La balada del resentimiento

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Daniel Krauze

Tenebra

Ciudad de México, Seix Barral, 2020, 456 pp.

2018. El sistema priista llega a su máxima descomposición y los políticos que a él pertenecen comienzan a huir de sus filas en busca de mejores oportunidades, sin abandonar mientras tanto las prácticas que los han hecho acumular inmensas fortunas y vastas redes de influencia. Este es el momento histórico elegido por Daniel Krauze para ofrecernos en su libro más reciente una radiografía de las zonas oscuras de nuestra sociedad, donde se decide el destino de la riqueza y el poder de unos cuantos y la pobreza perenne de la mayoría. El fin de una época.

Los más experimentados, sin embargo, saben que todo está por cambiar solo en apariencia para seguir igual, como el senador Óscar Luna, quien ordena a su ayudante Julio Rangel que arregle los pendientes antes de que el sexenio concluya. Por medio de la mirada de Rangel, uno de los narradores de Tenebra, Krauze revela que en México quizás el principal motor de las actividades lucrativas, sobre todo de las corruptas, es el resentimiento: Rangel es de piel oscura, ha sido pobre, ha sufrido discriminación en todos los ámbitos, y desde que trabaja para el senador, aunque se sienta importante, poderoso, sabe que para los demás políticos no es más que el “gato” de Luna. Y, no obstante, hace lo que puede por quedar bien con su patrón.

El otro narrador es Martín Ferrer, abogado independiente, divorciado. Nieto de un hombre enriquecido décadas atrás, y luego arruinado, gracias al sistema; hijo de un empresario obligado a abandonar la capital por las deudas heredadas para establecerse en Cozumel, donde fracasó como político de oposición al tratar de ser alcalde en tiempos en que Luna era gobernador, Ferrer anhela el desquite familiar. Está, también, resentido.

Tenebra es el relato de dos historias paralelas cuyo inminente cruce, anunciado desde las páginas iniciales, establece una fuerte tensión. Hurga de modo un tanto oblicuo en la vida de aquellos a los que la mayoría de los mexicanos solo tenemos acceso por medio de la prensa, y lo hace, paradójicamente, a través de dos seres periféricos a esa vida: Martín, el exrico, expulsado del paraíso del dinero, y Julio, el que por sus orígenes jamás será aceptado por completo entre los privilegiados de nacimiento. Tal óptica marginal, que al mismo tiempo acerca y aleja a los lectores de quienes en verdad detentan el poder, deviene excelente recurso narrativo al situar a esos mismos lectores en un punto medio desde el cual, si bien apenas alcanzamos a atisbar los manejos privados de quienes se encuentran en las capas más altas de la pirámide social, nos otorga un puesto de visión privilegiado para acompañar a los dos protagonistas en sus afanes: el de Rangel, que se obstina en seguir prendido a la ubre del sistema; y el de Ferrer, que lucha por llevar a cabo sus ataques contra el responsable del fracaso de su estirpe.

Al exponer a Ferrer y a Rangel en sus facetas íntimas, con vidas familiares y de pareja fracturadas, tratando de huir de la soledad que parece no darles cuartel, pero sobre todo intentando dejar atrás los problemas de dinero, Daniel Krauze explora los intercambios sociales de los aspirantes a “mirreyes” desde sus tiempos escolares, con lo que plasma en las páginas de la novela un panorama a veces ridículo pero siempre desolador del universo de nuestras clases altas, donde prevalecen la discriminación –a los prietos, a los pobres, a los sin apellido–, el temor a perder privilegios, el ninguneo, el culto a la apariencia, la transa, la prepotencia, la necesidad de emparentar con “los de más arriba”, los malos manejos y el tráfico de influencias con el fin de conservar lo acumulado durante generaciones. Universo en el que cualquier intento de los otros por obtener justicia denunciando los tratos por debajo de la mesa entre los poderosos es visto como una agresión que debe ser suprimida.

Por ello, el senador Luna encomienda a Rangel detener la publicación de una serie de reportajes de la periodista Beatriz Pineda, novia de Martín Ferrer, sobre negocios turbios entre el gobierno de Quintana Roo y algunos empresarios locales de dudosa integridad. Luna, exgobernador del estado, tiene parte en ellos. Rangel investiga a Pineda, trata de coaccionar a su editor, presiona a una magistrada para que intervenga en un juicio donde Ferrer defiende a un tío de la periodista, mueve los hilos desde la oficina de Luna, se apoya en otros políticos y funcionarios. Ferrer, quien anima a Pineda en sus investigaciones –como parte de su revancha familiar–, se ve de pronto enfrentado al poder. Hasta ese momento sus mayores preocupaciones, además de las económicas, eran la relación con su exmujer y su hija, pero ahora debe salir de esa zona neblinosa desde donde antes actuaba y hacerse visible. Es decir, tiene que afrontar el choque que se avecina en el que, sabe, todo habrá de precipitarse.

Un aspecto interesante de Tenebra es que, aunque se centra en las actividades políticas de los personajes, Krauze dedica gran parte de las páginas a la vida privada de sus protagonistas. La de Ferrer, que carga con el peso de la debacle económica de sus dos generaciones anteriores, es compleja. Sus relaciones con madre, padre, hermana, cuñado, sobrinos, exmujer, hija y novia, no hacen sino reafirmarle una sensación constante de angustia. Al verlos, al interactuar con ellos siente que falla, que algo ha hecho mal, y que necesita reivindicarse con todos llevando a cabo su misión de hundir por cualquier medio al senador Luna. La de Rangel es más limitada. Solo tiene los recuerdos de su madre muerta y a su padre, un sastre de barriada. Cada vez que lo visita se deprime, y piensa que lo mejor que ha hecho en la vida es escapar de él, del barrio, y entrar al servicio del senador Luna, por quien está dispuesto a hacer lo que sea. El senador, así, se yergue como el centro del drama vital de los dos protagonistas: uno desea destruirlo mientras que el otro intenta protegerlo de todo mal, por lo menos mientras disfrute de su simpatía y de su apoyo.

Delineada con precisión, la trama de la novela avanza con suma fluidez desde el primer fragmento, en el que vemos a un Martín Ferrer angustiado por el recuerdo infantil del día en que no tuvo el valor de salvar a un perro del sadismo de tres niños de su edad –lo que justifica su posterior búsqueda de justicia– hasta el inevitable choque que tendrá con Julio Rangel alrededor de tres décadas más tarde. En esta suerte de mano a mano entre los dos narradores, las situaciones y las escenas se deslizan con naturalidad como si hubieran sido extraídas de la vida misma; el lector ubica calles, colonias, edificios y restaurantes de la Ciudad de México, reconoce a los personajes igual que si fueran los que se topa donde sea y, sobre todo, identifica situaciones, problemas y emociones como algo familiar. Tenebra es, en fin, un relato realista, verosímil.

Pero Daniel Krauze ha escrito, asimismo, una profunda novela de personajes, psicológica: una balada triste que pone de manifiesto cómo el resentimiento puede ser un poderoso motivador para tratar de sobresalir en este país, usando siempre a los demás, incluso a los seres queridos, para obtener beneficios propios. Y, finalmente, Tenebra es también una novela de época, histórica –como toda novela–, que nos reafirma en la idea de que la política o, más bien, los actos de los políticos nos afectan a todos. Que cada nación tiene a los gobernantes que se merece. Y, lo peor, que nadie está a salvo de ellos. ~

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