Rupturas en la continuidad

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Las elecciones del 7 de febrero de 2010 en Costa Rica se llevaron a cabo bajo el signo de una aparente continuidad. Con el 46.8% de los votos válidos, Laura Chinchilla, del gobernante Partido Liberación Nacional (PLN), fue electa en primera vuelta, garantizando la permanencia de las políticas del presidente saliente, Óscar Arias. Sin embargo, la victoria del oficialismo también se inscribe en una serie de rupturas no menos importantes, que ponen en juego la estabilidad, la legitimidad y la gobernabilidad excepcionales de la democracia más antigua del istmo.

 

Campañas y apuestas políticas

Desde meses Chinchilla dominaba las intenciones de voto en las encuestas, partiendo de un elevadísimo 63% en septiembre de 2009, y estabilizándose alrededor del 42% entre diciembre y enero. Lejos, con fluctuaciones importantes, los candidatos del Movimiento Libertario (ML), Otto Guevara, y del Partido Acción Ciudadana (PAC), Ottón Solís, oscilaron a su vez entre el 13 y el 20% de las preferencias, despuntando Guevara en diciembre como el segundo favorito, con hasta el 32% entre los votantes probables.

En cuanto a las campañas, estas se enfocaron, esencialmente, en el “carácter” y en… ¡las manos de los contendientes! Con un mensaje agresivo de “mano dura”, Guevara centró su discurso en la inseguridad. Omnipresente en la propaganda libertaria, este tema inició la campaña y también terminó dominando su tonalidad en los medios, pese al incremento sensible del desempleo y a una ligera recesión económica. Sobre la defensiva, la oficialista Chinchilla solamente hizo subir el tono hacia el final de su campaña. Su lema fue sobrio, a la manera del diseño estilizado y cibernético de su comunicación visual (una flechita en un pequeño círculo verde, acompañada de la palabra adelante): con “manos firmes”, con “honestidad e inteligencia en contra de la inseguridad”.

Con una propuesta distinta, de “manos limpias”, Ottón Solís siguió fiel a su añejo combate contra la corrupción, que casi lo llevó a la presidencia en 2006. Pese a los escándalos de la administración saliente, su popularidad mostró signos de desgaste en esta ocasión. El dirigente del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), Luis Fishman, trató de posicionarse con una campaña más heterodoxa, presentándose como el candidato “menos malo”. Asumiendo la candidatura a última hora, tras la condena judicial del favorito virtual, el ex presidente socialcristiano Rafael Ángel Calderón (1990-1994), Fishman repuntó brevemente a mediados de enero, pero nunca alcanzó los dos dígitos en las encuestas de opinión. Los cinco candidatos restantes, sin recursos organizativos ni financieros, permanecieron en el margen de error, lo que incitó a dos de ellos a conformar una alianza tardía en apoyo a la candidatura presidencial de Solís.

 

Votar es pura vida”

La noche del 7 de febrero, tras una jornada tranquila de movilización cívica, los resultados despejaron rápidamente las dudas sobre una posible segunda vuelta. Con el 48.7% del voto en el primer corte de las 20:30 (11.4% de las mesas), la candidata del PLNn estableció de entrada una amplia ventaja sobre sus contrincantes, obteniendo el 46.8% en el escrutinio final. Considerando la recuperación de la participación, que alcanzó 69% tras haber tocado fondo con 65% en 2006, dicho porcentaje no es nada despreciable.

Por vez primera un(a) candidato(a) “oficialista” es electo(a) con un porcentaje superior al presidente saliente (40.9%) pero, sobre todo, por un margen que casi duplica el resultado de su competidor más cercano (25.1%), reuniendo más que la suma de la segunda y la tercera fuerzas (45.9%). En efecto, Chinchilla captó una parte importante del voto dividido o “quebrado”, recibiendo 25% más de los votos que su partido en las legislativas (37.2%), e incrementando su caudal de 664 mil a 904 mil electores entre 2006 y 2010 (proyecciones con el 95% de los resultados disponibles). Ello no solamente ilustra la atracción personal de la candidata sino la capacidad de Liberación Nacional para resanar las divisiones internas y movilizar un partido unido y cohesionado, que vuelve a erigirse en una fuerza dominante en un contexto de creciente fragmentación de la oposición.

De esta forma, las elecciones costarricenses volvieron a un cauce tranquilo, produciendo certeza y legitimidad. Tras un conflicto postelectoral muy delicado en 2006, se disipó el escenario temido de un ballotage indeterminado, con una diferencia reñida entre Guevara y Solís. Contradiciendo las tendencias de las encuestas, el primero resultó ser más débil que el segundo, sumando don Otto apenas 400 mil sufragios, contra 486 mil a favor de don Ottón. La marcada polarización que generó el referendo sobre el Tratado de Libre Comercio (TLC) en 2007, que solamente se aprobó con 51.6%, tampoco se reflejó en las legislativas de 2010, caracterizadas por una dispersión todavía mayor.

