Un rayo en la frente: Harry Potter y la piedra filosofal

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A mis alumnos de los miércolesUn bebé sobrevive por razones misteriosas al encuentro fatal entre sus padres y un mago perverso, con apenas una herida en forma de rayo en la frente. En su historia descubrimos una Inglaterra paralela habitada por magos, brujas, fantasmas, bestias fabulosas y adeptos a las Artes Oscuras; una Inglaterra en donde la pasión futbolística está presente e intacta: ahí, el futbol se juega en el aire sobre las escobas voladoras del folclor y se llama quidditch. También nos enteramos de que los humanos carentes de facultades mágicas nos llamamos muggles. Leemos sobre un Londres deliciosamente excéntrico, al que se llega naturalmente por metro (como en la brillante Neverwhere de Neil Gaiman) y en donde hay pubs llamados "El caldero roto", tiendas con más historia que Harrods (Ollivander, "fabricantes de excelentes varitas mágicas desde 382 a.C."), bancos vigilados por trasgos, boticas expendedoras de filtros y pociones y sastrerías especializadas en túnicas y capas.
     Harry es un héroe infantil huérfano y maltratado, en la situación de Cenicienta, pero —a diferencia de los protagonistas de los cuentos de Andersen, quienes dependían de su obediencia y mansedumbre para sobrevivir—, es un niño que se gana la simpatía del lector por su sentido del humor (el primo gordo y golpeador que le amarga la existencia le parece "un puerco con peluca"),
      su falta de autocompasión y su ingenio. Este es, en unos renglones, el mundo de Harry Potter, pero la enumeración no basta para explicarnos el fenómeno de lectura y ventas en el que se ha convertido la serie, creada por la escritora escocesa J.K. Rowling.
     Harry Potter es, por supuesto, el heredero directo de una tradición riquísima de literatura para niños —la escrita en lengua inglesa. Esta tradición, sólo en el siglo XX, cuenta con la obra de J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis, James Barrie, Frank Baum y Ursula K. Le Guin. Rowling logra integrar a su serie muchos de los aciertos de sus predecesores y, cuando los rodea del universo minucioso que ha concebido, les da nueva vida. Por ejemplo, el mago-filósofo que se origina en el Merlín medieval y ha tenido sus avatares en Gandalf, el heroico y sabio protector de la Tierra Media, y Nemmerle, el Archimago que ofrenda su vida a cambio de la de su discípulo en el Mago de Terramar de Le Guin, tiene una nueva encarnación en Albus Dumbledore, el director del Colegio Hogwarts de Magia. A.O. Scott escribió de Dumbledore en la revista de Internet Slate: "La teología de Dumbledore, benevolente pero estricta, admite la operación del libre albedrío en un mundo determinado por lo sobrenatural y es clásicamente miltoniana" (citado por Allison Lurie: "Harry Potter's Secrets", The New York Review of Books, 16 de diciembre de 1999).
     J.K. Rowling ha acumulado además un impresionante corpus de sabiduría medieval, y lo utiliza mezclándolo con lo imaginario con ligereza e ingenio. El lector adulto que sea capaz de discernir, en un entretenido juego borgesiano, cuáles son los datos apócrifos y cuáles los históricos, comprobará hasta dónde llega la erudición de esta autora. Nicolas Flamel, uno de los protagonistas de Harry Potter y la piedra filosofal, es, de hecho, una de las figuras más importantes de la tradición alquímica occidental. Según la sabiduría hermética, Flamel ha sido el único que ha "logrado coronar la Obra, el 25 de abril de 1382", es decir, logró, después de 24 años de proceso, obtener la fórmula de la piedra filosofal (véase los Cinco tratados españoles de alquimia, de Juan Eslava Galán).
     La prolijidad casi naturalista de Rowling para describir los acontecimientos imposibles que ocurren en Hogwarts es uno de los rasgos más divertidos de estos libros. Así, en la clase de Transfiguración, dictada por la profesora McGonagall, la maestra transforma su escritorio en puerco y viceversa. Acto seguido McGonagall procede a dictar notas complicadísimas a los ilusionados estudiantes y a media clase les da un cerillo con las instrucciones precisas de cómo transformarlo en una aguja. Sólo una alumna aventajada, después de sudar y acongojarse, logra cambiar un poco su cerillo: lo alarga y lo vuelve plateado.
     Al igual que en la Tierra Media y en Narnia —los hobbits detestan las máquinas y C.S. Lewis aconsejaba nunca escribir a máquina porque pensaba que el ruido de las teclas destruye la capacidad del oído para percibir la musicalidad de los textos—, en este mundo la magia sustituye con ventaja a la tecnología (sólo los muggles tienen coches, tostadores y televisiones). Pero la acción ocurre en esta época y en Hogwarts el alumnado es una mezcla de razas y clases sociales: Parvati Patil es la alumna aventajada de la clase de Adivinación y Cho Chang es la más guapa de las jugadoras de quidditch. En los libros de Harry Potter se refleja, como en un espejo poblado de fuegos fatuos y espectros, la compleja sociedad inglesa actual.
     En Inglaterra ha sido publicada una edición (más cara) con una portada sin ilustraciones, para aquellos adultos a quienes avergüenza leer libros para niños. Se han vendido veinte mil ejemplares. La vergüenza consistiría, más bien, en no atreverse a leerlo sólo porque es un libro para niños. –

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