El perdón estratégico

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La gran asignatura pendiente de la democracia mexicana es romper los pactos de impunidad entre gobiernos salientes y entrantes, que garantizan a muchos saqueadores del erario un sosegado disfrute de sus botines. El sexenio de Peña Nieto fue uno de los más corruptos en la historia de México y la sociedad agraviada espera todavía que la justicia castigue latrocinios de gran calado como el contubernio del gobierno mexiquense con OHL, el dadivoso financiamiento de la Casa Blanca a cambio de contratos de obra pública, la Estafa Maestra, los sobornos de Odebrecht a Lozoya, los desfalcos de César Duarte, la ordeña sistemática de combustibles en Pemex o el desvío de fondos para las campañas electorales del PRI, descubierto en Chihuahua. Sin embargo, AMLO advirtió desde su campaña que no perseguirá a los corruptos de la pasada administración y se opuso a dejar en manos de un comité ciudadano el nombramiento del nuevo fiscal general de la república, lo que hubiera facilitado ese necesario ajuste de cuentas.

Las razones que ha esgrimido para justificar su perdón magnánimo (que no es su fuerte la venganza, que no necesita un circo mediático para obtener legitimidad, que la persecución provocaría una inestabilidad perjudicial al país) no convencen ni a los propios morenistas, pues nadie puede aceptar que el temor a desatar una confrontación política sea la verdadera causa de su indulgencia. Los hechos indican, por el contrario, que necesita los votos del Verde y el PRI para reformar la Constitución y por lo tanto ha decidido perpetuar la impunidad de sus capos, con tal de sacar adelante un proyecto económico de muy dudosa eficacia. Desde la campaña, el respaldo de los diputados morenistas a los consejeros del ifai propuestos por Peña Nieto y los ataques de Yeidckol Polevnsky al gobernador de Chihuahua, Javier Corral, por su empeño en procesar judicialmente a un ex secretario general del PRI delataron el nacimiento de un nuevo partido: el primor. AMLO fue más lejos aún: regañó a los empresarios que se atrevieron a denunciar las corruptelas de Peña Nieto y los acusó de querer tratar al primer mandatario como un pelele. Los creyentes en el advenimiento de la república amorosa le perdonaron esta grave claudicación, con la esperanza de que una vez llegado al poder castigaría a los saqueadores del país. ¿Se habrán convencido ya de su error?

Las empresas que repartieron moches y sobornos en el sexenio pasado están plenamente identificadas, los funcionarios enriquecidos también, hay pruebas flagrantes de sus corruptelas y, sin embargo, AMLO prefiere fustigar al neoliberalismo en abstracto que castigar a sus ovejas negras. Presionado por Carmen Aristegui, prometió convocar a una consulta para que la población decida si se debe investigar o no a los presidentes de los cinco últimos sexenios, desde Salinas de Gortari hasta Peña Nieto. Ampliar tanto el periodo de la investigación es una burda jugarreta para enmarañarla. El resultado de una búsqueda de pruebas tan intrincada y extemporánea es fácil de predecir: un laberíntico proceso legal sin consecuencias penales para nadie. Al imponer su política de borrón y cuenta nueva, el presidente que ha prometido un cambio de régimen dejará intacta una vieja tradición de encubrimiento transexenal.

El manejo limpio de los fondos públicos no debería depender de la buena fe de los funcionarios. Solo podremos someterlo a un control ciudadano eficaz cuando los partidos políticos se cuiden las uñas entre sí, en vez de protegerse mutuamente contra los riesgos de la alternancia. En los últimos veinte años, el progresivo envilecimiento de los gobiernos capitalinos deja en claro que los militantes de izquierda, o los oportunistas que llevan ese antifaz, no están a salvo de corromperse, menos aún si las componendas entre partidos falsamente antagónicos les dan una patente de corso para robar. ¿Por qué un gobierno tan ambicioso, que ha prometido una transformación histórica equiparable a la Independencia, la Reforma o la Revolución, no puede concedernos un modesto desagravio judicial? Mientras Enrique Peña Nieto y sus esbirros se den la gran vida con las enormes fortunas que nos robaron, el salvador de la patria gobernará bajo sospecha. ~

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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