Paul Vallely: “La filantropía arregla los fallos del Estado y del mercado”

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En Philanthropy. From Aristotle to Zuckerberg, el periodista Paul Vallely traza una historia de la filantropía desde la Antigüedad clásica hasta la actualidad. Es una obra rigurosa que no solo se lee como una historia de la filantropía sino también como una historia de la pobreza y de los intentos de erradicarla. Vallely es crítico con algunos enfoques contemporáneos de la filantropía pero reivindica su papel como contrapeso del Estado y del mercado.

En el libro hace un repaso a los diferentes significados de filantropía durante la historia. En Grecia y Roma tenía que ver con la responsabilidad de las élites, en el siglo XIX llegó incluso a asociarse con el socialismo, y hoy se critica como una manera que tienen los multimillonarios de limpiar sus conciencias.

Las dos grandes tradiciones de la filantropía son la griega y la judía. Y tienen más de dos mil años. En la visión griega se mira a la sociedad desde el punto de vista de las élites. La filantropía funciona como cemento social. Es una manera de unir a la sociedad. Y también es una manera de preservar tu lugar en la jerarquía social. Aristóteles escribió que la filantropía mejora el carácter moral de quien da. Es una idealización. En el modelo griego, en realidad, tiene que ver con los intereses de la ciudad y de las élites, y no tiene nada que ver con los pobres.

La tradición judía, que se desarrolló a la vez, ve la filantropía como algo religioso. Dios ha sido generoso con el mundo y tenemos el deber de ser generosos con el mundo también. Uno es un eco de la generosidad de dios. Tiene que ver no con la relación del individuo con la sociedad sino con la relación del individuo con dios. Lo revolucionario de la visión judía es que sostenía que cada hombre y mujer estaba hecho a imagen y semejanza de dios. Era algo revolucionario porque en la época solo los reyes y emperadores estaban hechos a imagen y semejanza de dios. Era una filantropía más democrática. Tenías el deber de ser caritativo y solidario, aunque no fueras rico. Se extendía a toda la comunidad. Esto se explica con el concepto tzedaká, que en hebreo significa caridad pero también justicia. La filantropía y la justicia social estaban unidas. Es una visión más inclusiva.

La visión de la pobreza que tiene el judaísmo parece muy contemporánea. No ve la pobreza como algo solo espiritual o moral, como solía ser común en el cristianismo, sino también como algo material o social.

Influyó mucho en la idea de pobreza que tenemos hoy pero también influyeron muchas otras cosas. Tras mil años de cristianismo, se produjo la peste negra, que cambió completamente la economía europea. La gente era expulsada de sus tierras, buscaba trabajo y se movía constantemente. Y cuando no encontraban trabajo se volvían mendigos ambulantes. Los ricos los consideraban una amenaza. Pensaban que eran el caldo de cultivo para la insurrección, rebeliones. En ese momento, y desde entonces, se comenzó a culpar a los pobres de su pobreza. Se les responsabilizaba, en cierto modo, de su situación.

Hay muchas definiciones de pobreza: relativa, absoluta, material, espiritual. Uno de los objetivos del libro es separar las diferentes definiciones y su historia y ver de dónde vienen esas visiones. La idea de caridad, por ejemplo, tiene casi tantos sentidos como la idea de pobreza.

Durante siglos la filantropía fue realmente la única herramienta para solucionar la pobreza. Pero a finales del siglo XIX el Estado comenzó a darse cuenta de que la iniciativa privada no era suficiente. ¿El Estado de bienestar surgió como consecuencia del fracaso de la filantropía para resolver la pobreza?

Al final de la era victoriana en Reino Unido muchos comenzaron a pensar que el problema de la pobreza era tan grande, como consecuencia de la industrialización y la urbanización, que la filantropía no podía enfrentarse a ella. Había varias escuelas de pensamiento filantrópicas en la época debatiendo sobre esto, y debatiendo sobre si los pobres se merecían su situación y si lo que realmente necesitaban era una “mejora moral” en vez de una mejora material.

