Un pirata del Caribe

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Tres años se cumplen ya este mes del premio Rulfo a Juan Marsé. Con él cené y bebí tequila, el otro día, en un restaurante de Barcelona. Le dije que me proponía escribir sobre ciertos equívocos que se han creado en torno a su obra y de paso contar cómo un joven aprendiz de joyería y golfo de barrio se sintió de pronto atraído por la llamada de la literatura. Aún estoy esperando que me pregunte qué equívocos eran esos. Tampoco se interesó por saber por qué quería escribir sobre sus orígenes como narrador.
     —Oye —se limitó a decirme—, si vas a hacer eso, procura divertirte.
     Si algo le aburre especialmente a Marsé es hablar de sí mismo. Tiene un alto sentido de la amistad, pero no de la paciencia, de la que no quise pues abusar esa noche. Me hubiera gustado decirle que estoy interesado en losprocesos por los cuales alguien se siente impulsado a escribir. Pero no quisedarle la lata. Sé que a Marsé le gusta más hablar de culos de mujeres o contar sueños de juventud a su amigo Juan de Sagarra o maldecir al nacionalismo catalán y a todos los otros nacionalismos, de los que Marsé desconfía. Como me dijo la otra noche en Barcelona: "No me fío ni un pelo de los nacionalismos ni de sus banderas, no me fío de los himnos, ni de la historia oficial, ni de sus monumentos, ni de su místicapatriotera; me parecen formas larvadas de narcisismo, petulancia y desdicha".
     Me habría gustado contarle esa noche de cena y tequila que en mi opinión se equivocan quienes creen que el escenario de sus libros es el barrio barcelonés donde pasó su infancia. Yo creo que quienes piensan esto andan tan equivocados como los que creen que Marsé siempre escribe la misma novela. Y es que en realidad el escenario de loslibros de Marsé es un barrio mental muy amplio, mundial. Es un territorio de ficción y no ese barrio barcelonés donde, dicho sea de paso, vivo yo desde hace 25 años. Ese barrio mental y mundial es más bien un cóctel muy flexible de antiguas barriadas: la de La Salut y el Carmel, las del Guinardó y Gracia, pero también las de un barrio de fría luz de Shangai, por ejemplo. En fin,un territorio mental en constanteexpansión, un barrio inventado por el narrador menos intelectual —se molesta mucho si alguien le aplica esteadjetivo— que hay en este mundo.
     Un barrio inventado y en continua expansión. Tan grande es la expansión que Marsé, el menos intelectual detodos los premios Rulfo, ha llegadoincluso a citar últimamente, en entrevistas, a los intelectuales Kafka yCanetti. Desde aquí cariñosamente le envío, desde el barrio de su infancia, una cita de Canetti a propósito de la expansión: "Kafka ha influido demasiado en mí en estos últimos años. Me haquitado el gusto por la expansión, que era el aliento de mi vida".
     La expansión mental de su territorio de ficción comenzó en el mismo instante en que cruzó una calle y se escapó del barrio de su infancia y se puso a escribir, es decir, se puso a canalizar su gusto por la expansión, a vivir con renovado aliento en su barrio a base de inventárselo, a base de aventurarse —como un pirata caribeño— en lo que estaba más allá de los límites físicos del mapa de su infancia, a base de adentrarse en elespacio en blanco de la primera página del mundo, de su nuevo mundo.
     Para irse del barrio y al mismo tiempo quedarse en él para inventarlo, lo primero que hizo Marsé fue cruzar una calle e ir más allá de la casa de Tina (la protagonista de su primera novela,Encerrados con un solo juguete, María en la vida real), su primer escarceo sentimental. La memoria de Tina está ligada a los días en que el joven Marsé, aprendiz de joyero, iba a la plaza Rovira y, en una librería que no existe desde hace medio siglo, alquilaba novelas que leía con toda voracidad y que le servían, junto a sesiones continuas de cine, para escapar de la mediocridad de la siniestra época en que le había tocado vivir: "Era un tiempo muy curioso: Si no te jodían unos, te jodían los otros".
