Fotografía: Colección Gustavo Casasola

Intelectuales españoles y cultura mexicana

La llegada del buque Sinaia a las costas de Veracruz se ha convertido, desde hace ocho décadas, en un símbolo de la hospitalidad mexicana, una conmemoración que, a menudo, también reconoce el legado de los intelectuales españoles en el país. Sin embargo, la memoria del exilio español no debería condenar al olvido a los “otros exilios”, aquellos que, como el de los judíos que huían del nazismo, recibieron una vergonzosa respuesta por parte del gobierno.
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La caída de Barcelona el 26 de enero de 1939 consumó la derrota del Ejército Popular republicano y el inicio de una huida masiva hacia la frontera francesa. Durante la primera quincena de febrero de 1939, aproximadamente medio millón de ciudadanos antifascistas españoles, que habían luchado por defender la legitimidad democrática de aquella “República de trabajadores de todas clases”, atravesaron la frontera francesa. Entre aquel medio millón de republicanos antifascistas estaba la mayoría de nuestros mejores artistas, escritores e intelectuales, quienes representaban no solo cuantitativa, sino también cualitativamente, la mejor tradición cultural española y su necesaria y posible continuidad en el exilio.

Aquellos intelectuales republicanos, aquellos milicianos antifascistas internados en febrero de 1939 en campos de concentración franceses, sintieron un estremecimiento colectivo al conocer la noticia de que el 22 de febrero había muerto muy cerca, en Colliure, desnudo y ligero de equipaje, uno de los suyos, sin duda uno de los mejores: el exiliado Antonio Machado, quien quiso ser enterrado envuelto en la bandera tricolor.

La creación de la JCE

Algunos republicanos que habían evitado la experiencia de los campos de concentración empezaron a organizar en Francia la resistencia política y cultural contra la dictadura militar franquista. En este sentido, resulta crucial la creación en París el 13 de marzo de 1939 de la Junta de Cultura Española (JCE), en buena medida heredera, como organización unitaria, antifascista y frentepopular, de la antigua Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (AIDC). El lunes 13 de marzo tuvo lugar una reunión en los locales que el Centro Cervantes –un organismo que presidía Marcel Bataillon– disponía en el número 179 de la rue Saint-Jacques de París, en la que se creó la JCE. La asistencia de Fernando Gamboa, secretario de confianza de Narciso Bassols, ministro de México en París, iba a determinar que la mayoría de los intelectuales españoles republicanos se exiliara en América y, más concretamente, en México: “La presencia de Fernando Gamboa dio como fruto que la flamante Junta recibiera de inmediato el mejor espaldarazo de la legación mexicana. Merced a la visión generosa del presidente, general Lázaro Cárdenas, estaban ya sus representantes en París dando pasos concretos para acoger, en el seno de la bien llamada durante siglos Nueva España, a un nutrido grupo emigratorio”, a decir de Juan Larrea (en “A manera de epílogo” a la reedición facsimilar de la revista España Peregrina). “Todo lo cual se registró en un acta firmada por el presidente de la Junta, José Bergamín, que recibió de manos del licenciado Bassols un cheque de diez mil dólares […] En consecuencia, el 6 de mayo salieron los viajeros hacia México, vía New York.”

Esos viajeros que embarcaron en el buque holandés Veendam gracias al gobierno mexicano eran la mayoría de los dirigentes de la JCE (Bergamín, Pere Bosch i Gimpera, Emilio Prados, Josep Renau, Antonio Rodríguez Luna), a excepción de Eugenio Ímaz y del propio Juan Larrea. Así, presidida por José Bergamín, la JCE, pese a sus penurias económicas, pudo establecerse primero “en un pequeño apartamento de la Avenida del Ejido 19” y, finalmente, en “un amplio y hermoso local en la calle Dinamarca, número 80, en cuyo anexo interior se había establecido la incipiente Editorial Séneca”, también en palabras de Larrea. La JCE decidió el 13 de diciembre de 1939 la creación de España Peregrina, una revista que, tras las consabidas dificultades económicas, tuvo su “prolongación transfigurada” en Cuadernos Americanos.

La primera publicación de la JCE en México fueron las Cartas a un español emigrado, de Paulino Masip. Cartas “ejemplares”, fechadas ya en “México, junio 1939”, en las que el autor expresa la dignidad y el orgullo de la condición de exiliado que todo republicano español debía alimentar y desarrollar: “Eres emigrado, pero no te pareces en nada a los muchos compatriotas que te han precedido. Llevas encima un adjetivo que te da color y significación singulares. Eres emigrado político.”