Si comparas la era industrial con la era feudal ves que el número de pobres era relativamente pequeño en la Edad Media. Todos eran pobres en comparación con la aristocracia pero conocían su lugar en la jerarquía y cómo sobrevivir. Los indigentes, los desamparados, los huérfanos y viudas eran una minoría más o menos contenida. Pero con la industrialización, la proporción cambió radicalmente.

A principios del siglo XX tienes el gobierno de Lloyd George, y después de la Segunda Guerra Mundial, el de Clement Attlee, que aplicó la idea del Estado de bienestar de Beveridge y la NHS. Se empieza a considerar que el Estado es el verdadero y único responsable de resolver la pobreza. A medida que esto avanza, a finales del siglo XX, empieza a quedar claro que el Estado puede volverse una dictadura a su manera y excluir a la gente siguiendo sus prioridades.

En el siglo XXI hemos llegado a la conclusión de que hay fallos de mercado y en el Estado y que hace falta una tercera pata, la de la filantropía. En los años noventa, Bill Gates fue a un safari con su mujer Melinda (que tiene un papel muy importante en la filantropía de Bill Gates) y comenzó a preguntarse por qué muere tanta gente en África. Decidieron que uno de los principales problemas era la falta de investigación médica sobre determinadas enfermedades que mataban a millones. No había vacunas para la malaria, por ejemplo.

¿Por qué se investiga más una cura de la alopecia que de la malaria? Y llegó a la conclusión de que los ricos se quedan calvos y pueden permitirse investigar sobre la alopecia pero la gente pobre es la que muere de malaria. Las farmacéuticas dijeron que no existía un mercado y los gobiernos daban dinero a cooperación pero no era prioridad y eran sumas muy pequeñas. Había una brecha que ni el mercado ni el Estado podían solucionar. Lo que hizo Gates fue invertir en investigación contra la malaria, pero también creó una nueva fórmula que consistía en preguntarles a los gobiernos: si las farmacéuticas hacen investigación y desarrollo sobre vacunas contra la malaria, ¿garantizas que comprarás varios millones de dosis, como parte de tu programa de ayuda al desarrollo? Y dijeron que sí. Entonces hizo lo mismo con las farmacéuticas: si podemos garantizar que tendrás compradores, ¿invertirás en investigación y desarrollo? Y dijeron que sí.

El filántropo como intermediario entre el Estado y el mercado.

Es algo que hizo con la pandemia también. Desde la epidemia de ébola de 2014 en África Occidental estaba muy preocupado con las enfermedades infecciosas. ¿Qué pasaría si tuviéramos una enfermedad tan mortal como el ébola y tan infecciosa como la gripe? Es parecido a lo que tenemos ahora con el coronavirus. Él lo vio hace cinco años. Y fue a Trump para explicarle esto y Trump no solo no le hizo caso sino que acabó con la financiación de esas investigaciones.

Gates creó un fondo de preparación para las epidemias de cien millones de dólares. Y es uno de los actores clave en la Organización Mundial de la Salud a la hora de preparar y distribuir vacunas en países pobres. Es un organismo infrafinanciado pero Gates ha puesto mucho dinero. Está detrás del mayor fabricante de vacunas del mundo, que está en India. Van a producir unos cien millones de dosis de vacunas por menos de tres dólares cada una.

Crea oportunidades en el mundo, oportunidades que los Estados de bienestar no son capaces de crear. El Estado de bienestar de Reino Unido podría conseguirlo, pero no hay un Estado de bienestar en la India, por ejemplo. La filantropía arregla los fallos del Estado y del mercado.

También señala el lado oscuro de este “filantrocapitalismo”. Critica su obsesión con las métricas y los datos. Es una filantropía muy tecnocrática, según usted, más centrada en resolver problemas que en ayudar a la gente.

En general la filantropía es algo bueno. Pero creo que podría ser mejor de lo que es. Prefiero una mejor filantropía a que no haya ninguna filantropía. Mucha gente que escribe sobre la filantropía está en contra de ella, pero yo tengo más matices.

