La primera novela policiaca en México

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En México, la tradición de escribir novela policiaca es relativamente joven si se la compara con otros países de habla hispana, como Cuba, Chile o Argentina, que tiene el privilegio de haber publicado la primera escrita en español en el año de 1877 (titulada La huella del crimen, de Raúl Waleis). Fue hasta los años cuarenta del siglo pasado cuando se dieron los intentos iniciales de imitar un género que tiene su origen “de manera oficial” en Edgar Allan Poe. Ensayo de un crimen, del dramaturgo Rodolfo Usigli, es considerada la novela policiaca inaugural en México, pero en realidad no lo fue. Dos años antes, en 1942, un catalán llegado a nuestro país a causa de la Guerra Civil española le ganó la primicia con El crimen de la obsidiana.

Luego de nacionalizarse como mexicano, Enrique F. Gual fundó la editorial Albatros, donde publicó varias novelas detectivescas en la colección “Media Noche” (El caso de los Leventheris, 1944; Asesinato en la plaza, 1946; La muerte sabe de modas, 1947; El caso de la fórmula española, 1947) y, a partir de septiembre de 1952, comenzó la publicación quincenal de la serie de cuentos Emoción y misterio sobre el famoso detective inglés Sherlock Holmes –las primeras veinticuatro historias son sus propias traducciones.

Gual también fue historiador y crítico de arte. En especial, se aficionó al prehispánico, lo que se refleja en ciertos momentos claves de El crimen de la obsidiana. Una discusión polémica sobre el sacrificio sirve como catalizador para que el asesino cometa su primer crimen (“no discuto [su] estética, […] además cumple una función de carácter social […] Lo que no es tolerable, lo que justifica el calificativo de ‘repugnante’, es el asesinato por cualquier cosa, por un morboso afán de sangre disfrazado de religión, por innegable maldad”). Este interés del autor se distingue, además, en sus protagonistas, quienes –según la novela– publicaron un libro que sostiene que los pueblos toltecas fueron condenados a vivir sin expresión propia debido a la conquista de los aztecas, quienes los esclavizaron hasta el extremo de imponerles arte y culto.

En cuanto a influencias, El crimen de la obsidiana imita el esquema de la novela policiaca clásica –también conocida como novela de enigma, novela problema o novela de “cuarto cerrado”–, cuya trama gira en torno a descubrir quién fue el asesino, que se ha esfumado del lugar de los hechos. Siguiendo la misma línea, el detective emplea el razonamiento científico y la indagación para resolver el misterio de un “crimen sin motivo aparente” y, con ello, restablecer el orden.

La novela de Gual narra –en veinticinco capítulos y un epílogo– la historia de dos amigos de carácter opuesto: por un lado, Gerald Fitzmoritz es extrovertido, liberal y un apasionado de las mujeres; por el otro, Lewis Dixon es taciturno, reservado y amante del dinero. Ambos deciden regresar a Inglaterra para tomar un descanso tras pasar una larga temporada en México antes de partir a Nueva York para continuar con sus investigaciones sobre las culturas prehispánicas de Mesoamérica. A petición del primo de Gerald, se hospedan en los Derry’s Apartments, donde reina un ambiente denso y hostil entre sus diversos inquilinos y empleados, ya que el mismo Gerald –fiel seguidor de la tradición donjuanesca– fue señalado tiempo atrás como el posible causante del suicidio de la prometida del jardinero, quien decidió matarse al sentirse abandonada, lo que suscita el rencor y el deseo de venganza de los sirvientes.

El carácter de cada uno de los personajes va revelándose conforme avanza la trama (Mr. Thompson, corredor de bolsa; su joven esposa Irene, encargada de una agencia de turismo; un médico de origen escocés llamado Spaulder; el primo Curtley, único familiar vivo de Gerald; el mayordomo Mathew; su mujer, Margaret; el anterior jardinero Stimpson, ahora portero, y Dolly, la nueva doncella). El criminal, a la manera de Raskólnikov, se permite conocerlos a fondo para escoger el momento justo para actuar.

En toda novela policiaca heredera de la escuela inglesa resulta de interés el detective, ese sabueso entrenado para seguir hasta el más mínimo rastro, capaz de resolver cualquier misterio y atrapar al más inteligente asesino. El crimen de la obsidiana no es la excepción, sin embargo este personaje –representado por el inspector Percy Mills Cannaban– es moreno, aunque de ojos azules, y posee atributos que le dan el aspecto de un latino de complexión fuerte. También es hábil y certero con los puños, aunque su carácter lo hace decantarse por lo racional. Cannaban debe investigar dos asesinatos ocurridos casi simultáneamente, sin relación alguna ni motivo evidente, cometidos en los Derry’s Apartments con una vieja piedra de obsidiana, que mucho antes se usó para los sacrificios humanos de la gran Tenochtitlán (otro guiño de la afición de Gual). Todos los inquilinos y empleados son sospechosos. Por medio de la trama, Gual hace que el lector crea que un solo asesino es responsable de ambos crímenes, pero luego revelará que hay dos homicidas y que el segundo aprovechó el delito del primero. Un asesino usado, como fachada, por otro más calculador y estratégico. Esto contribuye a darle un giro inesperado a la historia, evita cualquier final predecible y mantiene el suspenso en cada capítulo sin la necesidad de cortar la acción, como ocurre en las novelas policiacas que siguieron la estructura del folletín.

A pesar de que resolverá el caso por sí mismo, Cannaban cuenta con diversos ayudantes. Uno de ellos es el sargento Foster, su contraparte debido a su temperamento impulsivo. Juntos forman una dualidad al estilo de Holmes y Watson, y ambos vuelven a aparecer en El caso de los Leventheris, con el que se establece un tipo de serialidad, que otra vez hace eco de la tradición.

Es curioso que a pesar de ser un escritor con una buena cantidad de obras policiacas, dos de las cuales se desarrollan en la Ciudad de México, Enrique F. Gual nunca haya sido considerado con interés en nuestro país, aun siendo del conocimiento de autores como María Elvira Bermúdez y de académicos como Vicente Francisco Torres, quien señala sin mayor reparo que las novelas del catalán “solo tienen un modesto valor literario”.

((Vicente Francisco Torres, Muertos de papel. Un paseo por la narrativa policial mexicana, México, Conaculta, 2003.
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Considero, después de haber leído un gran número de novelas de este género, protagonizadas por detectives de todos los calibres, que las de Gual, en particular El crimen de la obsidiana, en contraste con Ensayo de un crimen de Usigli y La obligación de asesinar de Antonio Helú, no solo contribuyen a establecer las pautas de esta incipiente tradición en México, hasta entonces considerada exclusiva de Europa, sino que además le dan al autor un lugar junto a nombres como Usigli, Helú, Bermúdez y Rafael Bernal. Si uno en verdad quiere entender cómo se dio la evolución del género debe leer sus novelas. Espero que pronto tengan una edición crítica. Basta decir que muchos de los recursos que el autor utiliza forman el modelo de los libros que vendrán después, entre ellos el famoso Complot mongol de Bernal, que fueron la base para que el género tuviera una sólida tradición en México. ~

 

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(Ciudad de México, 1991) estudió letras hispánicas en la UNAM y se especializa en el género negro.


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