El discurso presidencial como arma demagógica

López Obrador: el poder del discurso populista

Luis Antonio Espino

Turner

Ciudad de México, 2021, 224 pp.

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“En México, la lucha contra la corrupción ha ocasionado graves violaciones a derechos humanos, sobre todo al derecho a la salud.” Esta fue la frase con la que intenté explicar el tema del desabasto de medicamentos en un foro sobre corrupción y derechos humanos. La incredulidad de los presentes ante lo que dije fue tal que me puse a pensar en lo que implicaba mi aseveración. Sabía que había algo mal en ella, pero no lograba determinar qué. Entonces caí en cuenta que el discurso de “lucha contra la corrupción” había sido usado por el gobierno federal como justificación para deshacer el sistema de compra de medicamentos en el país; pero, además, que dicha narrativa había sido despojada por completo de su significado. Este vacío de significación había ocurrido en las conferencias matutinas del presidente, en las que constantemente se invoca el combate a la corrupción como pretexto para desmantelar y eliminar programas gubernamentales, como es el caso del Seguro Popular, los fideicomisos de ciencia y tecnología y el programa de estancias infantiles. Esta frase es ahora un simple estandarte, puesto que no viene acompañada de un verdadero ejercicio de investigación y sanción de la corrupción que se acusa. Muchos mexicanos sentimos la misma incredulidad e impotencia no solo ante lo dicho por el presidente, sino ante el continuo apoyo y respaldo social que recibe, a pesar de la disparidad entre lo que dice en sus conferencias matutinas y lo que pasa en el país. Sin embargo, este escepticismo se queda muchas veces en indignación o sorpresa y no logra comprender a cabalidad la estrategia de comunicación que subyace a los mensajes que el presidente repite de forma metódica para intentar controlar la interpretación que la gente hace de su gobierno. Si alguno de ustedes ha sentido el mismo desconcierto, el libro López Obrador: el poder del discurso populista puede ayudarles a resolver tales inquietudes.

La pregunta central que motiva a Luis Antonio Espino a escribir este libro es la siguiente: ¿cómo logra el presidente mantener altos niveles de aprobación y de respaldo social a pesar de las reiteradas fallas gubernamentales ante algunos de los problemas más apremiantes del país, en buena parte ocasionados por su propia administración? Para obtener una respuesta, el autor realiza un detenido análisis de las conferencias y los discursos del mandatario. La conclusión a la que llega es que López Obrador ha convertido el lenguaje en una herramienta para controlar la interpretación que se hace de la realidad del país y con esto lograr erigirse como “la única voz con autoridad y el único poder legítimo”.

Esta aseveración parecería exagerada, de no ser por el minucioso trabajo de Espino a lo largo del libro. De acuerdo con el autor, son cinco las acciones que López Obrador realiza de forma metódica y que le han permitido tener un mayor control de la discusión pública: adaptar los hechos a una narrativa demagógica; sustituir comunicación con propaganda; negar, minimizar y eludir ante las crisis; deslegitimar el conocimiento, la información y la crítica; y, por último, manipular el lenguaje para erigirse en el único poder legítimo. Espino identifica estos recursos discursivos a la luz de algunos episodios nacionales recientes, como el desabasto de gasolina de 2019, la pandemia del coronavirus, el terrible episodio conocido como el “Culiacanazo” y la venta del avión presidencial.

En este recuento de procedimientos se pone de manifiesto una narrativa simplista, demagógica y maniquea en la que López Obrador y el pueblo bueno tienen una alianza indisoluble, vínculo que motiva al presidente y lo impulsa para, según él (siempre “según él”), regresarnos a ese pasado glorioso en el que vivíamos antes de que los neoliberales y la corrupción nos despojaran de la riqueza que tiene y produce nuestro país. Desgraciadamente, un grupo de “enemigos” –conformado por los intelectuales, académicos, fifís y las organizaciones de la sociedad civil– intenta evitar a toda costa que este proyecto de transformación se cumpla. Si algo malo ocurre en este gobierno, se rehúye de toda responsabilidad y se repite alguna de las narrativas y mensajes ensayados. Si se cuestiona o critica alguna acción gubernamental, se caricaturiza en automático a quien lo señala y se le pone al lado del enemigo a combatir.

Esta estrategia discursiva sería solo del interés de los expertos en comunicación política, de no ser porque trae consigo y encubre un grave desmantelamiento institucional. El caso del desabasto de medicamentos no se menciona en el libro, pero es idóneo para poner a prueba la hipótesis del autor. La narrativa demagógica que se construyó fue que había unas farmacéuticas inmorales y corruptas que acaparaban la venta de medicamentos en el país, por lo cual había que castigarlas y vetarlas para que no volvieran a tener beneficios del gobierno. La sustitución de la comunicación con propaganda se observa en la manera en que se presumen ahorros en la compra de medicamentos (ahorros que no existen), a la par que se deja de informar sobre el estado real del sistema de compra y distribución de medicinas. También hemos visto cómo el gobierno ha negado, minimizado y eludido constantemente la crisis que él mismo provocó y que se ha traducido ya en pérdidas humanas. Al principio decían que no había tal desabasto, luego que solo era para pacientes con cáncer, luego se cambió el tema a los intentos golpistas detrás de las protestas. Diversos estudios coinciden en que el desabasto fue provocado por cambiar de forma tan radical el sistema de compra de medicamentos; en respuesta, el gobierno ha afirmado que probablemente esos estudios obedecen a intereses de las farmacéuticas y no pueden tomarse en cuenta. Lo razonable sería que las autoridades en salud reconocieran el error, pero no han querido ir en contra de la decisión presidencial de mantener las compras de medicinas bajo su control.

Este libro contribuyó a poner en claro mis intuiciones e impresiones acerca de la capacidad del presidente para producir mensajes y dominar la agenda pública. No es lo mismo intuir que estamos ante un uso retórico y faccioso de comunicación gubernamental que desarticular con orden y claridad la estrategia discursiva presidencial. Quizás el único aspecto en el que difiero del autor es su interpretación de los votantes de López Obrador. Creo que los matices son necesarios para hablar de quienes lo eligieron y siguen mostrando apoyo a su movimiento y que precisamente son esos matices los que nos permitirán mover un poco la agenda política y social del país en los próximos años.

Como bien menciona Espino, la estrategia del presidente López Obrador ha sido muy exitosa en polarizar aún más la opinión pública y en acortar el terreno para la discusión de ideas y problemas que no termine en una simplificación de si se está a favor o en contra de su gobierno. Me parece indispensable entender la estrategia de comunicación que está detrás de esta polarización, así como buscar otras vías de diálogo y de análisis de los problemas, para evitar caer en la visión simplista y maniquea que día a día intenta establecer el presidente. Al final lo que busca esta estrategia es que repitamos su idea de una sociedad dividida y que dejemos de prestar atención a los problemas que nos aquejan como sociedad, muchos de los cuales anteceden a su administración. No caigamos en las provocaciones diarias del presidente, urge discutir los problemas del país desde otra perspectiva. ~

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