Esta condición de exiliado comprometía moralmente a todos y cada uno de los exiliados, según Masip, a la acción política. Por ello apelaba a su sentido de la responsabilidad, a que todos y cada uno de los exiliados republicanos asumieran una “representación” republicana que los comprometía moralmente a una acción política “ejemplar”: “Ahora se enjuicia en cada uno de nosotros, y en todos juntos, a la República, y por nosotros se determina la razón o la sinrazón de nuestra causa. ¿Te das cuenta, amigo mío, de la enorme responsabilidad que hemos contraído?”

Masip afirmaba una convicción personal que constituye un valioso precedente del concepto de “transtierro” acuñado tiempo después por el filósofo José Gaos:

Hemos venido a América –el alma polivalente de España lo permite y lo impone– para ser americanos, es decir, mexicanos en México, venezolanos en Venezuela, cubanos en Cuba, y rogamos que nos lo dejen ser porque esta es nuestra mejor manera de ser españoles y, a mi juicio, la única decente. ¿Qué significa esto? Significa la entrega absoluta de todas nuestras energías morales y físicas al país donde residimos, y la renuncia a peculiaridades adjetivas.

Las grandes travesías a América

Por iniciativa del presidente Lázaro Cárdenas, Isidro Fabela, representante de México ante la Sociedad de Naciones, recorrió los campos de concentración franceses y el 8 de febrero de 1939 le remitió desde Ginebra un informe titulado Situación española campos de concentración pavorosa. Cárdenas, tras conversar personalmente a finales de marzo con Narciso Bassols, escribió una carta el 3 de abril a Julio Álvarez del Vayo, por entonces residente en París, donde le comunicaba que México iba a facilitar el embarque de los republicanos españoles que quisieran exiliarse allá con la única condición de que el gobierno republicano español pagara su traslado. De esas travesías masivas iba a ocuparse el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (sere), vinculado al gobierno de Negrín, con la organización de las tres grandes expediciones a México: las de los barcos Sinaia, Ipanema y Mexique.

Sinaia se tituló también el “diario de la primera expedición de republicanos españoles a México” y en su número 18 y último (12 de junio de 1939) se publicó “Entre España y México”, un poema antológico de Pedro Garfias, extraordinariamente útil para caracterizar la actitud de estos republicanos españoles ante la realidad mexicana.

La voz poética de Pedro Garfias quiere expresar también con rotunda claridad que el exiliado republicano español de 1939 constituye la radical inversión del clásico “gachupín” español en México, de aquellos gachupines que Valle-Inclán esperpentizó en su novela Tirano Banderas y que iban “a hacer las Américas” y no a “hacerla” o a “hacerse con ella”. Por ello los dos últimos versos son también, como el verso noveno de este poema (“España que perdimos, no nos pierdas”), verdaderamente antológicos: es la Conquista a la inversa, la Reconquista, porque es ahora la “vieja y nueva España”, es decir México, la que “esta vez” va a conquistar –“y para siempre”– a España, esto es, a la España republicana exiliada.

En Recuerdos y reflexiones del exilio, Adolfo Sánchez Vázquez –el filósofo marxista a mi modo de ver más lúcido de cuantos republicanos españoles se exiliaron en México– nos recuerda que, contra el concepto de la “hispanidad” franquista, afirmaban su vinculación no con la España “eterna” e “imperial” sino con la España de, por ejemplo, Luis Vives o el padre Las Casas:

Ciertamente, ningún republicano podía aceptar la doctrina de la “hispanidad”, dada su oposición al régimen franquista. Con ella, se pretendía resucitar un imperialismo cultural, o un intento anacrónico de españolizar a América, conforme a la ideología tradicionalista de la “España eterna”, renovada con la retórica falangista de la “voluntad de Imperio”, “unidad de destino en lo universal”, etcétera. […] Para los exiliados había otra España (no es casual que en México publicaran la revista titulada Las Españas), que, con un sentido espiritual, quijotesco, humanista, se distancia de la modernidad europea y proyecta sus ideales y valores en América. Y esa España que personifican Vives, Las Casas, Vasco de Quiroga, Cossío o Machado, es la que se opone en la propia América a los desafueros del Imperio, al avasallamiento y destrucción de los indios.