     Le contaba Juan Marsé a Marcos Ordóñez en un brillante reportaje de hace años: "En esos días leía muchísimo, todo lo que pillaba. Balzac y El Coyote, Stendhal y Salgari, Stevenson y Edgar Wallace. Y las novelas de la Biblioteca de Oro y la literatura seria que publicaba José Janés y cuyos máximos exponentes eran Somerset Maugham y Lajos Zihaly… Y los descubrimientos:
     Santuario de Faulkner, en la edición de Austral".
     Al aprendiz de joyero el libro de Faulkner le entusiasmó, le gustó tanto que en el servicio militar, como un idiota, se lo pasó a un capitán que le pidió algo para leer y de poco no le arresta. "¡Le he pedido una novela! ¿No sabe usted lo que es una novela? ¡Una del oeste, coño!"
     Ya en la misma primera página de la edición de Austral de Santuario encontramos un diálogo que debió impresionar al joven Marsé, al futuro joyero de la literatura, entonces aprendiz. Dos personas se encuentran y parecen llevar ambas una pistola en el bolsillo. Sin embargo, lo que lleva una es un libro, la otra un pañuelo para este valle de lágrimas faulkneriano, donde si no te joden unos, te joden los otros. La del pañuelo se llama Popeye.
     "¿Lee usted libros? —preguntó Popeye".
     Muchos años después, en 1982,encontramos la fantasmal pistola en la primera línea de Un día volveré: "Néstor tenía 16 años y aún llevaba la armónica sujeta al cinturón como si fuese unapistola". Y también en la última línea de ese libro, cuando el padre le dice al hijo que acaba de mear al fondo de un metafórico solar lleno de escombros: "Bien, esconde tu pistolita y vámonos".
     Queda bien claro que Marsé, por si acaso, siempre ha mantenido el dedo en el gatillo de la memoria. Comenzó ahacerlo en el servicio militar en Ceuta, en el año 1954. Allí empezó a escribir. Al principio eran tonterías para elperiódico del cuartel. Le cogió gusto y se encontró escribiéndole a María unas cartas larguísimas, páginas y páginas, en las que evocaba su infancia en el barrio. Aquellas cartas se convertirían en la base de Encerrados con un solo juguete. A su regreso de Ceuta se las pidió a María porque intuyó que podían convertirse en una novela, como así acabó siendo. Después vendría la historia del Premio Biblioteca Breve declarado desierto; las últimas tardes con Tina (a la que pronto sustituiría Teresa); el nacimiento del breve mito del "escritorobrero"; su amistad conCarlos Barral y Jaime Gil de Biedma, quefueron personas decisivas en su formación,no sólo literaria sino también y, sobre todo, cívica.
     El resto de la historia ya es conocido. Y quien no lo conozca lo encontraráleyendo las novelas de Marsé, que constituyen su verdadera y única biografía autorizada. No es verdad que hayaescrito —aunque a veces él así lo piensa— siempre la misma novela. Parece paradójico pero, paralelo a la expansión de la geografía mental de su barrio inventado, se ha adueñado de su mundo y desu estilo narrativo un fenómeno de condensación o de destilación progresiva, cada vez más involucrado en un viaje de inmersión, de búsqueda de lo esencial, como si estuviera viviendo y escribiendo últimamente "con los ojos vueltos —que diría Michaux— a la cuenca interior".
     Lo único que con el tiempo no ha cambiado en él es su manera de reaccionar ante la realidad. Al igual que cuando su abuela le contó la verdad y sólo la verdad sobre sus padres, algunos hechos él no se los cree del todo, o no le interesa creerlos, hasta que pasa el tiempo, hasta que el tiempo los ha transfigurado. Carga con el fardo de las ilusiones cumplidas a medias, o torcidas, o muertas. Cuando se le habla de esto, cita a Canetti: "Queda muy poco de lo que soñábamos de jóvenes, pero ¡cómo pesa ese poco!"
     Al escritor menos intelectual del mundo incluso le gustan algunas cosas de las que escribe, pero nunca se consolará de no haber sido Clark Gable o Gary Cooper o un pirata caribeño del siglo XVI. Suele explicarle a su amigo Juan de Sagarra que de niño soñaba con ser un gran pianista que recorría el mundo entero enamorando a las señoras y que eso es mucho mejor que esa manía por escribir novelas.

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