Gabriel Zaid: ¿Crítica para qué?

El ejercicio de la crítica es incómodo –aguafiestas, poco complaciente, riesgoso si se dirige al poder–, pero necesario para el mejoramiento de nuestras sociedades. Gabriel Zaid es un claro ejemplo de que, tal como él mismo afirmó de Cosío Villegas, una crítica razonada es posible en este país.
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Se critica para transformar. Para cambiar el estado de cosas existente. Se critica por inconformidad. Se es crítico por la incapacidad de quedarse callado ante lo que se considera mal hecho, injusto, torcido, corrupto. La crítica es consustancial al ser humano. Hacer y criticar van de la mano. El brazo que lanza y la voz que piensa que el tiro pudo haber sido mejor.

De la crítica a uno mismo se pasó a la crítica del mundo y de los otros. Crítica al prójimo y a sus formas de organizarse. La crítica del poder siempre ha conllevado algún riesgo. Los tiranos detestan la crítica. La Ilustración la elevó a valor insustituible. La crítica de la razón le ha dado a Occidente el rostro que hoy tiene, esencialmente imperfecto. Al equilibrio tripartito de poderes le faltaba algo, el cuarto poder, que es el poder de la crítica pública. No podemos vivir sin la crítica. Pero es incómoda. Estorbosa. Claramente aguafiestas. Julio Ruelas la dibujó como un enorme mosquito taladrando la cabeza de quien la sufre. Pocos aceptan que se ejerce la crítica para hacer el mundo mejor. Ese es el papel, en política, de las oposiciones. Es también la función, aunque a veces parezca odiosa, de la crítica social, económica, literaria. Es un privilegio para la sociedad contar con un gran crítico. El irritante Voltaire elevó como pocos el nivel de la cultura francesa. México ha dado grandes críticos (aunque no somos muy dados a la crítica formalizada en teoría): Jorge Cuesta, Alfonso Reyes, Octavio Paz, José Revueltas, Daniel Cosío Villegas, por ejemplo, críticos de ideas, de situaciones y de hechos concretos. Se critica para cambiar.

Gabriel Zaid se inició a los dieciocho años, en 1952, como crítico teatral en la revista estudiantil El Borrego, que editaba la Sociedad de Alumnos del Tecnológico de Monterrey. Sostuvo ahí la columna “Teatroviendo”. Desde entonces han transcurrido sesenta y dos años. Enrique Krauze ha trazado (Retratos personales, Tusquets, 2007) su “ruta crítica”. Repaso solo los puntos principales de su trayectoria como crítico. En 1963 publica La poesía, fundamento de la ciudad, que reúne ensayos sobre la poesía en la práctica social: crítica de la sociedad que rechaza la poesía y de los poetas que no se dan cuenta de las puertas que abre ese rechazo. Poco después, al rondar los treinta y cinco años, comienza a publicar regularmente en La Cultura en México originales ensayos, primero de crítica literaria y poco después de crítica de la cultura. Sobrevino 1968, año axial. “El 16 de agosto de 1968, Daniel Cosío Villegas empezó a publicar los viernes en Excélsior, y llamó mucho la atención” (Gabriel Zaid, prólogo a Daniel Cosío Villegas, Crítica del poder, Clío, 1997). “Puso la muestra de que la crítica razonada y respetuosa era posible y necesaria, como salida del conflicto en curso y del estancamiento político de México.” La crítica de Cosío era todo menos complaciente. Criticó en sus artículos los excesos presidenciales y también la sinrazón de los estudiantes. Ocurrió entonces la matanza sin que ello impidiera que cada viernes Cosío Villegas publicara sus lúcidos y valientes artículos. Octavio Paz renunció a la embajada de la India. Se trasladó en 1969 a Austin, Texas, donde escribió Posdata, una crítica profunda del sistema político mexicano en la que, hacia el final del ensayo, reclama una “crítica de la pirámide en México”, es decir, una crítica de la acumulación excesiva de poder.

