Ilustración: Vicente Martí

Thomas Mann en la “Weimar del Pacífico”

La admiración que Mann profesaba por Estados Unidos no le impidió ver las tendencias fascistas de su política. Este ensayo detalla los conflictos del novelista con el país que le dio asilo al tiempo que lo vigilaba.
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a Hugo Hiriart, quien me descubrió La montaña mágica cuando los dos éramos muy jóvenes.

En junio de 1952, Thomas Mann –el hombre que según los rumores de la época Franklin Delano Roosevelt habría querido como presidente de Alemania en la posguerra– y su esposa Katia dejaron para siempre su casa en Pacific Palisades, California, para empezar un segundo exilio en el país de la Montaña Mágica.1

Sin ceremonia ni aviso, los Mann regresaban a Zúrich después de un exilio en Estados Unidos de casi veinte años, once de ellos en Los Ángeles. Mann nunca escribió un texto en donde criticara al país que lo acogió pero por sus cartas y diarios sabemos que, en la posguerra, la atmósfera política de Estados Unidos le resultaba “más y más irrespirable”.2

Mann quería creer que la democracia estadounidense tenía una base sólida que le permitiría evitar la tentación fascista pero le preocupaban el tenor y el tono de las audiencias del Comité de Actividades Antiamericanas y el creciente antisemitismo en California. Al mismo tiempo lo tenían intranquilo las confrontaciones con el comunismo en Estados Unidos y en Europa porque le recordaban la estrategia de los nazis para acabar con la oposición política. En el ánimo belicista que llevaba al país a la guerra en Corea veía un futuro problemático y “en el ascenso político del senador Joe McCarthy, Mann advertía escalofriantes similitudes con el encumbramiento de Adolf Hitler en la Alemania de los años treinta”.3

Siete meses después de su arribo a Zúrich, el New York Times lo invita a escribir un ensayo sobre “los peligros de la tendencia actual de la política norteamericana hacia la restricción de entrada y la investigación (y castigo) de la opinión no conformista”.4 Mann escribió una respuesta pero nunca la envió al Times. Su hija Erika y su benefactora Agnes Ernst Meyer, dueña del periódico Washington Post, lo convencieron de no hacer público su malestar por la situación política en Estados Unidos y menos aún escribir un ensayo comparativo en el que justificara su temor de que las tendencias fascistas que veía surgir por todo Estados Unidos le recordaban las de la Alemania nazi. El hecho es que en sus cartas y diarios Mann dejó constancia de que no quería vivir de nuevo las experiencias que había tenido en Alemania.

En 1932, recién efectuada la última elección presidencial directa en la República de Weimar, la brutalidad de los enfrentamientos entre nazis y grupos paramilitares comunistas llevan a Mann a publicar un artículo en el Berliner Tageblatt titulado “Lo que debemos demandar”. Ahí llama al nazismo una “enfermedad nacional” y lo describe como “una mezcolanza de histeria y romanticismo mohoso, un germanismo de megáfono que caricaturiza y vulgariza lo alemán”.5 El país ignora su advertencia y un año después Adolf Hitler se convierte en canciller de Alemania. Cuando sobreviene el sospechoso incendio del Reichstag, Hitler lo interpreta como “una señal del cielo” y llama a los grupos paramilitares nazis a intensificar el asedio a comunistas, concejales, líderes sindicales, políticos e intelectuales.