El modelo filantrocapitalista surge de la filosofía de Andrew Carnegie a finales del siglo XIX. En 1901, era el hombre más rico del mundo. Abandonó su papel de magnate del acero y se volvió un filántropo a tiempo completo. Su visión estaba basada en el darwinismo social y la filosofía de Herbert Spencer. Los ricos eran inherentemente superiores a los pobres, porque se habían hecho ricos, ¿no? Por eso los ricos están en una mejor posición que los pobres o los gobiernos para decidir en qué gastar el dinero.

Surgió la idea de que la filantropía debería basarse en criterios empresariales, organizarse en torno a una fundación y centrarse en la infraestructura cultural y no tanto en la pobreza. Carnegie construyó tres mil bibliotecas en todo el mundo, galerías de arte, parques, museos, auditorios… Quería que esto fueran escaleras que los aspirantes pudieran subir. Era algo bueno para los aspirantes pero no resolvía nada para los que estaban debajo. Solucionaba solo un problema muy particular.

La fortaleza, y también la debilidad, de la filantropía está en que la dirige el propio filántropo. El filántropo puede decir: resolvamos esto, tengo la tecnología para ello y he elaborado un modelo sofisticado, puedo resolver la malaria en África. Esta manera de solucionar los problemas es vertical, mientras que los políticos tienen que enfrentarse a problemas horizontalmente.

Bill Gates ha financiado 2.500 millones de vacunas de la polio. Cuando comenzó, mil niños quedaban paralizados por la polio cada día. Hoy está erradicada en la India y en buena parte de África. La visión y el impulso de un solo hombre puede ser algo fantástico. El problema es que, por ejemplo, Bill Gates puso dos mil millones de dólares en programas de educación en EEUU, para un millón de niños negros. Y no tuvo mucho éxito y retiró los fondos tras unos años. Para él son solo dos mil millones, un experimento fallido, pero para los niños son años de educación perdida.

Melinda, escribe, sirve de contrapeso a Bill Gates y sus tendencias tecnocráticas.

Bill tiene una visión muy basada en los datos. Está preocupado por las soluciones técnicas o tecnológicas. Su mujer, Melinda, está más centrada en la gente. Y le está obligando a corregir sus errores y arrogancias iniciales. Melinda le ha enseñado que puedes tener la mejor solución técnica del mundo pero no servirá de nada si la gente no la usa. Necesitas tener a la gente de tu lado. A Melinda le interesa más implicar a la gente.

Financiaron, nada más crear su fundación, un proyecto para erradicar el sida en la India. Estaba muy centrado en las trabajadoras sexuales. ¿Cómo hacemos para que las prostitutas usen condones? Bill pensó: financiemos dispensadores de preservativos. Melinda fue a hablar con las trabajadoras sexuales y le dijeron: no podemos obligar a los clientes a que usen condones, nos pegan, se ponen violentos. No puedes enfrentarte al problema del sida sin antes enfrentarte al de la violencia en la industria del sexo. Lo que ves ahí es alguien escuchando a la gente sobre el terreno. Lo que digo en el libro es que los filántropos tienen que bajar al terreno, tener humildad y escuchar. La gente sobre el terreno sabe mejor cuáles son las prioridades que la gente con ideas brillantes en California. Es una cuestión de combinar los datos y las métricas del filantrocapitalismo con la noción de mutualidad y asociación y escuchar a la gente.

Otro de los problemas del filantrocapitalismo, y de sus fundaciones, es la falta de rendición de cuentas. ¿Cómo se soluciona esto? ¿Tiene sentido “democratizar” las decisiones de fundaciones privadas que, sin embargo, tienen mucho poder sobre políticas públicas?

Hay una tensión entre la filantropía y la democracia. Es algo bueno y malo. Cuando los gobiernos no hacen lo correcto, los filántropos pueden decir: esto no está bien. Pueden ser correctivos. Pero puede ser algo negativo si el filántropo dice “tengo esta idea” y el gobierno cambia la dirección de sus inversiones hacia lo que quiere el filántropo porque ha invertido muchísimo dinero.