Por ello nadie mejor que el propio Sánchez Vázquez para atestiguar en 1989 en el mismo puerto de Veracruz, cincuenta años después de su llegada a México, ese encuentro entre España y México que Pedro Garfias acertó a expresar en los versos de su antológico poema, “evangelio” del exilio republicano español según Juan Rejano:

Pero como españoles que hemos llegado a ser mexicanos, y como mexicanos que no pueden olvidar sus raíces ni los vientos que nos trajeron al exilio, hoy podemos contribuir, y esa será nuestra más alta contribución, a hacer realidad –por encima de la retórica verbal– el encuentro entre España y México que Pedro Garfias cantó o soñó al iniciarse, hace cincuenta años, nuestro exilio.

La integración cultural

La Casa de España en México fue creada el 1 julio de 1938 por iniciativa del presidente Lázaro Cárdenas para acoger a los intelectuales españoles republicanos y Alfonso Reyes aceptaba ser nombrado presidente de su Patronato. Cárdenas dotó a la Casa de más recursos económicos, ordenó que se ampliaran las invitaciones y que se diera la máxima importancia a su programa de publicaciones. En efecto, sin olvidar a Ediciones Quetzal (Proverbio de la muerte y El lugar del hombre, dos novelas de Ramón J. Sender), la cosecha de publicaciones de la Casa de España en México durante aquel año de 1939 fue espléndida y las menciono según la fecha que consta en su colofón: Enrique Díez-Canedo, El teatro y sus enemigos (28 de abril); Juan de la Encina, El mundo histórico y poético de Goya (23 de mayo); Adolfo Salazar, Música y sociedad en el siglo XX (22 de junio); José Moreno Villa, Locos, enanos, negros y niños palaciegos (29 de junio); Alfonso Reyes, Capítulos de literatura española (Primera serie) (s. f. ¿julio-agosto?); María Zambrano, Pensamiento y poesía en la vida española (28 de septiembre); Antonio Caso, Meyerson y la física moderna (27 de noviembre); León Felipe, Español del éxodo y del llanto (28 de noviembre); y, por último, Jesús Bal y Gay, Romances y villancicos españoles del siglo XVI(s. f.).

Por su parte, desde su número inicial, de diciembre de 1938, la revista Taller prestó atención a la literatura y cultura españolas republicanas. En la página 57 de su número 4 (julio de 1939) podía leerse:

Entre los refugiados españoles que han llegado a México se encuentran nuestros camaradas Antonio Sánchez Barbudo, Juan Gil-Albert, Ramón Gaya y Lorenzo Varela, que fueron, con algunos más, fundadores de la revista Hora de España –hermana de Taller– y uno de los más extraordinarios esfuerzos de la República española para mantener en la guerra esa continuidad histórica de la cultura española, que hoy busca sus raíces en América.

Si Hora de España y Taller eran “hermanas”, nada más coherente, por tanto, que integrar a esos “camaradas” en la propia redacción de la revista mexicana, tal y como informa la nota editorial que introduce su número 5 (octubre de 1939):

La presencia de Antonio Sánchez Barbudo, Juan Gil-Albert, Ramón Gaya, Lorenzo Varela y José Herrera Petere, en la redacción de Taller, nos confirma la comunión de nuestra tradición, de nuestra fuente y nos entrega la certidumbre de una apasionada coincidencia en la preocupación y angustia por algunos temas.

Así, Taller, “revista mensual de poesía y crítica”, se reestructuró a partir de octubre de 1939, como “revista de confluencias”, de la siguiente manera: Octavio Paz, director; Juan Gil-Albert, secretario; y Ramón Gaya, José Herrera Petere, Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez, Antonio Sánchez Barbudo, Rafael Solana y Lorenzo Varela, redacción.

Como hemos visto, en 1939 se sentaron las bases de integración de nuestros intelectuales republicanos exiliados en la sociedad y en la cultura mexicanas (editoriales, prensa, universidades), una fructífera trayectoria ampliamente reconocida hoy por ambas partes: por parte española, el agradecimiento unánime y permanente a la política de acogida del presidente Lázaro Cárdenas, reconocida no únicamente por la primera generación exiliada de 1939, sino también por la segunda y la tercera, por sus hijos y nietos; y, por parte mexicana, el reconocimiento público al impulso cualitativo que supuso el exilio republicano español de 1939 para muchos ámbitos de la cultura mexicana, ochenta años después. ~

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es el coordinador general del Congreso Plural “Ochenta años después”, impulsado por el Grupo de Estudios del Exilio Literario de la Universidad Autónoma de Barcelona.


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