Ese mismo año, el ministro de propaganda del gobierno nazi, Joseph Goebbels, preside la quema de libros en universidades y plazas de ciudades alemanas. La lista de autores “subversivos” es larga e incomprensible: Malraux, Kafka, Feuchtwanger, Benjamin, Brecht, Einstein, Freud, Gide, Heine, Hemingway, Thomas Jefferson, Aldous Huxley, D. H. Lawrence, Rosa Luxemburg, Marx, Musil, Proust, Harriet Beecher Stowe, Thoreau, Whitman, Tolstói, Trotski, Wilde y muchos más. “Quemaron los libros que ellos no pudieron nunca escribir”, sentenció Mann.6

Aunque los nazis condenaron a la hoguera títulos de Heinrich y Klaus Mann, hermano e hijo de Thomas, no se atrevieron a tocar un solo libro del Nobel. A pesar de ello, cinco días después de la quema de libros, en una carta a Albert Einstein, Mann reveló que le había invadido “la depresión y el terror”; “en el fondo –escribió– soy demasiado alemán para pensar que el exilio permanente no iba a ser una carga demasiado pesada”.7

Alarmados por el desarrollo de los acontecimientos y temiendo por sus vidas, las principales figuras culturales de la nación –en su mayoría judíos, comunistas, socialistas, izquierdistas, y ciudadanos preocupados por la beligerancia nazi– abandonan el país. Kurt Weill, Lotte Lenya, Alfred Döblin y Heinrich Mann escapan a Francia; Bertolt Brecht y su esposa Helene Weigel huyen a Praga.

Thomas no sale huyendo pero terminada una gira europea y siguiendo la recomendación de sus hijos decide quedarse en Suiza sin dar explicaciones. Cuando sus amigos y sus hijos Erika y Klaus le conminan a confrontar abiertamente al régimen, Mann contesta que lo importante es mantener abiertos los canales de comunicación con Alemania para poder influir en los acontecimientos. A diferencia de los exiliados, Mann seguía publicando en Alemania y esto provoca acusaciones de que Thomas y su editor, Gottfried Bermann Fischer, habían encontrado un acomodo político con los nazis. La polémica se intensifica en 1936 con la publicación de un artículo del escritor suizo Eduard Korrodi en el que describe a los exiliados vetados como un puñado de escritores judíos de poca monta y usa a Mann como ejemplo del escritor alemán que sigue publicando en su país.

Mann se siente obligado a responderle. En una “carta abierta” le recuerda a Korrodi que ni él ni su hermano Heinrich son judíos, critica a los nazis, advierte que el odio a los judíos va en contra del cosmopolitismo tradicional europeo, y vaticina que el antisemitismo solo servirá para aislar más a los alemanes del resto de Europa. Hitler responde a la carta despojándole de su ciudadanía y de un doctorado honorario de la Universidad de Bonn.

Mann visita Estados Unidos por primera vez en 1934, con motivo de la publicación en inglés de José y sus hermanos. Regresa al año siguiente para recibir un doctorado honoris causa de Harvard y atender una invitación del presidente Franklin D. Roosevelt para cenar en la Casa Blanca. Mann se deleita conversando con Roosevelt y, a pesar de que recibe el trato de un jefe de Estado, en su diario escribe que “la cena fue mala”.

Cuando Hitler invade Austria, Mann decide establecerse permanentemente en Estados Unidos. “The coming victory of democracy”, su conferencia magistral en Los Ángeles, convoca a más de seis mil personas en el Shrine Auditorium. Este texto, el primero dirigido específicamente al público americano, es importante porque Mann anuncia, no sin sentimiento de culpa,8 su intención de establecerse en la Unión Americana y agrega: “Europa tiene mucho que aprender de Estados Unidos en lo referente a la naturaleza de la democracia.”9 En este momento de su vida, Mann sentía la imperiosa necesidad de alertar al mundo y a Estados Unidos en particular, sobre los peligros del porvenir. “Estados Unidos no necesita lecciones sobre los asuntos que conciernen a la democracia –subraya–. Pero una cosa es instruir y otra es recordar, reflexionar, reexaminar, recuperar en nuestra conciencia lo peligroso que sería sentirnos confiados y seguros de la posesión de nuestros bienes espirituales y morales.”10

El discurso provoca furibundas reacciones en Berlín y sus repercusiones llegan hasta Estados Unidos, donde la embajada de Alemania en Washington y sus consulados por todo el país se valen de una red de organizaciones “patrióticas”, como la “German American Bund”, para hacer saber a Mann su repudio. También la prensa escrita en alemán maltrata a sus compatriotas exiliados reservando sus peores ataques contra Mann, Brecht, y T. W. Adorno.11 Y, cuando se mitigan esos ataques orquestados por las “Ligas”, los grupos de derecha radical estadounidenses los intensifican. La cadena de periódicos de Hearst, que reproducía la información que le enviaban del Ministerio de Propaganda nazi, mantuvo una campaña de difamación permanente contra los intelectuales exiliados en California.

