“Ya no existen surrealistas”

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Conocí personalmente a Leonora Carrington cuando tenía dieciocho años gracias a Elena Poniatowska, a quien visitaba de vez en vez por las tardes saliendo de la escuela. Fue entonces, desde el 2004, cuando comencé a entrevistar a Leonora, la primera vez con la ayuda de su hijo Gabriel Weisz quien me citara en el Sanborns de Plaza Cuicuilco, acompañado de su hijo Daniel. Después, visitas esporádicas que hacía a la casa de la calle Chihuahua, en la colonia Roma, donde la última surrealista me recibía en su cocina fría y rodeada de esculturas. Entre té negro marca Twinings y bocanadas de cigarros Marlboro Lights y Delicados, surgieron varias pláticas donde siempre encontraba a una mujer que buscó la libertad, la paz y la solidaridad. Aquí una selección de esas charlas, la última realizada en septiembre de 2010.

Si tuviera que ponerle un título a su vida, ¿cuál sería?

Entre el aburrimiento y la vergüenza de pertenecer a un animal tan salvaje como el ser humano, ese sería el título.

Usted ha vivido ese salvajismo como nadie.

Hubo dos guerras, yo nací en el último año de la Primera Guerra, 1917, no me di cuenta de nada. Sí me di cuenta de la Segunda Guerra y de los horrores cometidos por los alemanes. ¿Qué opino de esto? Que el animal humano es un animal desgraciado y feroz.

¿Qué animal le habría gustado ser?

Un elefante, pero salvaje.

Siempre ha sido como un elefante salvaje en su búsqueda de la libertad.

La poca libertad que logré fue porque odio la autoridad. ¿No sabe el dicho de Lord Acton, el primer anarquista? “Todo poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.”

¿Por eso se refugió en las ilusiones y los sueños?

Ninguno de ellos; ilusiones seguramente las tengo, pero me gustaría deshacerme de ellas porque a mí lo que me fascina es tratar de acercarme un poquito a lo real y no sabemos nada. ¡Nada! Es como si yo le preguntara qué sabe del mundo subatómico en el lejano espacio.

¿Entonces, a sus 92 años, cómo definiría el surrealismo?

El surrealismo viene de una cosa que nadie entiende, la imaginación. Ya no existen surrealistas.

Un gran surrealista fue Max Ernst.

Lo conocí en la casa de Ernest Goldfinger, que era arquitecto y esposo de mi amiga Ursula; ella también estudió con Ozenfant. Le puedo decir que todo se acabó cuando el desgraciado de Hitler comenzó a perseguir a todos los surrealistas. Era necesario huir. Lo metieron a un campo de concentración francés; por suerte francés, porque si no, lo hubieran matado en Alemania.

Llegó a México en 1943, a sus veintiséis años, después de su matrimonio con Renato Leduc y de su conocido paso por el manicomio de Santander.

Me recibieron muy bien, llegué muy agradecida de recibirme porque yo era enemiga de Hitler, junto con el grupo surrealista. Mi corazón está con mis hijos y aquí, en México.

Sé que le gusta la Llorona, qué opina de este estereotipo de que los mexicanos se ríen de la muerte.

Los mexicanos que se ríen de la muerte son vivos, se ríen de algo que no saben de qué trata.

Hablando de lecturas, sé que una de sus pasiones son las novelas policíacas.

Yo leo como cuatro libros distintos, un día uno, otro día otro. Leo mucho porque la televisión está descompuesta. Yo veía la televisión hasta que quitaron un canal que se llama Discovery Channel y era lo único que yo veía, de animales. Yo siempre he tenido cierta preferencia por leer que por ver televisión.

¿Cómo es un día cotidiano de Leonora Carrington?

En este momento estoy tratando de sacar basura del estudio. Hago el mercado, trato de caminar, antes paseaba por La Merced maravillándome, ahora voy al supermercado. ¡Imagínate! ¡Qué excitante!

¿Cómo se define?

Nunca se me ha ocurrido definirme, hago la lucha de vivir conmigo misma, que no es muy fácil. ¿Ya tomó su té? ~

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