Revelar al monstruo

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Enrique Serna

El vendedor de silencio

Ciudad de México, Alfaguara, 2019,

488 pp.

Apenas vieron su coche de lejos, los guardias del Estado Mayor le abrieron las rejas verdes de par en par. Dio las gracias con un saludo militar y al recorrer los suntuosos jardines, entre abetos que arañaban el cielo y geométricos macizos de flores, lo invadió la euforia serena de los cortesanos afianzados en su jerarquía. Bienvenido al reino encantado, pensó, nada ni nadie podrá sacarte de aquí.

Enrique Serna,

El vendedor de silencio

Un periodista de traje elegante y sombrero borsalino va a visitar a un político en ascenso para ofrecerle dos columnas: en una lo ensalza y le pronostica un puesto de gran importancia; en la otra aparece expuesto el negocio sucio que arruinaría su reputación y su carrera. El primero le cuesta mil pesos, le dice, el otro le sale gratis: ¿qué prefiere? Si este tipo de extorsión prosperaba, era porque la paga de los políticos a los periodistas por publicar u ocultar información fue de lo más común en buena parte del siglo XX mexicano, bajo el reinado del PRI. El periodista estrella de este método, aprendido del siniestro Maximino Ávila Camacho, se llamó Carlos Denegri.

Es difícil creer que pudo haber existido alguna vez un periodista como él: culto, políglota, sagaz, autor de reportajes sobre la Segunda Guerra Mundial y entrevistas a líderes mundiales que dieron un lugar preponderante en el periodismo a Excélsior –“El periódico de la vida nacional”–, Denegri tenía todas las puertas abiertas y ningún secreto se le ocultaba; una frase en su esperada y temida columna Miscelánea política representaba el cielo o el infierno para los políticos de toda laya. Dueño de un privilegiado instinto para descubrir las entretelas detrás de toda noticia, el marchante administrador de alabanzas, mensajes y silencios que cobraba carísimos mantendría su poder por más de treinta años sin aceptar órdenes de nadie, más que del señor presidente, única autoridad que aceptaba por encima de la suya. Su frase más famosa, de la que se enorgullecía, era: “En los años cuarenta la Revolución mexicana se bajó del caballo y se subió al Cadillac.” Denegri recorrió en ese Cadillac varios sexenios, hasta su violenta y poco sorpresiva muerte a finales de los años sesenta.

Hacía falta una novela sobre Denegri, pues su presencia colorea mucho de lo que fue la historia del poder en México durante aquellos años: brillante y prepotente, sordamente violento. Enrique Serna emprende esta tarea en El vendedor de silencio y la logra con sobrada ventura, arriesgando la labor más difícil que es apropiarse de la voz del reportero estrella, una voz muy expresiva, a ratos engolada, a ratos falsamente poética como eran muchos de sus artículos, y valiéndose de ella escudriñar sus pensamientos. Así, a partir de una investigación verdaderamente notable que abarca todos los momentos y testimonios existentes sobre este gran periodista, gran corrupto y misógino criminal, el autor de El seductor de la patria retoma la novela histórica y construye un personaje odioso y a la vez fascinante, arma su fondo oscuro a la manera de una Patricia Highsmith o un Truman Capote. De ese modo conocemos las entretelas de aquel régimen que duró setenta años en el poder: la monarquía de los presidentes todopoderosos y el gran aparato de corrupción y violencia a su servicio, aparato que hostigaba y utilizaba a la prensa como uno de sus principales mensajeros y comerciantes.

La novela se estructura a partir de una trama de seducción, acoso y matrimonio de la que fue su última esposa a la que llegó a perseguir utilizando a la policía de Saltillo, la ciudad a donde ella había ido a refugiarse. Mediante una serie de flashbacks hábilmente ligados por una mala conciencia que relee sus propias memorias escritas en los años cuarenta o se enlaza en una conversación-duelo en una cantina con el periodista Jorge Piñó Sandoval (el que equipararía los cambios sexenales con los sacrificios aztecas) y le confiesa su “pérdida de la virginidad” moral al trabajar para Maximino Ávila Camacho, el narrador se mete en las entrañas del monstruo, lo psicoanaliza y nos revela su vida y sus secretos, realizando de paso un gran fresco sobre la relación tormentosa entre la prensa y el poder en aquellos años. ¿Qué habría en el archivo que, según nos cuenta Enrique Serna en El vendedor de silencio, Carlos Denegri quemó a finales de los años sesenta, cuando fue repudiado por un régimen que se había servido de él como de un privilegiado parásito y de repente lo desechaba? Los tentáculos de este hombre al que ninguna puerta se le cerraba, asiduo del glamur de las clases pudientes que en sus columnas y programa de televisión se fingía un católico devoto, compraban a toda suerte de informantes y se apoderaban de toda clase de secretos. “Pertenecer al establishment sin cargar sus cadenas, ser un cruzado de la fe y al mismo tiempo un golfo profesional: en eso residía su mayor privilegio y ningún moralista lo haría renunciar a él”, escribe Serna. En la novela desfilarán, entre muchas otras, una serie de figuras del periodismo, como Rodrigo de Llano, que sería el maestro y benefactor de Denegri, Salvador Novo, quien retrataría al gran corrupto en su obra teatral A ocho columnas, y por supuesto Julio Scherer, a cuya honestidad de ángel exterminador opone el novelista el cochinerío ominoso de su personaje principal. Periodistas que forman un contraste y a la vez ayudan a reconstruir el espíritu de los sexenios que van de Cárdenas a Echeverría y sus sucesivas variaciones: es muy interesante cómo se conjugan la llegada de Scherer (que enviaría a Denegri a hacer reportajes al extranjero para librarse de él) a la dirección de Excélsior con la de Luis Echeverría a la presidencia para señalar el final del poderío del elegante periodista y su decadencia.