En 1941, al establecerse Mann en Pacific Palisades, un suburbio en la costa de California, surge la llamada “Weimar del Pacífico”. “Apenas exagerando –cita Anthony Heilbut–, Mann decía que en esos años toda la literatura alemana se había establecido en Estados Unidos.”12 En su salon se reunían escritores como Alfred Döblin, Lion Feuchtwanger, Vicki Baum, Aldous Huxley, Christopher Isherwood, Emil Ludwig, Heinrich Mann, Franz Werfel y Alma Mahler Werfel; filósofos como Max Horkheimer y Theodor W. Adorno; arquitectos como Richard Neutra y Rudolph Michael Schindler; músicos como Arnold Schoenberg, Igor Stravinsky y Gregor Piatigorsky; conductores de orquesta como Otto Klemperer y Bruno Walter; directores de cine como Fritz Lang, Ernst Lubitsch, F. W. Murnau, Josef von Sternberg, Erich von Stroheim, Billy Wilder; dramaturgos como Bertolt Brecht y Max Reinhardt; actores como Charles Laughton, Salka Viertel, Peter Lorre, Hedy Lamarr, Greta Garbo y Marlene Dietrich. Se calcula que “entre diez mil y quince mil refugiados alemanes se establecieron en el sur de California entre 1933 y 1941”.13

Dadas sus ligas a los círculos de poder en Washington, D. C., su conexión directa con Roosevelt y con los altos mandos dentro del Departamento de Estado, su amistad con Agnes E. Meyer y su reputación como novelista, Mann se convirtió de inmediato en el líder de los exiliados. Fue así el encargado de explicarles a los estadounidenses las diferencias entre los nazis y los alemanes que huyeron de aquel régimen. Según una encuesta de la revista Fortune en 1939, más del ochenta por ciento de los estadounidenses se oponía a la admisión de refugiados europeos.

En diciembre de 1941, cuando finalmente Roosevelt le declara la guerra a Alemania, Mann se convierte en el más efectivo propagandista de la causa contra Hitler. Denuncia la existencia de los campos de concentración nazis en un momento en el que se negaba su existencia, y predice el Holocausto en discursos, conferencias y emisiones radiales como Deutsche Hörer!, que llegaba a Alemania y el resto de Europa.

Durante esta etapa de su exilio y a pesar de los ocasionales ataques por parte de algunos medios conservadores, Mann se sentía bien en su patria de adopción, admiraba a Roosevelt casi con idolatría y cada vez que podía hablaba con entusiasmo de las virtudes estadounidenses, aun cuando la cultura americana no le impresionaba. A diferencia de Brecht, que veía su exilio como una situación temporal, para Mann “ya no existía una ‘patria’ real o imaginada que pudiera recuperar”.14

En 1942, en “The theme of the Joseph novels”, su conferencia magistral en la Librería del Congreso, Mann afirmó su convicción de que Estados Unidos lideraría al resto del mundo para recuperar “la idea de la humanidad, el sentido del pasado y del futuro, de la tradición y de la revolución, dando forma a una nueva amalgama infinitamente atractiva”.15 En privado, sin embargo, Mann no dejaba de pensar respecto a “la pesada carga de la culpa alemana”. “Lo que más inquieta a Mann es que los horrores nazis los había producido el mismo país al que le debíamos muchas de las mayores glorias de la música de occidente.”16

