Compromisos, culpa, desolación

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Marcos Giralt Torrente

Mudar de piel

Barcelona, Anagrama, 2018, 240 pp.

De pronto las editoriales grandes empezaron a publicar libros de relatos y los escritores de esas editoriales ya no tienen que recurrir a editoriales más pequeñas si quieren publicar sus obras. El premio de narrativa breve Ribera del Duero es uno de los más cotizados no solo por el monto otorgado. El premio Setenil, con una cantidad menor, mantiene su prestigio. La gente que quiere escribir empieza probando suerte en los cientos de concursos locales que se mantienen por toda España. En los ambientes literarios se comenta la importancia que están cobrando los libros de relatos, pero si se hiciera una encuesta entre lectores comunes casi ninguno podría mencionar autores españoles dedicados a este género. Entre los más jóvenes, Sara Mesa y Miguel Serrano han sido de los más constantes y quizás los más celebrados con tres y dos libros de cuentos publicados. Cabe preguntar entonces qué ha cambiado, porque la lucha de este género por ganar lectores no cuenta aún con una victoria definitiva, ¿o es acaso su destino?

El panorama del cuento español es anómalo, tanto como lo fue la aparición de Marcos Giralt hace más de dos décadas con la colección de relatos Entiéndame en Anagrama, cuando la apuesta por la novela era mayoritaria. El final del amor (2011) confirmó su maestría como cuentista y Mudar de piel es la última muestra de un talento que ha generado unanimidad respecto a su obra. Las nueve historias, todas, están narradas en primera persona. Y las relaciones íntimas, sobre todo las familiares y de pareja, marcan la pauta. “Rendijas, islas”, remite al lector a Tiempo de vida, aquel libro confesional que le valió a Giralt el premio nacional de narrativa. Un hijo de padres separados recuerda a través de sus vacaciones y otros viajes de su infancia a esa figura paterna que cubría su ausencia con postales de lugares remotos. “Conozco las estrategias con las que enterramos lo que más nos duele”, dice el narrador, admitiendo además que: “O atraviesas las incertidumbres de la vida, aunque sea a costa de cerrar los ojos, o te recreas en el malestar. Pero el daño acaba por salir, también eso lo he aprendido.” En “Un refugio imprevisto” el conflicto se traslada a la relación de un hijo con su madre, que viven en una urbanización de un barrio acomodado, un lugar idílico. La ausencia del padre se repite. Otras constantes son los hijos únicos y los padres y parejas con profesiones artísticas. En este caso la madre es una actriz de teatro que abandona su carrera y monta una escuela de actores para estar más cerca de su hijo, que la necesita tanto como la rechaza. Es una historia dramática en la que el humor negro encuentra su lugar aunque sea en la forma de una lluvia de piedras, en una escena memorable.

Escribir supone más que narrar una serie de hechos y encadenarlos de forma lógica y añadir algunos detalles curiosos que sirvan como símbolos. Giralt compone retratos psicológicos difíciles de olvidar como el del tío en “Traición”: “Compartía con mi madre la buena planta y el optimismo. Era un seductor experto, de los que no miden las consecuencias de sus acciones en las víctimas de su buena fortuna: confiaba en que algún día las resarciría, cosa que en una trayectoria como la suya, marcada por una sempiterna huida hacia delante, casi nunca era cierta.” Se trata de un relato entrañable que en vez de despejar las dudas sobre la culpa las añade. La decadencia de un estilo de vida y de los cuerpos atraviesa también este libro. En “Sombras que reverberan” una pareja formada por una escritora y un informático que antes ha hecho de todo se tiene que hacer cargo del padre de ella. El deterioro mental del anciano no es más grave que la apariencia de una relación normal y saludable que han mantenido ellos. Y en “Mudar de piel” hay otro examen a un padre desaparecido que regresa para asistir al entierro de su madre. La vida del padre es una lucha constante por arañar algo de ese éxito familiar que representa el dinero. En un ejercicio de clasismo y de negación de la culpa, la familia de él señala a su exmujer como responsable de su fracaso. “Podía haberse conformado con un trabajo de oficina, pero no: tenía que volver a casa con un triunfo a la medida de las pretensiones de su familia. La realidad es que ansiaba su respeto más que nuestro bienestar”, reflexiona la exmujer. La fragilidad del padre contrasta con la entereza del hijo mayor que protege al hermano inválido de su ausencia, acentuada otra vez por postales de sus viajes.

“Preserva mejor el recuerdo” es el relato más flojo por culpa de un final abrupto y obvio. Pero “Baker y margaritas” retoma el nivel del resto del libro. Un profesor de música del conservatorio engaña a su mujer, una galerista de arte, con una de sus amigas, que es solo una de las tantas amantes que ha tenido. Lo hace además el mismo día que su mujer tiene que ir al hospital para que le hagan una ecografía por un bulto en el pecho. Nadie mejor que el narrador para explicar el porqué y sus consecuencias y cómo afronta la culpa: “Despachaba a mis amantes con prontitud para no involucrarme en relaciones largas, pero reincidía a pesar de que la errada conciencia de excepcionalidad con la que al principio había adormecido la culpa enseguida dio paso a una aceptación del hecho más correosa”, y “me confieso en retrospectiva adicto a la adrenalina generada por la clandestinidad”.

La potencia de Giralt está en la exploración psicológica de todos los personajes, en sus justificaciones y agotamiento, en la forma cómo aceptan la realidad tratando siempre de controlar los daños. Que sirva este libro para que los lectores aún ajenos al relato se inicien en el universo anómalo del cuento español. ~

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