 

Crisis de partidos e ingobernabilidad

Sin embargo, detrás de esta imagen de regeneración y continuidad, se esconden riesgos serios para la estabilidad y gobernabilidad de la democracia costarricense. En primer lugar, sigue abierta la crisis del sistema de partidos. Si bien en 2006 el derrumbe del PUSC, el debilitamiento del PLN y la afirmación del PAC abrieron la posibilidad de un realineamiento electoral, este no se concretizó en 2010 y la oposición se fragmentó todavía más. Ahora el bipartidismo de los ochenta y los noventa aparece como una suerte de paréntesis histórico, cediendo el paso a una fuerte atomización. Esta se refleja en el número de partidos contendientes (nueve en las presidenciales, dieciocho en las legislativas), así como en el de las fuerzas que accederán a la Asamblea Nacional.

Ello plantea un escenario delicado para la gobernabilidad. El partido de la presidenta Chinchilla solamente controlará el 40% de los 57 escaños legislativos, lo que la obligará a negociar constantemente con la oposición. Esta situación de “gobierno dividido” no es nueva en Costa Rica. Desde 1994 ningún presidente ha contado con una mayoría legislativa incondicional. Mientras que Figueres (1994-1998) contó con 28 legisladores, Rodríguez (1998-2002) obtuvo 27 y Pacheco (2002-2006) solamente 19 diputados.

Habiendo gobernado Arias (2006-2010) con 25 diputados liberacionistas, la nueva presidenta lo hará con 23 legisladores, frente a cuatro bancadas importantes. La generalización del voto “quebrado” entre las presidenciales y las legislativas produjo una marcada fragmentación en la Asamblea Nacional, con una representación desigual del PLN (40%), del PAC (19%), del ML(17.5%), del PUSC (10.5%), del Frente Amplio (1.8%), de Renovación Costarricense (1.8%), de Restauración Nacional (1.8%) y de… Accesibilidad sin Exclusión (7%), partido que dio la sorpresa con su programa de inclusión de los incapacitados.

 

Los talones de Aquiles de la democracia costarricense

Es en este contexto de creciente fragmentación que se plantea la cuestión de la calidad del proceso electoral, un tema desestimado por un pueblo orgulloso de su arraigada cultura cívica. En el pasado las elecciones eran disputadas por dos grandes fuerzas contendientes (el PLN y el PUSC), que se extendían a –y controlaban mutuamente– lo largo y ancho del territorio nacional. Ambas contaban con una sólida estructura de militantes, apoyándose en redes extensas de lealtades e intercambios de tipo clientelar.

Ahora, dichos partidos tradicionales “de masas” no solamente se han fragmentado, sino que se han transformado en maquinarias electorales modernas “atrápalo todo” que gastan millones de dólares en mercadotecnia pero carecen de capacidades logísticas en las áreas rurales del país. El 7 de febrero ni siquiera el partido más grande del país logró desplegar suficientes militantes para cubrir las 6 mil 617 mesas receptoras de votos. Y la segunda fuerza solamente logró recuperar, al realizarse el escrutinio oficial de los votos, el 16% de las actas a través de sus fiscales.

La confiabilidad del proceso reposó, así, no en los representantes de los partidos sino en los 13 mil 234 “auxiliares” que reclutó el Tribunal Supremo Electoral (TSE) para garantizar la integración de las mesas. Con todo y este esfuerzo, este nuevo procedimiento no impidió numerosas fallas e inconsistencias que obligaron a recontar una de cada dos casillas. Ahí reside el primer talón de Aquiles de la democracia más antigua de Centroamérica. Y esto plantea retos serios para el futuro, ya que no resulta probable que los partidos logren reconstituir sus estructuras territoriales tradicionales en un plazo cercano.

Finalmente, el problema más delicado se relaciona con el elevadísimo costo de las campañas, que estuvieron marcadas por una visible desigualdad. El gasto en publicidad política rebasó los 9 millones de dólares, de los que el PLN ejerció el 40%, el ML el 30% y el PAC tan sólo el 10%. Un voto libertario “costó”, así, 3.6 veces más que un voto de Acción Ciudadana. Pero si bien el financiamiento público es fiscalizado por el TSE, persisten problemas serios para controlar los aportes privados. En esta materia, Costa Rica se enfrenta a los mismos problemas de financiamiento indirecto, oculto e ilícito que atañen a toda la región, y que hacen pesar limitaciones reales sobre el ejercicio soberano del poder político.

 

¿Qué sigue ahora en Costa Rica?

Negociaciones y compromisos: entre el gobierno y las bancadas de oposición, pero también en el seno del partido gobernante. Durante la campaña, Chinchilla fue caricaturizada por Solís como la marioneta de los hermanos Arias. La integración de su futura administración revelará su margen efectivo de maniobra e independencia. En cuanto a las prioridades de la nueva presidenta electa, la politóloga reiteró desde el primer día el tema central de toda la campaña: “Seguridad, seguridad, seguridad”. Y como bien es cierto que la inseguridad se siente al caminar en las calles al oscurecer, habrá que esperar que ahora, ya como jefa del ejecutivo, la antigua vicepresidenta y ministra liberacionista de Justicia, obtenga algún éxito en este ámbito. ~

 

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(San Salvador, 1971), sociólogo, es investigador asociado del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos.


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