A principios de 1945 suceden tres acontecimientos de importancia capital: la Conferencia de Yalta en la que se decide la nueva geografía y el futuro de Europa, el suicidio de Hitler y la rendición incondicional de Alemania. En mayo, Mann pronuncia la más conmovedora, controvertida y famosa de sus conferencias magistrales en la Biblioteca del Congreso: “Alemania y los alemanes”. En una autocrítica implacable, Mann se confiesa cómplice de las atrocidades nazis por el hecho de ser alemán y no haberlas impedido. Para Mann –y eso constituye el tema central de su exposición– es imposible separar la Alemania buena de la mala:

La historia cuyo breve bosquejo hoy les he contado, damas y caballeros, es la historia de la “introspección” alemana. Es una historia melancólica, y digo melancólica por no decir trágica porque el infortunio no debe glorificarse. Esta historia debe convencernos de una sola cosa: no hay dos Alemanias, una buena y otra mala, sino una sola en la que la benevolencia degeneró en maldad mediante astucias diabólicas. La Alemania aviesa es la Alemania que se extravió, es la buena Alemania en infortunio, en culpa, en ruina.17

Ese mismo año, Mann recibe una carta –que antes de ser leída por el Nobel había sido abierta y censurada por la oficina de información del Ministerio de Guerra estadounidense– en la que el presidente de la Academia de Escritores Prusianos le pide regresar a vivir a Alemania para cumplir con su tarea histórica. Ya otros grupos le habían demandado un compromiso semejante. Mann responde con un enérgico no: “Soy ciudadano estadounidense y mucho antes de la espantosa derrota alemana yo declaré, en privado y en público, que nunca sería mi intención darle la espalda a Estados Unidos”, además, “ya estoy demasiado viejo para salvar a un país tan profundamente turbado”. Al final de su carta, Mann confiesa haber sufrido “el dolor del exilio, el desarraigo, la nerviosa conmoción de las personas sin hogar”, dando a entender que emocionalmente ya había roto sus vínculos con Alemania.18 (En privado, sin embargo, Mann le confiaba a su amigo Einstein su malestar por el “estado moral” de Estados Unidos, por “la creciente xenofobia y el progresivo antisemitismo”19 que sentía en todo el país.)

En mayo de 1947 Mann hace un viaje a Europa y decide no incluir en su itinerario una escala en Alemania. Esta exclusión provoca un ataque furibundo de Manfred Hausmann, quien en un diario de Alemania del Este llega al extremo de declararle traidor a la patria. Irónicamente, los agentes del FBI que lo vigilan paso a paso informan a sus jefes que el Congreso Internacional del pen Club en Zúrich –al que Mann asiste– es un congreso comunista. A Mann le preocupaban las investigaciones del Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes (huac, por sus siglas en inglés), que por esas fechas había citado a diecinueve guionistas de Hollywood a declarar sus afiliaciones políticas y a testificar sobre la infiltración de comunistas en la industria cinematográfica. En octubre, Mann publica Doctor Faustus en alemán y reta públicamente al huac a que lo invite a declarar en su condición de “testigo hostil”. El Comité ignora su petición.

En 1949, Mann recibe invitaciones por parte de las dos Alemanias, con el fin de conmemorar el ducentésimo aniversario del nacimiento de Goethe. Mann sabe que una visita a Alemania del Este será explotada políticamente por sus enemigos, sobre todo en Estados Unidos, pero tampoco quiere ir a la otra Alemania, consciente de que se tomaría como una señal de aprobación al nuevo régimen. Al final, acepta las dos pensando que así evidenciaría su neutralidad. En Frankfurt, en las páginas del Frankfurter Allgemeine lo acusan de traidor a la patria y por su visita a Weimar lo acusan de complicidad en los crímenes contra la humanidad perpetrados por Stalin. En este viaje, Mann decide que no regresaría a vivir a Alemania porque está convencido de que los alemanes no habían entendido la lección. Con “demasiada frecuencia puedo descubrir el gesto fascista bajo el barniz festivo”, escribe.20 Y mientras esto sucede, Mann da muestras de su creciente angustia al confesarle en una carta a su amiga Meyer que su odio al Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara Baja es casi tan grande como el que llegó a sentir por Hitler.21 Mientras tanto, su situación en Estados Unidos sigue complicándose por el acoso de los medios, de la extrema derecha y del FBI. Según Hermann Kurzke, “su expediente en el FBI contenía más de mil entradas sobre sus actividades entre 1937 y 1952”.22

