El poder en Cataluña

En 'El hijo del chófer', Jordi Amat narra la historia de la Transición en Cataluña a través de Alfons Quintà, un personaje oscuro y manipulador.
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Jordi Amat

El hijo del chófer

Barcelona, Tusquets, 2020, 256 pp.

En 1960, con diecisiete años, Alfons Quintà chantajeó a Josep Pla. En una carta, le pide que convenza a su padre, que trabajaba como chófer del escritor, de que le firme una autorización para “poder pedir el pasaporte y otra para poder sacarme el carné de conducir”. Si no hace lo que le pide, “yo me vería en la necesidad de comunicarle al señor Juan Vicente Creix, inspector jefe de la Brigada Política Social de Barcelona con quien tengo relación, todo lo que sé sobre ustedes y otros miembros del ‘equipo’”. ¿De qué equipo habla? De lo que Jordi Amat llama “el Camelot de Pla”, un grupo de intelectuales catalanistas opositores al régimen franquista del que formaba parte humildemente el padre de Quintà, y en el que participaban desde el historiador Vicens Vives al president de la Generalitat en el exilio Josep Tarradellas. La anécdota ejemplifica dos aspectos importantes de Alfons Quintà: siempre estuvo cerca del poder y siempre supo cómo aprovecharse de ello. La carta termina así: “Espero que esta carta defina exactamente y para siempre nuestras futuras relaciones.”

Hijo de un matrimonio fracasado, con un padre ausente y autoritario, el periodista Alfons Quintà desarrolló muy temprano un resentimiento y afán de venganza contra cualquiera que le llevara la contraria. Y uno de los primeros en hacer esto después de su padre fue Jordi Pujol. A principios de los años setenta, Quintà comienza a colaborar en Enciclopèdia Catalana, un proyecto financiado por Banca Catalana (el banco de Pujol) cuyo propósito era “describir el mundo desde un lugar y una perspectiva concreta: la de los Països Catalans y la del nacionalismo catalán”. Tras demostrarse su inviabilidad económica, Pujol cierra la publicación. Quintà “lo interioriza como una humillación que no perdonaría”. A partir de entonces, se convirtió en uno de los escasos periodistas catalanistas que se atrevían a criticar abiertamente el caciquismo, el control mediático y la corrupción de Pujol. No por profesionalidad periodística o deontología, sino por venganza personal. Como dice Amat, “si dice la verdad, es al servicio de su propio delirio”.

En su etapa en la radio (en Dietari, el primer magazín de radio en catalán desde 1939) y en la edición catalana de El País, se convierte en uno de los periodistas más influyentes de Cataluña. Tiene una relación cercana con Tarradellas, consecuencia de sus contactos con el “Camelot de Pla”, e intenta promover su vuelta a Cataluña con la llegada de la democracia, lo que va en contra de los planes de Pujol (Tarradellas despreciaba a Pujol). Durante unos años, nadie se le escapa. Tiene todas las fuentes, nadie se atreve a decirle que no. Con ese poder, comienza a preparar su venganza. Se acercan las elecciones autonómicas de 1980. Pujol se presenta candidato y Quintà sabe que carga con una mochila pesada: el caso Banca Catalana. Apenas cinco días después de ganar, Quintà escribe el primer gran artículo sobre los problemas financieros del banco. Le seguirían varios con los años.

Pujol, dueño de la revista Destino y accionista de El Correo Catalán y El País, que tiene comprados a periodistas de La Vanguardia (más adelante en su mandato, el jefe de política catalana del periódico de Godó era a la vez el asesor de prensa de Pujol), no puede aceptar esta situación. Y decide comprar a Quintà: le ofrece dirigir TV3 El propio periodista alimenta el rumor de que es un chantaje. Cuando le preguntan por qué lo han elegido a él a pesar de ser el instigador del caso Banca Catalana, responde: “Porque saben lo que puedo seguir contando.”

Quintà se convierte en el primer director de la cadena autonómica. Dice que no quiere “una televisión casera y folclórica que hable de Cataluña desde Cataluña” sino “una televisión profesional e institucional que hable de todo desde una perspectiva catalana.” Tiene muchísimo dinero, mucha gente joven e ideas nuevas. Pero, como siempre le ocurre, acaba boicoteando su proyecto. Gasta desorbitadamente, es autoritario, maleducado e impulsivo. Acosa y abusa de mujeres, ejerce ven- dettas personales. El 10 de septiembre de 1983 se emite por primera vez el canal; en junio de 1984 Quintà ya está fuera. Vuelve a intentarlo en otros medios. Un periódico en el que vuelve a tener un cheque en blanco, como en TV3, El observador, que quiere competir con La Vanguardia. Colaboraciones en diversos medios catalanes, decadencia, soledad. Una obsesión conspiranoica por el pujolismo que le dura toda la vida. Y un patrón de abusos y problemas mentales que desemboca en el asesinato de su mujer y su suicidio en 2016.

La historia de El hijo del chófer tiene todo para ser una historia apasionante. En más de una ocasión lo consigue: Amat narra con pulso y rigor sucesos generalmente desconocidos para el no experto en la historia de la Transición en Cataluña. En otras ocasiones, sin embargo, el autor interviene demasiado para hacer énfasis en la importancia de lo que está sucediendo: adjetiva, “editorializa”, da solemnidad y un tono épico a sucesos e historias no muy interesantes del mundo de la política y los negocios: el chalaneo más prosaico entre líderes políticos locales se presenta como una trama shakespeareana. A veces, la disonancia entre lo que se cuenta y cómo interpreta los hechos el autor es llamativa. Tras reproducir íntegramente el primer gran artículo sobre Banca Catalana de Alfons Quintà en El País, un texto denso y gris sobre participaciones accionariales y créditos hipotecarios del que es difícil extraer nada especialmente grave (o al menos predecir que se trata de un caso de corrupción importante), Amat dice que está escrito “con la retórica de los reporteros del Washington Post que habían tumbado a un presidente”. Pero es muy difícil verlo así.

El libro pone el foco en el poder del Estado y la alta política, los “comedores donde el humo de los puros se confunde con el aroma de las influencias”, las grandes decisiones en los grandes despachos. En cierto modo, este interés por el poder forma parte de una tradición intelectual catalana. Es una fascinación previa a Pujol (es la Cataluña de burgueses, industriales y políticos pragmáticos que defendían Ernest Lluch o Josep Tarradellas), pero que con Pujol se refuerza. El pujolismo construyó un relato muy influyente: el Pujol del peix al cove (pájaro en mano), estadista, gran negociador que consiguió desplegar todo el poder que tiene Cataluña. Hoy, ese marco persiste no solo para hablar del procés sino para hablar del lugar de Cataluña en España: choque de trenes, un tablero de ajedrez, los grandes poderes.

En El hijo del chófer, Amat cuenta indirectamente la historia de Cataluña durante la Transición con un molde similar. Tanto el autor como el protagonista están obsesionados con el poder. Y ambos están profundamente influidos, y en cierto modo fascinados, por el pujolismo. Quintà se creía Bob Woodward. Pujol era su Nixon y el caso de Banca Catalana era su Watergate. Amat, por su parte, narra con un tono épico y dramático la historia de un Woodward psicópata y manipulador, y la de un Nixon que no era más que un cacique local. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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