re:publica 2011, segunda parte

La segunda entrega de lo sucedido en el congreso alemán de internet: re:publica. 
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El jueves, buena parte de las sesiones de re:publica giraron en torno al ciberactivismo social y político. Se discutió mucho sobre el activismo cibernético, se presentaron bloggers de diferentes países árabes y, también, Daniel Domscheit-Berg, antiguo socio de Julian Assange en WikiLeaks y fundador de OpenLeaks. Cundió un término acuñado por Wael Ghonim– ‘Facebook Revolution’ – para referirse a las revueltas en Egipto que defenestraron a Hosni Mubarak y, por extensión, a las revueltas en Noráfrica los últimos meses.

 

Activismo cibernético

¿Qué impacto tiene internet en el activismo social? Hay dos posturas fundamentales: el ciber-optimismo y el ciber-pesimismo. Entre los primeros destacan dos grupos: quienes creen que internet sirve solo para la movilización y quienes piensan que sirve para normalizar y reforzar las iniciativas ya existentes. Entre los escépticos se distinguen tres grupos: quienes sostienen que internet carece de auténtico capital social, aquellos que están seguros de que la red está completamente regulada por ‘El Poder’ y, por último, quienes están convencidos de que internet es ineficaz por carecer absolutamente de impacto en la ‘Realpolitik’ (el ciberactivismo sería mera diversión o distracción).

Hay muchos ejemplos de activismo político. ‘Causes’ es una aplicación de Facebook con 17 millones de usuarios y un capital de 160 millones de dólares, que amontona todo tipo de iniciativas sociales, filantrópicas, religiosas, políticas, etcétera. Aunque ‘Petition online’ – una simple colección de panfletos electrónicos – tiene 21 millones de personas abonadas, no está claro el impacto que realmente tiene. Otros modelos, como Avaaz, se limitan a informar.

El ciberactivismo – o ‘subactivismo’, como diría Maria Bakardjiev – se desgrana en diferentes conceptos: el activismo de sillón (armchair activism) y el activismo perezoso (lazy activism) son practicados por quienes se comprometen con una causa solamente con un clic; el ‘pequeño cambio’ (small change) funciona a través de la exhortación, la recolección de firmas electrónicas y el forward. Micah M. White acuñó el término clicktivism para medir el impacto de una campaña a través de estadísticas como, por ejemplo, el número de clics.

Quizá entre todos estos términos descuella el slacktivism. Originalmente referido a campañas de botones, de pulseras amarillas à la Lance Armstrong o de camisetas cheguevaristas, el concepto posee siempre una connotación peyorativa y enfatiza ese lavado de la consciencia de quien los ciberactivistas (perezosos y de sillón por igual). Como ya comentaba el New Yorker, ejemplos paradigmáticos del slacktivism son los paseos de los chinos, reminiscencia de los situacionistas franceses de 1968, y el slacktivism de la Revolución del Jazmín china desde hace dos meses. Estas distinciones están en constante revisión, pues se trata de los primeros ensayos por ordenar y entender los fenómenos que surgen casi a diario.

El nuevo reto que se presenta es salvar la distancia que hay entre el ciberactivismo y el activismo real. Como bien ironizan las tarjetas Someecards, pasar el doble de tiempo en línea no salvará el mundo (ejemplos: 1 y 2). Cuando surge una nueva causa en línea, la gente se entusiasma y la cantidad de interesados crece exponencialmente en el corto plazo. Pero pronto decrece el interés, pues una vez que los interesados se han abonado y mostrado su interés (con un ‘Like’), pocos se mantienen al tanto de lo que sucede. Lo poco que queda es un sentimiento de satisfacción, pues ejerce cierto efecto positivo en la autorepresentación mediática. Para los organizadores, los costos de la campaña son pequeños. Aunque el impacto político es por lo general pequeño y muchas veces no se alcanza la meta buscada, la ciberprotesta ayuda a que, por un lado, el tema se discuta y, eventualmente, llegue a los medios, y por otro, a que se desarrolle la cultura de la protesta.

Quedan tres preguntas por investigar: ¿son realmente novedosas estas formas de organización o imitan antiguos sistemas de control? ¿Cómo mantener bajos los costos de participación sin sacrificar el impacto político? ¿Se debe buscar una sustitución al ciberactivismo o nos quedamos conformes con la no-acción?

 

WikiLeaks

El panel sobre WikiLeaks fue lamentablemente general y ahondó poco, a pesar de estar presente Daniel Domscheit-Berg. La discusión giró en torno a dos tesis fundamentales. Primero, que sin los medios tradicionales como New York Times, Der Spiegel o The Guardian que imprimieron resúmenes de la información recuperada por WikiLeaks, el proyecto mismo habría fracasado. Se exploró, pues, esa interdependencia entre WikiLeaks y los medios impresos, que están comprometidos no sólo por la creciente demanda del internet, sino también por la crisis financiera de hace dos años que diezmó la inversión en publicidad.

Y así se propuso la segunda tesis: que los medios impresos aún no están preparados para procesar la información filtrada por WikiLeaks adecuadamente. ¿Hasta qué punto está el periodismo preparado para el reto que representa WikiLeaks? En un sentido sí lo está, pues los criterios de profesionalidad no han cambiado. Pero en otro sentido no, pues los medios de papel están en crisis y necesitan resolver primero sus números internos.

Según Domscheit-Berg, el éxito de los medios de comunicación se cifra en el criterio de exclusividad. Pero se trata de una estrategia arcaica que dejó de funcionar ya, y demanda nuevos horizontes. El periodismo debe reorientarse e interesarse menos por las noticias. Los panelistas acordaron que el futuro está en los semanarios que resumen, contextualizan y que, al detener el vértigo ocasionado por los tsunamis de información, ayudan a reflexionar y construir una opinión serena.

¿Y cuál es el futuro de WikiLeaks? En el corto plazo se reproducirán rápidamente nuevas compañías de seguridad cibernética y, en el ámbito diplomático, va a escribirse mucho menos. La información de WikiLeaks alegra en tanto nos ayuda a entender mejor algunas cosas, pero nos haría vulnerables si cayera en manos de quien detente un poder no democrático, y ahí está el inmenso peligro que representa.

 

(Foto de Jonas Fischer/re:publica)

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Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.


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