que me impulsó a continuar. Si no existieran las dudas, tampoco existiríamos los escritores.

En una ocasión, me di cuenta que el timbre del viejo se había quedado pegado. Uno de los hombres de la basura solía pulsar todos los botones del interfón para anunciar su presencia; lo hacía de manera brusca e insistente, sin importarle que fuera temprano. Aquella mañana, el timbre del departamento tres se quedó trabado, y el viejo salió al pasillo en busca de alguien que pudiera bajar y arreglarlo. Yo permanecí en mi posición habitual, espiándolo, contabilizando el tiempo con el cronómetro de mi reloj, atento a la expresión angustiada de su rostro. Transcurrieron una hora y cuarenta y tres minutos hasta que un vecino entró al edificio, subió las escaleras, y atendió la súplica del viejo. Una vez que realicé las últimas anotaciones en la libreta, me escabullí de vuelta a mi departamento.

A pesar de que mi obsesión estaba siendo encausada, espiarlo pronto comenzó a ser aburrido. Comprendí que necesitaba hacer algo más. Quizá era momento de intentar volverme su amigo, y llevarle té y galletitas y esas cosas que les gustan a los viejos. Sin embargo, era consciente de su carácter huraño, y de la manera en que me había tratado cuando le pregunté por la niña del retrato. Me encontraba estancado en mi proyecto y, por más que le daba vueltas, no lograba darle una nueva perspectiva.

Días después, las cosas se me presentaron solas, y de la manera menos esperada. A veces la vida es generosa y comienza a parecerse a un cuento. Eso es, finalmente, lo que buscamos los escritores: que este mundo no se parezca tanto a sí mismo. Era domingo y tenía que hacer unas compras. Al salir del edificio me encontré con una imagen que me dejó boquiabierto: el viejo estaba en la banqueta, apoyado en su bastón, con la mirada oculta tras unos lentes oscuros. “Así que puede bajar las escaleras”, fue lo primero que pensé. Después observé que una camioneta negra se detenía junto a él y que el chofer descendía para ayudarlo a subir. Al mismo tiempo, un taxi dobló en la esquina. Venía libre. Cuando la camioneta arrancó, supe que debía tomar una rápida decisión: abordar el taxi y seguir al viejo, o aprovechar su ausencia y buscar la manera de introducirme en su casa. Todo sucedió en segundos, pero me bastaron para intuir que aquella elección cambiaría mi vida para siempre.

Al cierre de la votación, estos fueron los resultados. 

 

 

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Su libro más reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadía).


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