El arribo de Luis Echeverría (uno de los principales responsables de la represión estudiantil) a la presidencia necesariamente obligó a los intelectuales mexicanos a replantearse la tradicional relación que habían sostenido con el poder: una relación de dependencia y sumisión. José Revueltas estaba preso en Lecumberri, Daniel Cosío Villegas escribía en Excélsior, Octavio Paz había regresado a México. Un nuevo hecho de sangre sacudió al país: 10 de junio de 1971, la matanza del Jueves de Corpus. Luis Echeverría prometió una investigación “a fondo”, pero en realidad utilizó el hecho para deshacerse de personajes incómodos del pasado gobierno incrustados en su administración. Llamó a su régimen “de apertura”. A finales de 1971, alojada en el diario Excélsior que dirigía Julio Scherer, apareció Plural, la nueva revista de Octavio Paz. La sociedad, en voz de sus intelectuales, manifestaba una extrema inquietud. Era necesario tomar una posición frente al poder represor. Carlos Fuentes, en 1972, declararía que no apoyar a Echeverría en ese contexto “era un crimen histórico”. Gabriel Zaid, colaborador todavía en ese momento de La Cultura en México, envió un texto de una línea a Fernando Benítez, director del suplemento: “El único criminal histórico es Luis Echeverría”, que Benítez se negó a publicar. Plural acogería desde entonces los artículos de Gabriel Zaid. Obligado por las circunstancias a explicar su posición, Fuentes publicó un largo ensayo (“Opciones críticas en el verano de nuestro descontento”) en el que razonaba la necesidad de apoyar al presidente. En un número posterior de la revista, Gabriel Zaid escribió una carta pública a Fuentes que remataba así: “Si eres amigo de Echeverría, ¿por qué no le ayudas privadamente con el mayor servicio que nadie le puede hacer: convencerlo de que Corpus no es un pelo cualquiera en la sopa de la Apertura, sino la prueba pública de si cree que podamos democratizarnos, o si cree, como don Porfirio, que todavía no estamos preparados?” Como se sabe, Echeverría nunca aclaró el crimen, Fuentes ocupó pocos años después el cargo de embajador en Francia y Gabriel Zaid seguiría escribiendo, como Octavio Paz y Daniel Cosío Villegas, sus notas críticas sobre el Leviatán mexicano en las páginas de Plural, donde animó su columna “La cinta de Moebius”.

¿Por qué la cinta de Moebius? Recordará el lector: es una superficie de una sola cara que tiene la propiedad matemática de ser un objeto no orientable. Como los textos de Zaid: no tienen “doble cara”, o intenciones ocultas, dicen lo que dicen, son claros hasta la transparencia; y no orientables, no son textos ni de “derecha” ni de “izquierda”: son textos de crítica de la realidad. ¿Cuál era la realidad mexicana en esos años? Parafraseando a Marx la expuso Octavio Paz: “Por los aires de México corre un secreto a voces: el sistema político que desde hace más de cuarenta años nos rige, está en quiebra.” Zaid se propuso entonces desde su columna en Plural desmontar a fondo el sistema, criticar no solo sus excesos, sino las causas que lo habían llevado a ese lamentable estado. Esos artículos, y otros más en la misma línea publicados en Vuelta, años más tarde los reuniría Zaid en su libro El progreso improductivo, “uno de los libros –al decir de Enrique Krauze– fundamentales del siglo XX en México”. Criticó en esos ensayos al gigantismo burocrático y fue más allá: su libro es una crítica a la oferta del progreso: una crítica radical a una de las ideas totémicas de Occidente: que todo progreso implica mejora, que el progreso terminará por bajarnos el cielo a la tierra. A fuerza de demostraciones prácticas, Zaid desnudó las razones del progreso y lo mostró en su condición de mito, uno más de los que conforman nuestra modernidad maltrecha. El libro de Zaid apuntaba una novedad en el ámbito de la crítica que se ejercía en nuestro idioma: Zaid ofrecía salidas prácticas al laberinto adonde nos había conducido el progreso. Los ensayos de Zaid, críticos y propositivos, ponían en marcha un poderoso dispositivo irónico para buscar soluciones a añejos problemas de nuestra sociedad, como la corrupción.

En México no acostumbramos a razonar nuestros problemas. Podemos denunciarlos, exhibirlos, burlarnos de ellos, escandalizarnos, pero muy escasamente reflexionar sobre lo que nos aqueja como sociedad. Qué duda cabe que uno de nuestros mayores lastres es la corrupción. Zaid se dedicó a hacer su crítica en “Por una ciencia de la mordida” (publicada originalmente en Vuelta, en 1978), en donde se pregunta: “¿Qué legisladores han tomado en serio que no legislan para Utopía sino para un país en el que cada ley y reglamento es un medio de extorsión y enriquecimiento de las autoridades que la aplican? ¿Qué licenciados en administración pública se atreverían a aceptar que las mordidas sirven, como las multas, para que se respeten los semáforos, y por lo tanto deben legalizarse? […] ¿Dónde están los ingenieros de sistemas que analicen cómo la corrupción genera complejidad en los sistemas (para evitar la corrupción) y cómo esta complejidad aumenta los costos, distorsiona las operaciones y multiplica las oportunidades de corrupción? ¿Dónde está el análisis económico de la corrupción?”

