Ilustración: Manuel Monroy

Observaciones y anécdotas

La temperatura del agua en la regadera, la estatura de la gente exitosa, el tono con el que se inicia una plegaria son episodios tan cotidianos que rápidamente pueden dejar de sorprendernos. Hay veces en que lo único que se necesita es detenerse a observar.
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Cuando sale el sol, baja la temperatura (medio grado o algo así), antes de subir. Quizá porque el rocío se evapora. La evaporación refresca (como sabe la piel húmeda), porque absorbe energía.

Una gota de lluvia en el jardín no se funde inmediatamente con el agua de la pila. Rebota.

En la carretera. ¿Empezó a llover o entramos a la lluvia?

Al abrir el agua fría de la regadera, la cortina se comba hacia fuera, como si el chorro soplara. Al cerrarla y abrir la caliente, se comba hacia adentro: el aire se calienta y sube como el vapor.

En los días largos del verano se usa menos alumbrado, porque las noches son más cortas. Además, adelantar los relojes una hora permite aprovechar una hora más de luz natural. Esto no beneficia a los que trabajan de noche ni a los madrugadores, pero son menos. Tampoco reduce el consumo eléctrico de los aparatos del hogar, las tiendas y las fábricas.

Los mosquitos tienen horas. Dejan de molestar después de medianoche. ¿Se retiran a descansar?

Dormir es desconectarse.

Si las motocicletas fueran silenciosas, no se venderían.

Si dices que la tienda está a unos pasos, hablas con exactitud. Si los cuentas varias veces, calculas el promedio y dices que está a 15.3 pasos, mientes.

Sabe algunas cosas, y cree saber todas.

Una estatura superior al promedio facilita el éxito social. Quizá por eso las personas prominentes parecen más altas de lo que son.

El niño se levanta de la bacinica con un gesto triunfal, como si hubiera hecho algo importante.

Si la gripe es una infección, ¿qué tiene que ver con el frío? Para calentarse, el cuerpo roba combustible a las defensas contra el virus, que aprovecha la oportunidad.

En el Metro de Nueva York hay letreros que avisan: Watch your step. En el de París: Attention a la tête –observa Nellie Happee.

Voltaire tenía un aire voltaico.

Pasivamente activo, se dejaba llevar, arrastrado por su diligencia.

Bartók le puso un nombre largo y feo a sus 44 dúos para dos violines, que pudo simplemente llamar Sonatinas para dos violines.

Escuchar cien veces las partitas de Bach, el Gloria de Vivaldi, el Fandango de Boccherini, los Nocturnos de Chopin, los cuartetos de Debussy y Ravel, la Suite italiana de Stravinsky, la Musica ricercata de Ligeti, los Estudios para pianola de Nancarrow; y quedarse mudo. Sin vocabulario musical no hay mucho que decir.

Pocos escritores saben de su arte tanto como los músicos del suyo.

Ventaja de no saber alemán: escuchar la música de La Pasión según san Mateo sin entender la letra, pedestre.

La plegaria se hace en modo imperativo, como dando órdenes a Dios: “Escúchame” (Salmos), “danos” (padrenuestro), “Ven” (Espíritu Santo).

Hay pecados que se prestan a la aritmética. Otros son un estado permanente, más difícil de confesar.

Por malos motivos se hacen cosas buenas.

Dicen que la nada, milagrosamente, se desestabilizó y produjo algo. A partir de eso, el azar fue creando el universo. Hay que arrodillarse ante el azar: Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias por tu gloria inmensa. ¡Ven, azar favorable! ¡Ven siempre!

***

Al pie de un naranjo, donde un gorrión cantaba, vi un gato observándolo intensamente. Abría la boca, como para comérselo, y le maullaba, en un dueto donde hacía la segunda. Finalmente, el gorrión se desplomó. ¿Cayó hipnotizado? ¿Le dio un infarto? ¿El miedo lo paralizó, como en un sueño de terror? ¿Por qué no voló?

Un peatón, que esperaba para cruzar la calle, se tiró al arroyo. Frené violentamente, y tuve la suerte de no atropellarlo. Se levantó y se fue calladamente. ¿Un suicida? ¿Un artista del chantaje?

Cuando salieron los billetes de mil pesos, pedí uno por curiosidad. Lo traje en la cartera inútilmente. Entonces era mucho dinero, y no lo aceptaban al pagar. Un día desapareció. ¿Robado? Imposible: se hubiesen llevado la cartera. En un café que frecuentaba, la dueña salió a preguntarme: ¿No se le ha perdido algo? Yo creí dejar de propina un billete de veinte, y el de mil se parecía. Comprendiendo mi error, lo guardó para devolvérmelo. Hay más gente honesta de lo que se supone. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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