El exilio se lleva en la lengua

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Astrid López Méndez

Frontera interior

Ciudad de México, Alacraña/UNAM, 2020, 122 pp.

Hacia el final de Retrato del artista adolescente, Stephen Dedalus manifiesta que, al enfrentarse con el mundo, sus valores principales serán el silencio, el exilio y la astucia. Con esto, se declara disidente de la patria que está por abandonar e inaugura su propio futuro sin saber, como nosotros sabemos porque hemos leído el libro siguiente, que fracasará estrepitosamente y regresará, con la cabeza gacha, a la Irlanda ancestral que James Joyce, el verdadero Stephen, pudo dejar físicamente, pero nunca en la escritura o en la memoria. Con esto, Joyce pudo cobrar una especie de victoria pírrica: el país que plasma en el tintero es uno de memoria brumosa, de pesadilla tanto para el intelectual como para el burócrata, y es un lugar del que uno nunca se aleja, a pesar de cuántos kilómetros lo separen de ahí. Entonces, el Dublín que vemos desde un autor que escribe en Trieste o en París ya no es sino el marco de un país interior: el de la lengua materna, de las cosas que tenemos asumidas como nuestra identidad, y que estarán ahí no importa qué tanto nos esforcemos por abandonarlas.

Frontera interior, el primer libro publicado de Astrid López Méndez, muestra otra manera de encontrar el exilio dentro de la lengua propia. En él, López Méndez nos ofrece una serie de fragmentos, preguntas y definiciones ambiguas alrededor de la poesía, pero sin verla como un fin o como un objeto concreto: en lugar de querer explicarnos la función del poema en el mundo, de acercarnos a ella con un escalpelo y mostrar sus procesos formales, o de llevarnos a considerarla en el plano sociopolítico, nos muestra su propia lectura de este género literario, y nos impulsa a construir, a partir de referentes líricos y teóricos, la historia de su propio, personal, sentimiento de exilio frente al lenguaje. Los recursos que usa para lograr esto podrían ser adivinados fácilmente, atendiendo al catálogo de lecturas que el libro nos presenta. Están presentes los ensayos-poema de María Negroni, los trabajos ludocríticos de Ben Lerner, los ejercicios de memoria de Joseph Brodsky, los manifiestos en pro de la forma como contenido de W. H. Auden y, someramente, la presencia de sor Juana Inés de la Cruz como alquimista de la lengua española, como alguien que, para diseccionar a la lírica de tal manera, necesariamente tuvo que mirarla desde un exilio interior.

Este catálogo, que se complementa también de otras referencias que soportan los mismos ejes críticos y teóricos, no deviene solamente en un entramado de citas e ideas que se conectan con cada parte del ensayo, sino que funciona para acercarnos a un entendimiento de la relación entre la voz ensayística y el lenguaje (la lengua materna, la madre-lengua) a lo largo de su vida. El estilo fragmentario de Frontera interior también se traduce en secciones experimentales, de efectividad variada, que interrumpen los flujos del ensayo y nos obligan a pensar el libro como objeto, como espacio que se puede visitar de formas diversas, en lugar de como una sola estructura que aborda un tema en toda su complejidad. Acaso, estos momentos de corte (un cuestionario, una ilustración, algunas páginas en negro) son otras formas de presentarnos el silencio y el exilio, la imposibilidad de decir claramente, la perspectiva del lenguaje como un abismo contra el que se está en pugna todo el tiempo. El poema, la escritura y el libro mismo se perciben como una pared, o como un problema matemático sin solución posible: “Al revisar mis números, había una incógnita que no lograba resolver. Llegaba a ella sin poder descifrar de qué se trataba. Luego se me olvidaba. Y empezaba otra vez. Los números, tan transparentes. […] En cuatro páginas quise escribir que me sentía fragmentada, y la única manera que encontré fue haciéndolo con citas y oraciones incompletas.”

De origen modernista, explorado en la poesía por autores que van de T. S. Eliot a Paul Celan, y en la crítica por Roland Barthes o Mario Montalbetti, el concepto del poema como imposibilidad semiótica, como vínculo entre el decir y el no decir, es acaso lo que mejor transmite este libro, más desde lo sensorial que desde lo teórico o el postulado académico. Nos muestra este sentimiento del lenguaje como un extremo, un lugar al que se llega solamente adentrándonos en el silencio y en nuestra propia relación con la palabra. Es como cuando la voz ensayística, de niña, siente ese primer impulso: “Siempre vi un poco ridículo el espectáculo poético, pero también sentía una especie de envidia. Quería creer en las palabras. No en las lecturas de la clase, sino en las palabras que una persona se dice a sí misma.” Una vez superada la visión patriarcal y chauvinista del poema, la visión del lenguaje como una totalidad infranqueable que nos imponen las malas prácticas del sistema educativo, queda un deseo de “creer en las palabras”, en la posibilidad de que estas pueden atravesar, con operaciones sutiles, los muros con los que se construye nuestra experiencia exterior: los poemas no responden preguntas, no generan máximas, no hacen que nada pase, sino que tienden puentes entre nuestra sensibilidad y las intensidades vertidas en ellos.