¿Cómo mejorarlo? La Fundación Bill & Melinda Gates tiene tres consejeros: Bill, Melinda y Warren Buffett. Quizá necesita más. Necesita gente común que esté en el lado receptor del dinero que invierten. O quizá los consejeros deberían cambiar cada varios años. 

Por otro lado, puedes mejorar la rendición de cuentas cambiando la estructura de las exenciones fiscales a las donaciones. El gobierno puede dar mayores exenciones fiscales a las donaciones que buscan erradicar la pobreza, y menores si donas, por ejemplo, a la ópera. El Estado puede intervenir ahí.

En el libro entrevisto a Rowan Williams, el arzobispo de Canterbury, y me dice que si das demasiado poder al Estado, entonces acabas con la capacidad de la caridad y la filantropía de funcionar como un contrapeso del Estado. Como el Estado se equivoca (y mira la historia del siglo XX) es mejor no quitarle demasiado poder a la filantropía y su papel como alternativa.

Una crítica común a los filántropos, más allá de que buscan ahorrarse impuestos, es que quieren comprar su indulgencia.

Los filántropos no tienen una sola motivación. Quizá aspiran a sentirse mejor consigo mismos, o a mejorar su estatus en la sociedad, o buscan cínicamente cubrir su mal comportamiento, como Andrew Carnegie (que donó mucho pero bajó los salarios de sus trabajadores y envió una milicia privada para sofocar las huelgas que llegó a matar a varios trabajadores).

Para mí, un capitalista que es un buen filántropo es mejor que un capitalista que no es filántropo. Dicho lo cual, no es suficiente. Si te robo la cartera y doy el dinero a la caridad, es mejor que gastármelo en caprichos personales. Pero no elimina la injusticia de que te robé la cartera. Lo que tienes que hacer es aumentar la concienciación.

Hay un capítulo en el libro sobre la familia Sackler. Su riqueza viene de la industria farmacéutica, al principio con Valium y luego con Oxycontin, una droga opioide que provocó muchos adictos, especialmente en EEUU. Uno de los que sufrió esta adicción consideró que la manera de llamar la atención sobre esto era atacando la filantropía de los Sackler. Donaban mucho al mundo del arte, al Louvre, las galerías nacionales en Inglaterra, el Metropolitan en Nueva York. Así que los activistas llenaron los museos con paquetes vacíos de pastillas de opioides. Su objetivo era señalar de dónde venía el dinero que financiaba ese arte. La familia Sackler quebró, todavía está inmersa en juicios. Los Sackler usaban su filantropía para mejorar su reputación. Pero hay dos bandos dentro de la familia. Algunos no estaban involucrados con el Oxycontin, solo con Valium, y pensaban que el nombre de la familia estaba siendo atacado injustamente.

La filantropía de los Sackler aportaba algo bueno a la sociedad pero a la vez arrojaba luz sobre las cosas negativas que la empresa realizaba. Se ha convertido en una herramienta social muy útil para los activistas.

¿Cuál es su modelo de filantropía ideal?

Una filantropía que combine la visión estratégica del filantrocapitalismo con el lado más humano, empático, colaborativo de la antigua filantropía. Lo que ha conseguido Bill Gates con su filantropía es indudable. No debería desaparecer. Pero tienes que atemperar su visión con la visión que, por ejemplo, está aportando Melinda Gates, una visión más humana.

Una filantropía que se hace preguntas, que usa herramientas analíticas pero que también colabora con los beneficiarios de esa filantropía, que está sobre el terreno con la gente que entiende cuáles son los verdaderos problemas. Puedes ir a una clínica en Nigeria, donde el mayor problema puede ser por ejemplo la neumonía, y ver que la gran mayoría de medicinas que hay son para combatir el sida o la malaria. Falta alguien en el terreno que conozca los problemas reales. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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