Entre 1949 y 1951, Eugene Tillinger, un “periodista” a sueldo, escribe una serie de cuatro artículos difamatorios contra Mann que fueron publicados en revistas subvencionadas por el FBI23 y, cada vez que era atacado en la prensa diaria, las revistas Time y Life repetían mecánicamente la acusación de que Mann era un “títere de los comunistas”, esto con el fin de forzar al huac a que lo llamara a testificar. Nunca lo lograron y tuvieron que conformarse con una abyecta mención de reproche en el pleno de la Cámara de Representantes. La inclusión de un artículo de Tillinger en el Congressional Record motiva una respuesta airada de Mann:

No soy comunista y nunca lo he sido. Tampoco soy “compañero de viaje” ni podría nunca serlo a un destino totalitario. Para mí fue un honor y un gozo hacerme ciudadano de este país. Pero el odio histérico, irracional y ciego al comunismo representa un peligro para América mucho mayor que el que representa el comunismo oriundo. En efecto, la manía persecutoria y la persecución maniática a la que hemos sucumbido, y a la que parece que estamos a punto de ofrendar nuestros cuerpos y almas, no puede conducir a nada positivo. Si no cambiamos el curso nos conducirán de lo malo a lo peor. Esto es algo que en esta ocasión debe ser dicho.24

Los Mann viajan a Lugano en 1951 y se encuentran con Hermann Hesse, quien les habla de la “falsedad del idealismo americano”,25 y esto sucede justo en el momento en que Mann pondera la posibilidad de regresar a Europa. A los Mann, escribe Ronald Hayman, les preocupa también su hija Erika, “su salud empeoraba por la serie de humillaciones y desencantos que venía sufriendo así como por la majadería de los agentes del FBI que la acosaban con sus interrogatorios”.26

En diciembre de ese mismo año, Mann finalmente decide vender su casa en Pacific Palisades. “Casi todos mis recuerdos son dolorosos y el futuro solo presagia fracasos. Quiero irme a Suiza no tanto a vivir sino a morir ahí”,27 escribe en su diario.

La obra de Thomas Mann es vasta en calidad y cantidad. Mann escribió novelas, novellas, cuentos y ensayos que retratan su época y expresan sus ideas y reflexiones sobre el arte, la literatura, la filosofía, la cultura, la política, la burguesía europea, la salud, las enfermedades, la sexualidad, la muerte y la vida. Para describir la dimensión de su obra, T. J. Reed 28 usa la palabra alemana Erkenntnis, un concepto que abarca conocimiento, revelación, análisis y entendimiento. Erkenntnis que se manifiesta en los ensayos, discursos, conferencias, programas de radio, diarios y cartas que compendian su compleja evolución política. Por ello, para comprenderle a cabalidad hay que analizar todos sus escritos y establecer las respectivas correspondencias.