Los fragmentos más memorables de Frontera interior emergen de estas consideraciones que bordean lo literario con lo filosófico y permiten una lectura íntima, como un relato, que cruza los problemas abstractos con los que identificamos a la poesía y los conjuga con problemas concretos de la vida cotidiana: el desencanto, la timidez, la dificultad para comunicarse con el otro, sea extraño o parte del círculo íntimo, habitan en el fondo del lenguaje y emergen como objetos poéticos que exploraremos a través de la lectura, primero, después del intento de escribir poesía y, al final, en la escritura de un ensayo de fragmentos sobre la relación propia con los poemas. Así como para Auden el poema ideal es el que se yergue sobre su propia forma, que contiene unidad dentro de sí mismo, este ensayo funciona como un documento de su propio proceso de escritura, de las partes que lo conforman, y esa perspectiva tan particular es, al mismo tiempo, lo que marca su lógica de construcción. En contraste, los momentos donde la lectura se quiebra o se dificulta son justamente en los que se pierde el hilo y se exploran otras dimensiones del problema lírico. Al estar tan consolidado temáticamente, tan centrado en una cuestión fundamental, momentos como el juego entre las definiciones de la poesía según Octavio Paz, las perspectivas alrededor de diversos poemas de Auden, o el encuentro ficcionado entre Elena Garro y Virginia Woolf se sienten como quiebres estructurales, que funcionan dentro de sí mismos pero complican la lectura de un ensayo que, de otra manera, sería más rizomático que fragmentario: una serie de enunciados y párrafos que, sin intentar circunscribirse a un orden específico, muestran una diversidad de perspectivas sobre la ecuación entre el exilio y el lenguaje.

Fuera del texto, sería importante discutir la razón principal por la que este libro es relevante dentro de la escena de la literatura mexicana: es un debut literario que consiste en un ensayo sobre poesía, escrito por alguien que, desde un principio, nos dice que no tiene un interés particular por escribir poesía. Es usual que los libros sobre el tema, como Leyendo agujeros de Luis Felipe Fabre, Caníbal de Julián Herbert o los ejercicios críticos de Malva Flores, sean escritos por personas con presencia autoral dentro de la lírica mexicana, lo que hace que sus perspectivas se lean como adendas a una obra que se desarrolla en otros textos. Esta costumbre se añade también a la función disciplinaria que tenemos tan arraigada en los círculos literarios: el ensayista se lleva con ensayistas y escribe ensayo, la narradora con narradores y escribe narrativa, y un poeta, si acaso, con los poetas con quienes no se ha peleado, y escribe poesía o crítica de poesía. La llegada de un libro como Frontera interior, que ve a la poesía desde la perspectiva de una lectora informada, no desde el trabajo interno del discurso lírico o la academia, refresca la discusión alrededor de este género y nos recuerda que la discusión sobre poesía no es exclusiva de poetas y universidades, sino que es un espacio de contacto en el que es posible reflexionar sobre el lenguaje mismo, nuestra relación con él, y cómo afecta nuestra manera de habitar el mundo. Sin embargo, su abundancia de referentes internacionales –sobre todo anglosajones– y la poca discusión sobre el trabajo literario de nuestro contexto, más allá de referencias al trabajo de Paz, Mariana Oliver o Sara Uribe, me hace preguntarme: ¿cómo lee esta lectora informada y actual la producción artística de su propio espacio y tiempo, y cómo toca, de hacerlo, la lírica mexicana a su sentimiento de auto-exilio lingüístico?

A pesar, entonces, de un sentido de progresión por capítulos cuya lógica interna no alcanza a distinguirse del todo, de las dificultades estructurales ya señaladas, de algunos fragmentos que parecieran inorgánicos a la totalidad del libro, y de callejones sin salida que ofrecen historias o problemas sin llegar a aterrizarlos, Frontera interior se percibe como el primer capítulo de una serie más grande de fragmentos, un convoluto a la Walter Benjamin en el que la autora nos marca, por medio de un lenguaje sumamente personal, su exploración alrededor de problemas de escritura, memoria y exilio con la poesía como hilo conductor. En este libro, la ensayista y editora nos permite regresar a la discusión de la poesía como lectores, como entes sensibles, y su perspectiva alejada de los engolamientos academicistas y de la terminología agotada del circuito universitario nos recuerda que hay otras maneras de leer. En este libro se alcanzan a vislumbrar el silencio y el exilio que el joven médico irlandés de la ficción quiso para su futuro imaginado: la formación del próximo convoluto, el seguimiento a los problemas que se acarician en este libro dentro de la lógica compleja y rizomática que nos presenta, queda como el trabajo pendiente para su autora y será lo que revele, en fin, su astucia. ~

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(Naucalpan, 1994) escribe poemas y ensayos. Su primer libro, Fracción continua, fue publicado por el FOEM en 2022.


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