Vuelve la violencia

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Hoy en día términos como "diálogo" y "violencia" parecen no estar suficientemente diferenciados entre sí y, sin embargo, continuamente se hace referencia a ellos poniéndoles uno como antídoto de la otra o una como causa de la falta del otro. El hecho es que se han convertido en etiquetas cada vez más desposeídas de un nexo con la realidad. Se tilda de violento al que reclama pacíficamente por ser expulsado de su sede.
     Hace unas semanas, el pasado lunes 23 de octubre, un grupo, pequeño, muy pequeño, se levantó temprano y decidió que era necesario tomar la Facultad de Filosofía y Letras, cerrarla con cadenas y muebles (de la misma Facultad) amontonados en sus puertas para "despertar la conciencia de los ciudadanos sometidos, sumisos y violentos". Sí, la cita es textual. ¿Que le parece contradictoria? Señal de su pensamiento burgués.
     El hecho, obviamente, alteró la vida (aunque sólo académica, y eso no parece ser demasiado grave) de cientos de estudiantes que permanecían a las puertas esperando algo, y, como reacción civilizada que no violenta, recogiendo firmas que todos poníamos (tal vez con la esperanza de que tuvieran un arcano poder taumatúrgico que controlara a los violentos). Sin embargo, ante hechos consumados como éste la utilidad de los documentos firmados parece ser nula, pues ante documentos llenos de firmas los tiempos se alargan, ante los hechos violentos no hay tiempos, todo se paraliza. Aunque por los acontecimientos de los últimos meses no lo parezca, hay que tener muy claro que el cierre de una Facultad o cualquier dependencia universitaria es algo violento: se violentan los derechos de las mayorías esgrimiendo el derecho de manifestación, y se ignora el Estado de derecho. Evidentemente hay algo que funciona mal cuando se cierran los ojos ante esas situaciones, pero no nos preocupemos, quienes ejercen la violencia tienen la respuesta: y es que ellos "no creen en la democracia de las mayorías", y cito textualmente lo que aquel grupúsculo (incontrolado, dirían algunos después) dijo esa mañana en que no hubo clases.
     Como el diálogo con los violentos es algo que se pide de oficio, a las rejas de la Facultad hubo que acudir, a explicar que lo que se hacía violentaba el derecho de los demás y que no era necesario para hacer uso de su derecho de manifestación, pero su argumento, mascullado, era que "sólo era por 24 horas" (lo cual suena extraño viniendo de quienes se quejan y protestan de que se han acortado los semestres) y tenía por objeto sacudir a la comunidad porque las aulas no deben servir para clases sino "para la acción" y para detener la avalancha del fascismo, y (con métodos fascistas) pedir la libertad de personas encarceladas. El problema se complicaba, pero en el intento del diálogo —separados por las rejas, claro— nos mantuvimos, y el diálogo (como fue habitual durante muchos meses) consistía en escuchar sus proclamas y amenazas. Un argumento contundente para el diálogo fue traer más cadenas, porque las "necesidades del pueblo son más que la razón" (a saber lo que esto querrá decir) y amenazar que cualquier intento de abrir las rejas sería reprimido.
     La insistencia, cuestionamiento y permanencia ante las rejas cerradas resultó suficiente a los menos para usar nuevamente de la violencia, ahora por medio del polvo químico de los extintores. Al recibirlo no entendimos que tal vez había que apagar el fuego de la palabra, esencia universitaria, pero naturalmente algo muy peligroso para aquellos que se escudan detrás de unas rejas cerradas con cadenas, camisetas enrolladas en la cara y proclamas esquemáticas. Ahora entiendo que evidentemente por querer usar la palabra recibí el polvo químico de un extintor: hay que castigar al que no acepta la violencia, ni el diálogo a través de las cadenas, y piensa que razón y democracia son valores que hay que mantener en la educación pública y no el populismo que rebaja la inteligencia.
     Ante quien reclama inerme, la respuesta es la violencia, el ser tildado de mediocre por querer estudiar, y ser calificado, por utilizar como prenda de vestir un común saco o un pantalón de mezclilla, de burgués o colonializado.
     Más tarde se constató algo, que el diálogo no es con cualquiera (ya lo sabemos, eso sería democrático), sino con quienes sí están avalados ideológicamente para establecer un diálogo privado y al interior. Gracias les damos por haberlos convencido para que abrieran de nuevo nuestras puertas, pero ello no excusa la violencia y la existencia de ésta no es más que un síntoma de descomposición de nuestra institución y de la debilidad del Estado de derecho.
     Por la tarde, en la Facultad no quedaba memoria histórica de lo que había sucedido, a fin de cuentas no había pasado nada, simplemente una vez más se había ejercido la violencia contra el espíritu universitario y la función de la institución; pero ¿a quién le importa eso?
     Desde luego no a quienes afirman públicamente que no creen en la democracia y la razón y luego pretenden ser considerados como universitarios. –

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