¿Cómo se forma un Henry James?

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¿Cómo se forma un novelista? Uno bien podría responder: ¿qué más nos da? ¿No es ya bastante faena intentar entender cómo funciona la obra de un autor? Pero ocurre que en algunos casos las novelas de formación arrojan luz sobre unas consecuciones maduras que, por su complejidad o extrañeza, se repliegan ante la comprensión como un enigma fascinante. Al fin y al cabo, contra el lugar común según el cual los escritores progresan con los años hacia la claridad siempre se puede citar una lista de novelistas que cada año que pasaba se volvían más salvajes, más audaces, menos dispuestos a las concesiones: George Eliot, Dostoievski, James, Proust o Woolf.

Elijo para mi experimento El americano, una deliciosa novela temprana de James que parece haber servido como falsilla de su producción más ambiciosa, pues plantea desde las primeras páginas uno de sus temas más queridos: el del hombre que se sitúa entre dos mundos. Con el paso de los años Henry James se convertirá en el mejor agente doble del que ha disfrutado la novela; sus personajes viven atrapados entre América y Europa, la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, amos y criados. La propia naturaleza de esta frontera irá desdibujándose hasta adentrarse en una sugestiva e intimidante ambigüedad (¿están vivos o muertos?, ¿dominan o son dominados?, ¿entiende la niña lo que pasa a su alrededor o no lo entiende?), pero a la altura de El americano James plantea una situación más sencilla, de desplazamiento: un millonario americano se traslada a Europa para entretenerse, una diversión en la que late la expectativa de refinarse, de apropiarse de la clase y del gusto.

El tema no era nuevo (Wilde lo había explotado cómicamente desde la otra orilla en El fantasma de Canterville) y el libro progresa como una comedia casamentera de Austen. El joven James añade dos perversiones (las permutaciones de valor, que son otro de sus rasgos definitorios): aquí es el americano quien busca esposa y su “ingenuidad” está protegida por una “fortuna portentosa” que transmite la confianza de “merecer lo mejor”.

A James se le aprecia la bisoñez en las caracterizaciones. Para que no se nos olvide que el protagonista es un americano dispuestísimo a dejarse asombrar por Europa, ¡le hace hablar cada dos por tres con exclamaciones! Pero donde más se delata es cuando aquí y allí deja pasar la oportunidad de tensar un diálogo o de apurar una situación; desde el conocimiento de las novelas que el James de 1876 ni siquiera sabía que iba a escribir nos sorprendemos advirtiéndole en mitad de la lectura: ¡no, hombre, James, así no, hazlo como tú sabes!

Sinteticemos el argumento: nuestro millonario, Newman, está dispuesto a casarse con “lo mejor de lo mejor”, una viuda apellidada Cintré; su familia (nobleza obliga) trata bien a Newman pero hará lo posible para impedir que se case con la joven viuda, pues le desprecian secretamente por ser “una persona mercantil”. La propia viuda se desdecirá de su matrimonio con Newman aunque eso signifique destruirse socialmente…

Creada esta situación inicial James aplica la misma técnica que le dará grandes réditos en el futuro: en lugar de permitir que la historia progrese de manera lineal (al mismo ritmo para todos los personajes), se detiene a explorar las distintas vertientes que ofrece la situación. Solo que en las páginas de El americano James todavía no confía en la profundización sin progreso que dominará novelas casi estáticas como La copa dorada o Las alas de la paloma y se entrega a soluciones más convencionales: la entrada de nuevos personajes, secretos y revelaciones, entradas y salidas vodevilescas… Pero le vemos ya a un paso de descubrir el avance moroso de una narrativa interesada en explorar todas las combinaciones posibles (mediante encuentros y conversaciones con los diferentes personajes) de una situación humana.

El americano es también una cantera de temas para el James futuro. Asoma aquí también uno de los más constantes: el daño que pueden hacer las personas que saben que tienen razón y que están dispuestas a aplicar esa razón hasta el final. El comportamiento de la familia de madame de Cintré es un borrador de Washington Square, una novela que convence al mismo tiempo al lector de que el padre tiene razón y de que la aplicación de esa razón encerrará a su hija en una infelicidad estéril. ¿No hubiese sido mejor dejarle sufrir la experiencia de un mal matrimonio? No sabemos si es más terrible responder sí o no.

Uno de los efectos más perturbadores de la narrativa de James afecta al comportamiento de los personajes, que a menudo se retractan de sus decisiones o se quedan “congelados” sin que podamos atribuirlo a una deliberación racional, en abierta contradicción con sus deseos. Por si fuera poco, al tomar esas decisiones (u omisiones) los personajes se sitúan en una posición desventajosa. Son pasajes en los que el lector llega a percibir, en medio de un fascinante desconcierto, los efectos de un sutil vampirismo.

Las idas y venidas de Newman nos ayudan a comprender que los personajes del futuro están sujetos por fuerzas bien articuladas, que influyen sobre su sistema de valores, aunque no coincidan con sus deseos: el honor, el dinero, la familia… La genialidad del James maduro pasa por no nombrar ni exponer estos códigos de manera que lo veamos atrapado por fuerzas invisibles; James señala así el carácter fantasmagórico (pero poderosísimo) de las creencias y valores transmitidos por la sociedad o la familia. El “código de honor” que se expone de manera explícita en El americano actúa también invisible (y diabólico en su aparente ausencia de motivos) sobre la protagonista de Las bostonianas, y muy especialmente en la portentosa trilogía que cierra su carrera.

Tensando los diálogos, explorando las distintas posibilidades “geométricas” que ofrece un problema humano, complicando las relaciones entre los dos lados de la frontera que pisan sus protagonistas, extremando el daño que un hombre puede llegar a hacer con su “tener razón”, y ocultando las fuerzas sociales y culturales que manejan los resortes de las decisiones… el joven Henry James llegaría a convertirse en The master, el maestro del matiz y del escrúpulo, la conciencia más amplia de la literatura, el orgullo de todos los aspirantes a escribir novelas. ~

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