Foto: Lisbeth Salas / Editorial Equinoccio

Guillermo Sucre (1933-2021)

El poeta, traductor y ensayista, fallecido hoy, mantuvo a lo largo de su vida un ethos fundado en la conciencia de la libertad, visible en su obra.
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La muerte de Guillermo Sucre se enlaza con la del siglo XX venezolano, período de la modernidad nacional con sus promesas infinitas de redención colectiva, humanismo, arte y belleza. Luchador por la democracia en sus años de juventud durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Sucre mantuvo a lo largo de su vida un ethos fundado en la conciencia de la libertad, visible en su obra como ensayista, poeta, profesor, traductor y antologador.

El ethos liberal no se funda en una doctrina política, sino en la certeza de la posibilidad humana de elegir, de –en palabras de Linda Zerilli–,

((Linda Zerilli, El feminismo y el abismo de la libertad, México, Fondo de Cultura Económica, 2008.
))

pensar el mundo en tanto promesa para la estética, el pensamiento y la acción, más allá de la incertidumbre y la crueldad de lo real. No es casualidad que uno de los últimos libros publicados por Sucre fue La libertad, Sancho. De Montaigne a nuestros días (Caracas, Lugar Común, 2013), en el cual recopiló textos de Etienne de La Boètie, Michel de Montaigne, Baruj Spinoza, Albert Camus, Mariano Picón-Salas, Isaiah Berlin, Leszek Kołakowski y Amos Oz. Lanzada, de forma muy oportuna, en el preciso momento en que Venezuela se dirigía a una tiranía oprobiosa, Esta antología es en sí misma toda una visión sobre la libertad, de índole histórica y filosófica, como una meta que mientras más se aleja cobra mayor importancia, pues la vida y la palabra se juegan en ello.

Ensayista de fuste, Sucre guardó fidelidad a este género literario en pleno ascenso de la crítica marxista y estructuralista en América Latina en los años sesenta y setenta. En “La nueva crítica”

((Guillermo Sucre, “La nueva crítica”, en César Fernández Moreno (coord.), América Latina en su literatura, París y México, UNESCO-Siglo XXI, 1972, pp. 259-275.
))

evidenció su conocimiento de estas tendencias, a las que ponderó de modo justo, preservando siempre su perspectiva estética sobre la literatura. En este sentido, Sucre se vincula con la tradición de Alfonso Reyes, Emir Rodríguez Monegal, Rafael Gutiérrez Girardot, Octavio Paz, George Steiner y Tzvetan Todorov, mucho más que con Ángel Rama y Lucien Goldmann. Sucre podría decir, con Todorov

((Tzvetan Todorov, La literatura en peligro, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2009.
))

, que los críticos literarios se encaraman en hombros de gigantes, a diferencia del borramiento de las fronteras entre crítica y literatura propuesto desde el postestructuralismo. Muy versado en el canon poético regional –como lo demuestran no solo sus ensayos, sino también su estupenda antología de poesía–

((Guillermo Sucre (coordinador, prologuista y compilador); Ana María del Re, Sonia García García , Alba Rosa Hernández Bossio, Luis Miguel Isava, Violeta Urbina (compiladores). Antología de la poesía hispanoamericana moderna, Caracas, Monte Ávila Editores-Editorial Equinoccio, 1993.
))

y en las literaturas de Europa occidental, permaneció indiferente a las modas críticas en su calidad de escritor y profesor, alejado, si se quiere, del académico profesional y del investigador. Nada más ajeno a Sucre que la crítica actual, tocada por la paranoia y sin el más mínimo sentido de los que significan la estética, su historia y sus alcances. La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía hispanoamericana (Caracas: Monte Ávila Editores, 1975)

((Fue publicado también por el Fondo de Cultura Económica en 1985.
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–probablemente el ensayo literario más conocido fuera de las fronteras de Venezuela– se escribió bajo esta mirada. Aunque otros ensayistas de mi país como Paulette Silva Beauregard, Miguel Ángel Campos o Arturo Gutierrez merecen un sitial de honor en cuanto a su abordaje literario y buena pluma, no cabe duda de que La máscara, la transparencia forma parte del canon ensayístico en lengua castellana del siglo XX y es una lección literaria para una crítica envalentonada con su lengua de madera y su juicio político sumario. Figuras como Rubén Darío, Lezama Lima, Octavio Paz o Roberto Juarroz son cimeras en cuanto a la literatura hispanoamericana, y no solamente Sucre lo reconoció así. Lo que interesa es la capacidad de Sucre para vincular la poesía, en tanto arte verbal singular, con una visión filosófica e histórica del mundo, herencia inestimable que debo resaltar como crítica literaria y escritora.

Desde luego, es imposible olvidar que Sucre, hombre de su tiempo, desestimó el debate sobre el canon, por lo que las mujeres quedaron básicamente fuera de su radar, con la excepción de aquellas que incluyó en la mencionada antología de poesía. No cabe duda de que hoy en día sería acusado de sostener una perspectiva patriarcal y colonial, indiferente ante sectores efectivamente marginados de la representación literaria. Tal acusación es típica de la época, pero creo que se puede aprender mucho más de poesía con Guillermo Sucre que con pensadores decoloniales que abandonaron la crítica literaria, al estilo de Walter Mignolo. Sucre, gran conocedor de la literatura continental, mantuvo una posición universalista e ilustrada sobre la condición humana, muy mal vista hoy en la academia, pero que rescato como feminista en toda su amplitud y sin ignorar los límites de un pensamiento que hablaba del ser humano en términos de “el hombre”. No hay que olvidar que fue profesor de un departamento en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, cuyo solo nombre resulta chirriante para la sensibilidad académica actual: Literaturas Occidentales.

No tuvimos siquiera una conversación durante los años en los cuales coincidimos en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, pero supe de la admiración de sus estudiantes y tesistas –algunos de ellos descendientes de los contemporáneos de Sucre en el campo literario venezolano– hacia quien fue una suerte de patriarca venerado de la literatura nacional. Siempre sostuvo su ethos liberal, su deber como ciudadano y su actitud altiva frente al poder político. Recuerdo, por ejemplo, haberle visto en las multitudinarias marchas de oposición a la revolución bolivariana. No obstante nuestra proveniencia social tan distinta, amén de mi posición híbrida y singular en el campo literario venezolano –tan machista, antifeminista y conservador hasta hace poquísimo tiempo–, compartimos como escritores y profesores la vocación irrenunciable por la libertad, la pasión literaria y el convencimiento sobre la magnitud de la tragedia de Venezuela.

Vale la pena acercarse a su poesía, afortunadamente recopilada por la editorial Pre-Textos bajo el título de Segunda versión (2019). El último cuento de mi libro En Rojo. Narración coral se llama “El último esplendor” por el poema homónimo de Guillermo Sucre, con el cual pongo punto final a esta semblanza:

Escribir algo torrentoso y deslumbrante
El recuerdo de aquel paraje me hace ser humilde
Como el sol declinábamos hacia el poniente
Recorriendo alucinados territorios
En el espejo del verano la herrumbrada
Extensión de un planeta
Entre vegas jardines pastizales
Figuramos una desconocida primavera
Pero en aquel paraje apareció el único
Solitario esplendor
El clima estallaba en los araguaneyes
Otro fuego nunca fue más dorado
La soledad el silencio la inmensidad
Forjaban allí su cólera
Como decir su paciencia
No eran pátinas sino bruscas
Resplandecientes espadas del tiempo
No hubo más sol en ese soleado atardecer
Ni más cielo
Cetrería inmortal aún vuelan en la memoria
Aquellas aves de oro

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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