Hans Vaget, el autor de un libro fundamental sobre Mann, Thomas Mann, der Amerikaner, ha explicado la reticencia de Mann a criticar a Estados Unidos como una muestra del agradecimiento que sentía hacia el país que lo acogió y sugiere que fueron la nostalgia, el cansancio y el deseo de regresar a Europa a morir en lo suyo lo que lo animó a abandonar la Unión Americana. Sin embargo, la explicación es solo parcialmente cierta pues el propio Vaget admite que su estancia en Estados Unidos en los años cuarenta, ese momento que el poeta W. H. Auden describió como “una década de bajeza y deshonestidad”,29 influyó en su decisión de irse al segundo exilio cansado de ser perseguido, calumniado y humillado. Peor aún, en la etapa de la posguerra, Seymour Martin Lipset escribe: “La derecha radical se fija el objetivo de cambiar las instituciones norteamericanas y de eliminar a quienes amenazan sus creencias y/o sus intereses económicos.”30 Y en su desesperado intento por imponer su ideología los políticos de extrema derecha logran imponer restricciones a la libertad de reunión, de petición, de asociación, de expresión, de prensa, de enseñanza y de investigación que afectan a Mann y, sobre todo, a los estadounidenses. En este sentido, Mann tenía razón cuando advertía que las tendencias fascistas que empezaban a proliferar en Estados Unidos le recordaban el inicio del nazismo en Alemania. ~

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 No hay constancia escrita que confirme la referencia a las preferencias de Roosevelt pero en varios libros sobre Mann aparece como un secreto a voces. Véase, por ejemplo, Kevin Starr, The dream endures: California enters the 1940s, Nueva York, Oxford University Press, 1977, p. 372, y Anthony Heilbut, Exiled in paradise: German refugee artists and intellectuals in America from the 1930s to the present, Berkeley, University of California Press, 1997, p. 261.

2 Richard Winston, “Introduction”, Letters of Thomas Mann, 1889-1955, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1971, p.XLIII.

3 Ibíd., p. XLIII.

4 Ronald Hayman, Thomas Mann, Nueva York, Scribner, 1955, p. 600.

5 Mann, Letters, op. cit., p. XXXIV

6 Heilbut, op. cit., p. 305.

7 Mann, Letters, op. cit., p. 198.

8 Thomas Mann, Order of the day: Political essays and speeches of two decades, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1942, pp. XIII y 114-115.

9 Ibíd., p. 114.

10 Ibíd., p. 115.

11 California Weckruf, California Staatszeitung, Süd California Deutsche Zeitung, California Demokrat y New Germany.

12 Heilbut, op. cit., p. 261.

13 Ehrhard Bahr, Weimar on the Pacific: German exile culture in Los Angeles and the crisis of modernism, Berkeley/Los Ángeles/Londres, University of California Press, 2008, p. 3.

14 Heilbut, op. cit., p. 299.

15 Thomas Mann, Thomas Mann’s addresses delivered at the Library of Congress, 1942-1949, La Vergne, Wildside Press, p. 17.

16 Hans Rudolf Vaget, “The tragic German patriot” (Fourth Carl Schurz Lecture on Thomas Mann), Library of Congress, 25 de marzo de 1994, transcript, p. 3.

17 Mann, Thomas Mann’s addresses delivered at the Library of Congress, op. cit., p. 64.

18 Mann, Letters, op. cit., p. 480.

19 Ibíd., p. 486.

20 Donald Prater, Thomas Mann: A Life, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 2995, p. 517.

21 Ibíd., pp. 410-411.

22 Hermann Kurzke, Thomas Mann: Life as a work of art. A biography, Princeton/Oxford, Princeton University Press, 2002, p. 518.

23 Wolfgang Elfe, James Hardin y Gunther Holst (eds.), The fortunes of German writers in America: Studies in literary reception, Columbia, University of South Carolina Press, 1992, p. 139.

24 Mann, Letters, op. cit., p. 613.

25 Hayman, op. cit., p. 587.

26 Ibíd., p. 591.

27 Thomas Mann, Tagebücher, 5 de diciembre de 1951.

28 T. J. Reed, “Mann and history”, The Cambridge Companion to Thomas Mann, edición de Ritchie Robertson, Cambridge, Cambridge University Press, 2002.

29 W. H. Auden, “September 1, 1939”, The collected poetry of W. H. Auden, Nueva York, Random House, 1945, p. 57.

30 Seymour Martin Lipset, “The sources of the American right” (1955), The radical right, edición de Daniel Bell, New Brunswick, Transaction Publishers, 2002, p. 307.

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