Sanguinetti sobre América Latina

América Latina vive un momento convulso entre protestas sociales y cambios de gobierno. En esta entrevista el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti examina el estado de la democracia en la región.
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Conocí a Julio María Sanguinetti (Montevideo, 1936) durante su segundo periodo como presidente de Uruguay (1995-2000). Corría el año de 1999 y él se presentó, como un ponente más, a una mesa redonda en homenaje a Octavio Paz, fallecido un año atrás. Después de la charla, haciendo uso de la tradicional informalidad de los presidentes uruguayos, tomamos un taxi y fuimos a merendar a un restaurante popular, donde ninguno de los comensales tomó nota de su presencia. Político letrado y periodista, en 2008 publicó La agonía de una democracia. Proceso de la caída de las instituciones en el Uruguay (1963-1973), el más conocido de sus libros en el extranjero, una combinación de historia contemporánea y crónica personal del itinerario que convertiría a la alguna vez llamada “Suiza de América” en una más de las cruentas dictaduras sudamericanas, que según Sanguinetti, como también lo reconoció el general izquierdista Líber Seregni en 1998, fue responsabilidad compartida, como otro de los coletazos de la Guerra Fría que destruyeron a viejas democracias, de los militares apoyados por Washington y de la guerrilla tupamara.

Los derechos políticos de Sanguinetti, como les ocurrió a miles de sus compatriotas, le fueron suspendidos. Seis meses antes del autogolpe de Estado del presidente Juan María Bordaberry en 1973, Sanguinetti había renunciado a su puesto en el gabinete como ministro de Educación. En noviembre de 1984, su oposición a la dictadura cívico-militar le valió ser elegido en las urnas como el primer presidente constitucional tras los doce años de dictadura. En 2000 fue acusado por el poeta Juan Gelman, antiguo militante montonero, de obstaculizar la búsqueda, en el Uruguay, de sus familiares desaparecidos por la dictadura argentina.

Actualmente, es senador y secretario general del Partido Colorado. Sus posiciones liberales lo han hecho respaldar las leyes que permitieron la despenalización del aborto y el matrimonio homosexual, en contra de las posiciones mayoritarias en su propio partido. Empero, la legalización de la mariguana, promovida por el Frente Amplio, en el poder hasta el 29 de febrero de este año, le parece un desastre.

Usted participó de la oleada democrática en América Latina tras las dictaduras de los años  setenta del siglo pasado. Treinta y cinco años después, pareciera que la democracia liberal no arraigó del todo en nuestros países. ¿Qué pasó?

Los años ochenta fueron un viento fuerte y esperanzado. Desde entonces tuvimos avances no despreciables. Lo que ocurre es que los cambios culturales son lentos y requieren generaciones. Los cambios institucionales, al depender de la decisión de actores políticos, pueden ser más rápidos y en eso hemos mejorado. Crisis recientes como la brasileña, la boliviana o la peruana se resolvieron dentro de la legalidad y eso no es poca cosa. Convengamos en que no es solo sabiduría política, porque hay un ingrediente nada despreciable: el repliegue de las fuerzas armadas que hoy, pasada la Guerra Fría, no aparece en la frontera política. El enojo y desasosiego que se viven ahora, asociados al incremento del narcotráfico, pueden provocar un clima en el que la demanda de orden prevalezca sobre las demás prioridades. De allí la posibilidad populista.

¿Qué hay de nuevo y qué hay de viejo en la izquierda populista en el poder? ¿Chávez y Maduro, Evo Morales, López Obrador y el regreso del peronismo? ¿Son tradición o novedad?

Cuba y Venezuela no son populismo. La primera es una dictadura marxista consolidada, la segunda es un intento de lo mismo, aún no asentado, pero con ese horizonte. El socialismo del siglo XXI tiene como referente a Cuba. Lo de México o Argentina se inscribe dentro de su política tradicional. Pueden ser mirados como una nostalgia más que como una revolución en ciernes. Nostalgia de tiempos de prosperidad que no son los de la globalización actual, con sus exigencias de competitividad. Lo importante, en ambos casos, es que la institucionalidad ha arraigado con más fuerza. No estamos en los tiempos del pri, dueño de las elecciones, ni del peronismo corporativo gobernando.