La mordida, dice Zaid, “es un pago en lo particular a quien es dueño de un poder oficial que puede usar para bien o para mal de quien hace el pago”. La mordida es, sobre todo, “una compra-venta de buena voluntad”. “Aunque la corrupción es universal, tiene mayor aceptación social entre los pueblos menos dados a exaltar la organización.” El origen de la corrupción se encuentra en la negativa de ser por cuenta propia, “en imponer la investidura, la representación, el teatro, el ser oficial”. La corrupción aparece cuando se usa la investidura como si fuera algo propio. “Si un policía de tránsito –explica Zaid– fuera el concesionario de un crucero, con derecho a cobrar las multas para su propia bolsa, sus cobros ya no serían mordidas.” Zaid aclara que la corrupción no es algo nuevo en las sociedades. Al principio estas eran patrimonialistas (el soberano no hacía distinción entre sus bienes y los bienes públicos), pero al irse imponiendo la racionalidad burocrática la corrupción pervivió como un residuo de la sociedad tradicional. La corrupción se da al ejercer “la propiedad privada de un poder público”. Para comprender la corrupción, Zaid ironiza: tal vez la corrupción no es una degeneración de la legalidad, sino “un patrimonialismo avanzado”. La mordida es moderna porque: es “predominantemente monetaria”, la “mercancía y el pago se intercambian de inmediato”, es una relación impersonal… En otro texto, y en la misma vena irónica, Zaid propone legalizar la mordida: que el mordedor emita recibos que puedan ser deducibles por el mordido. Bajo la ironía aparece una verdad incontrovertible: la mordida se ha convertido en un impuesto informal al amparo del poder.

La lectura de Zaid que ve la corrupción como el uso de las funciones públicas como si fueran un bien privado, expuesta en su ensayo “Por una ciencia de la mordida”, la retomó en 1986, a mitad del sexenio de Miguel de la Madrid. Fue este último quien en su campaña presidencial impulsó “la renovación moral de la sociedad”. La fórmula pegó tanto que la votación por el candidato fue superior a la que obtuvo su partido. Ya en el poder defraudó la expectativa que él mismo había despertado. Se hicieron, as usual, un gran número de foros de consulta que no sirvieron para nada. Se creó una contraloría que, por depender del Ejecutivo, no denunció a nadie. Lo que era evidente (procesar por enriquecimiento ilícito a su predecesor José López Portillo) ni siquiera se consideró. Se pensó entonces que eso afectaría la investidura presidencial, obviando que en todo caso lo afectado habría sido la expresidencia. La renovación moral prometida por el presidente no llegó, porque para acabar con la corrupción lo primero que se tendría que haber hecho era terminar con la impunidad presidencial. Hoy vivimos una situación similar. Enrique Peña Nieto presenta un muy opaco listado de sus bienes, sin especificar públicamente montos, en el que sobresalen diversas propiedades “donadas”, sin que la sociedad sepa quién se las donó. El clamor público contra esa opacidad fue inmediato. No importa, no hay poder que obligue a un presidente mexicano a aclararle nada a los ciudadanos. Mientras eso no cambie, ¿cómo pretenden que se termine con la corrupción?

Treinta años después del fracaso de la “renovación moral”, la Secretaría de la Función Pública está en vías de ser suprimida por inútil. No se trata de un problema del pri: el pan estuvo doce años en el poder sin que la corrupción disminuyera un ápice. Y es que, como dice Gabriel Zaid, “la corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema”. Sin embargo, resignarse, conformarse con el derrotismo es inaceptable. Algo hemos aprendido en estos años: “Ni el poder ejecutivo, ni el legislativo, ni el judicial, han mostrado capacidad de autodepurarse. El combate a la corrupción tiene que ser emprendido por la sociedad desde abajo y desde afuera”, dice Zaid en “Mapas de la corrupción”. En este artículo (http://bit.ly/1konSEM) Zaid ensaya diversas propuestas para que la sociedad se organice y denuncie.

Desde sus primeros ensayos sobre la corrupción, hace más de tres décadas, y hasta hoy, Zaid no ha dejado de pensar, proponer, crear soluciones para resolver el problema de la corrupción. Su crítica social no es teórica sino práctica. Su lectura devino en creativas soluciones. Zaid critica para transformar. Para cambiar el estado de cosas. ¿Criticar para qué? Para hacer más habitable el mundo. ~

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