El lado más oscuro de Carlos Denegri, si cabe, fue la violencia preponderante en su vida doméstica: golpeador de mujeres, seductor y acosador hasta la ignominia, su muerte habría sido la consecuencia lógica y deseada de una larga historia de prepotencias. A través de los múltiples matrimonios y aventurillas de este hombre que, al igual que Maximino, Miguel Alemán y otros políticos de la época, eran incapaces de aceptar un “no” de parte de una mujer que les gustara, llegando al secuestro y al asesinato de sus rivales si era necesario, Enrique Serna desmenuza la compleja y escalofriante mecánica del acoso, más similar a una cacería que a un acto de amor, y de la violencia que este carga tras bambalinas. Y así como Denegri cobraba más por lo que callaba que por lo que decía, Serna devela los silencios en la vida de Denegri: uno de los misterios principales que revela El vendedor de silencios es el origen del periodista, hijo adoptivo del embajador Ramón P. Denegri y una extiple argentina; a partir de esta historia se explica de alguna manera la personalidad de este hombre que bajo los influjos del alcohol pasaba a convertirse en un golpeador vulgar. Serna relata esos momentos poco gloriosos y los incorpora a aquella voz que todo lo justifica, todo lo explica y con ello provoca el escalofrío del lector, abismado en la personalidad tormentosa de Denegri: “Los verdaderos cínicos no se flagelan ni se atormentan, porque tienen el alma forrada de acero. En cambio tú vives el éxito como un fracaso: pleitos en lugares públicos, rabietas de energúmeno, maltrato a las mujeres. Pareces un perdedor infiltrado en el bando de los ganadores”, le dice Piñó en la novela.

Quizás en algún momento podríamos reprochar al escritor la uniformidad de estilo que provoca la voz preponderante de Denegri: a veces las mujeres se expresan como él. Pero al estar escrita desde su punto de vista, la novela muestra cómo él chupa y se apropia de todo. La historia que se cuenta es demasiado apasionante para que esto nos detenga y el tono sardónico de Enrique Serna se cuela en el cinismo de Denegri, lo que provoca chispazos de estilo muchas veces deslumbrantes, en ocasiones realmente divertidos, como cuando dice del exembajador estadounidense William O’Dwyer, informante de Denegri a quien este traiciona: “Delgado, con orejas puntiagudas, el pelo rojo entrecano y los brazos moteados de pecas, sus ojillos perspicaces emitían destellos luciferinos cada vez que dañaban una reputación.” Asimismo, ciertas escenas sexuales apoteósicas, algunas muy violentas, permiten sospechar que quizás en la realidad pudieron ser menos espectaculares, más sórdidas, aderezadas por la exuberancia de los regalos que las compensaban y la propia fantasía del periodista.

Un gran narrador cuenta muchas cosas y es lo que hace Serna de manera magistral; la investigación detrás de la novela es admirablemente detallada y el entramado tan fino entre realidad y ficción nos mantiene siempre en el borde del asombro y el horror. Acaso la monstruosidad de ciertos personajes de nuestra vida pública no se ve con claridad hasta que no la desvela la literatura; en ese sentido, la novela de Serna podría ser una clase sobre lo que significa la verdad de la novela, la verdad literaria. “Historiador de la vida privada de las naciones, como lo llamó Balzac, el novelista no aporta pruebas de las verdades que intuye (solo percibe su reflejo en otra conciencia), pero la ficción le da mejores armas para entretejer el destino individual con el colectivo”, nos dice el narrador en la nota al final de El vendedor de silencio. Una novela así es, realmente, la novela del año. ~

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(ciudad de México, 1960) es narradora y ensayista. La novela Fuego 20 (Era, 2017) es su libro más reciente.


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