Respecto al alineamiento del presidente de México con Maduro, Morales y el desvencijado bloque bolivariano, ¿qué tanto, en su opinión, altera ese movimiento mexicano el tablero latinoamericano?

México siempre es importante. De él esperamos, si no un alineamiento con ningún bloque específico, una posición activa en la preservación democrática del continente. Eso sería importante porque lo de Venezuela es cada día más dramático. Por lo mismo, vemos con preocupación las últimas decisiones del presidente mexicano.

En cuanto a la Argentina, ¿por qué fracasó Macri?

Lo primero que le ocurrió es que tenía una elección parcial a dos años vista, que podía dejarlo baldío si la perdía, y entonces no hizo lo que era necesario. Se endeudó para llegar hasta allí, ganó la elección pero, con la luna de miel ya agotada, debió enfrentar una situación económica muy agravada por la postergación de esas medidas. Con cierta ingenuidad pensó que su sola presencia iba a atraer inversiones y no fue así porque no se daban las certezas necesarias. No pudo con la inflación y el descontento creció. Con todo, rescatemos que fue un gobierno con honestidad administrativa y libertades públicas, algo muy importante luego de un kirchnerismo que amenazó a la prensa de un modo opresivo.

¿Cuál es su opinión sobre el fenómeno Bolsonaro en Brasil?

Brasil es un país muy particular, que no responde a los parámetros generales en América Latina. Fue monarquía hasta casi el final del siglo xix, su economía colonial se basó en la esclavitud, no tuvo revolución de independencia y nunca llegó a tener partidos nacionales estables, ni aun en tiempos del Imperio. En los últimos años, luego de la dictadura, a partir de 1985, avanzó notablemente y se alternaron el psdb y el pt (Fernando Henrique y Lula), en cinco periodos. Desgraciadamente, el fenómeno de corrupción arrastró a los partidos y eso generó el espacio para un político como Bolsonaro. No era un outsider porque estaba en el Parlamento hacía añares, pero su rigor en la lucha contra el crimen, prioridad muy sentida por la población, le dio la oportunidad y llegó por el voto popular. A esta altura se han despejado algunas incógnitas apocalípticas que se basaban en dichos muy reaccionarios de su parte. Las instituciones funcionan, la economía está razonablemente manejada y, si bien pueden señalarse muchas carencias –falta de una gran visión estratégica y una actuación personalísima del presidente–, su situación luce estable, con algunos avances significativos, como la reforma de la previsión social.

Me estremece la dificultad de Bolsonaro y sus personeros para ocultar un ideario francamente fascista –no visto en América Latina desde 1945–, como lo demuestra la reciente puesta en escena, a lo Goebbels, del ex secretario especial de Cultura Roberto Alvim. ¿No se trata de señales, si no apocalípticas, al menos muy alarmantes?

El gobierno de Bolsonaro es bastante contradictorio, pero las previsiones apocalípticas que se hacían no se han dado. Él ha reaccionado bien cada vez que ha habido un pujo de tipo fascistoide y no se advierten amenazas a las libertades. Su problema es que se suele enredar con sus declaraciones y ello lo lleva a debates anecdóticos de los que no siempre sale bien parado y que, especialmente en el exterior, se amplifican. En cuanto a la administración viene bien. Logró sacar una reforma de seguridad social importante y la economía está creciendo. No da para juzgar a la ligera.

No hemos hablado de Chile, el caso más sorprendente y alarmante.

Chile es un cumplido ejemplo de las contradicciones de una sociedad en avance, con clases medias creciendo. Cuando se produce la gran transformación de los sistemas productivos, con su consiguiente inseguridad de empleo, las expectativas riñen con las posibilidades. Es verdad que el país todavía adolece de viejos rezagos sociales de origen colonial, pero es destacable la mejoría en ciertos aspectos económicos y sociales. El tema es que con esto van creciendo paralelamente las demandas, incluida una política diferente confusamente dibujada en las redes sociales, que aleja al ciudadano de las estructuras partidarias. Amén de que, una vez que la gente está en la plaza, aparecen los grupos radicales y los enlaces del crimen organizado, envenenando el clima democrático. Allí no solo hubo protestas legítimas. También hubo violencia radical y delictiva.

¿Cuál es su balance de los quince años del Frente Amplio en el Uruguay y las causas de su reciente derrota?

El Frente Amplio llegó con un discurso de la izquierda histórica: nacionalizar la banca, hacer una reforma agraria, no pagar la deuda externa. Pero ya en el poder no se encaminó en esa dirección y administró la situación dentro de sus parámetros clásicos. Tuvo la inmensa fortuna de que el país había vivido una tremenda crisis en 2002, que llegó desde la quiebra bancaria argentina y derrumbó al partido en el gobierno. Pero se encontró con un gobierno que no había declarado el default como Argentina, tenía el máximo de credibilidad internacional y ya había puesto al país en crecimiento rápidamente, de modo que la primavera de la soya y las materias primas –entre 2004 y 2014– le generó excedentes realmente inéditos. Eso le permitió hacer una política redistributiva lindante con el despilfarro, escasa inversión, enorme gasto público y buenas elecciones. Pero se agotó en torno al 2015. Entonces hubo que empezar a administrar y ya nada se le hizo fácil. A su vez, un problema fuerte de inseguridad ciudadana generó un gran malestar, asociado a un claro fracaso en la educación pública, un fuerte déficit fiscal y un aumento del desempleo. Por eso fue superado por una coalición de los partidos opositores que registró cambios. A los dos partidos históricos, Nacional y Colorado, se les sumaron Cabildo Abierto, un nuevo partido liderado por Guido Manini Ríos, comandante en jefe del ejército hasta el 2019, el Partido Independiente de centro-izquierda y el conservador Partido de la Gente. La novedad es que haya abiertamente un militar en la coalición como respuesta a una demanda de autoridad y seguridad ciudadana. El nuevo gobierno está empezando con buenos augurios, pero la situación económica es difícil, con 5% del pib de déficit y la seguridad social casi en quiebra.

¿Qué efectos advierte como consecuencia de la despenalización y el comercio legal de la mariguana en su país, una de las políticas más populares del Frente Amplio? ¿Ya es tiempo de hacer un primer balance?

La legalización de la mariguana, objetivamente, ha producido una baja de la percepción general sobre el riesgo de las drogas y ha aumentado su consumo. Desde el ángulo de la seguridad ciudadana ha sido un desastre porque la delincuencia ha crecido y el narcotráfico alcanzó una presencia absolutamente inédita. El gobierno valoriza que un tercio de los consumidores de mariguana compra productos garantizados, pero es muy magro resultado para el problema generalizado en el que estamos. El narco ha asumido a Uruguay como una gran plataforma de tránsito. Es un problema realmente muy complejo.

¿Qué opinión final tiene sobre la situación latinoamericana?

A nuestro hemisferio le está costando entender la revolución de la que somos parte. Si la riqueza cambió en favor de la tecnología digital y la robotización, si la geopolítica cambió y ahora China y el Oriente tienen mayor peso y Europa menos, si gracias a las redes sociales nos comunicamos distinto, si la experiencia histórica ya no resiste explicaciones sobre las economías socialistas planificadas, ¿cómo es que seguimos soñando con lo que no existe y ya fracasó en todas sus variantes? Lo que queda de Cuba y Venezuela son dinosaurios de un tiempo histórico desaparecido. Desgraciadamente, seguimos enredándonos en debates antihistóricos, cuando hoy lo único progresista es la democracia, la innovación tecnológica y una educación que prepare para los nuevos tiempos. ~

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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