Fotografía: Fabiola Quiroz.

Brüggemann o la hecatombe del lenguaje

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Si hay un artista que se pregunta con obsesión por el sentido de las palabras y exhibe su desgaste vertiginoso como rasgo esencial de la época, es Stefan Brüggemann (Ciudad México, 1975).

Desde sus inicios en los años noventa, el texto escrito ha sido materia prima de la práctica de corte neoconceptual de este artista, quien divide su residencia entre Londres y la Ciudad de México.

A casi tres décadas de llevar a su territorio los efectos de la globalización, la cultura del hiperconsumo y la debacle poscapitalista es ahora, en el caudal de la posverdad, que el trabajo de Brüggemann reviste su peso específico en el discurso del arte contemporáneo: cuando el consenso sobre los significados se resquebraja y las palabras se han consumido al grado de perder su principal función: la capacidad de decir. De crear sentido. De construir mundo. Cuando, en términos de Karl Kraus, “el lenguaje ha corrompido la cosa”.

“Algo que me ha interesado siempre es la velocidad, la aceleración que estamos experimentando en todo sentido, porque es parte de lo que va a marcar la historia de este momento. Generamos demasiada información en segundos, por demasiados canales, y todos podemos opinar sin mediaciones; eso tiene algo positivo porque hay una libertad, pero en este vértigo no hay posibilidad de editar un tuit, o de pensarlo: lo que salió, ahí va. Entonces se genera este ruido blanco, que ya no sabes si es ruido o silencio. ¿Quién escucha cuando todos hablan a la vez?” El artista comparte este cuestionamiento en una llamada vía WhatsApp desde Londres.

“Es como si todos tomáramos el coche y nos pusiéramos a circular sin leyes de tránsito”, dice. Todo atropello. Esquive. Trancazo. ¿Qué le sucede a la palabra cuando se usa así, como mero vehículo de reacciones emocionales, de pulsiones? Brüggemann responde: “Imagina que pudiéramos ver todos los mensajes que se envían virtualmente en el mundo durante un segundo.” El artista visualiza este bombardeo constante de palabrería que golpetea sin parar la esfera que habitamos, la del logos, como una pistola de agua a presión para pulir piedra. “Por eso hablo de la erosión del lenguaje. Esa pistola de agua es capaz de cortar la piedra.”

Su pieza Headlines and last lines in the movies (Guernica), que el Centro Pompidou exhibió en 2019, captura con potencia brutal la maraña semántica en la que la sociedad contemporánea se ve atrapada, cuando aquello que todavía llamamos conversación se nutre de titulares de prensa, trending topics y una sobredosis de repetición y cultura pop.

En esta obra –que evoca la crítica que Kraus hizo al periodismo vienés hace un siglo– Brüggemann recupera encabezados de periódicos que garabatea encima de frases cinematográficas sobre un espejo que tiene las dimensiones monumentales del cuadro holocáustico de Picasso. El espejo grafiteado devuelve una instantánea de nuestra decadencia: la sobresaturación, ese ruido, la palabra vaciada, hecha jirones; un amontonadero de grafismos emborronados, incomprensibles ya, para hablar de la ruina de la casa que habitamos.

En julio del año pasado, en medio del confinamiento a causa de la pandemia de covid-19, el artista grafiteó dos letras con aerosol negro sobre la fachada de un edificio londinense que previamente recubrió con pan de oro: ok. Jesús Silva-Herzog Márquez apuntó sobre esta intervención a pie de calle, realizada con la galería Hauser & Wirth: “La tinta del aerosol se escurre como se escurre también su significado. ¿Son esas dos letras aceptación, denuncia, conformismo, disenso? La más simple afirmación se convierte en signo que interroga.” El halo dorado de la certeza, del estar a salvo detrás de una puerta, se resquebraja en la perversión de un par de trazos: OK.

Brüggemann desnuda la palabra. La desarma. La revienta. Con enorme ironía expone sus mecanismos internos. La enfrenta y nos la exhibe, indefensa, sin más artificio que su poder de evocación; sin más contexto que el presente y el soporte elegido a su arbitrio: un lienzo, luz neón o un muro de estética minimalista que nos dispara:

THOUGHTS ARE PRODUCTS
MISUNDERSTANDING
FEAR CONTEXT

O cajas de cartón vacías y apiladas, con una palabra rotulada en plumón negro: NOTHING.

Al contrario del escritor que –observó Roland Barthes– no escribe sino es escrito por el texto, Brüggemann se rebela ante la escritura y mira con sorna el acto –siempre esquivo, cuando no fallido– de comunicación. Nos entrega los pedazos de esa utopía y los deja hablar por sí mismos: eslogans, entradas de diccionario o vocablos sueltos son acertijos que interrogan a la palabra por la dignidad perdida, o por su ser; como koans occidentales de la era hipermoderna que el artista lleva al acto visual y despliega como pistas de un tiempo confundido: ¿Qué significa?, su leitmotiv.

“Me interesa que mi obra genere dudas, porque dudar es un acto de libertad, en el momento en que no hay duda, hay sometimiento”, sostiene Brüggemann.

Truth/Lie, su más reciente pieza, lleva el leitmotiv y el guiño irónico al borde. Se trata de un letrero de luz neón con el que intervino la línea fronteriza de Tijuana. Un juego en el que la palabra Truth (verdad) da nombre a la obra lumínica, en la que se lee: “LIE” (mentira); mientras que Lie da título a la pieza en la que se lee: “TRUTH”. Esta instalación se inauguró en la víspera de las elecciones estadounidenses que perdió Donald Trump, y permaneció expuesta hasta el pasado 30 de enero.

“En este clima de crisis mundial sanitaria y económica, las campañas electorales en Estados Unidos generaron una crisis política también. Esas dos palabras me resonaron mucho y me propuse trabajar con ellas. Cuando me plantearon hacer la pieza en la frontera, la metáfora geopolítica me pareció ideal porque la obra habla del límite entre la verdad y la mentira, que actualmente casi se vaporiza. Incluso yo quería que el letrero girara porque siempre estamos dudando o la retórica está cambiando. Que estas dos palabras tan absolutas te generen incertidumbre resulta un juego mental perverso. Mi pieza habla, en ese sentido, de la crisis del lenguaje, de cómo lo usamos y cómo esas palabras, que en una democracia son fundamentales, están perdidas. Las palabras han perdido valor. Decir verdad o mentira da igual, como si ya nadie estuviera escuchando”, explica.

Su obra hace resonancia, naturalmente, con la reflexión sobre la sociedad hipermoderna de esa era del vacío de la que habla Gilles Lipovetsky, con quien en 2009 publicó un libro conversacional de título sugerente: World’s end/500. La mirada de Brüggemann es, en efecto, la de un artista del fin del mundo.

“Pero mi obra no juzga nada –advierte–. No digo que estoy a favor o en contra, simplemente ahí están las palabras, y a ver qué nos dicen. La palabra así, sola, te hace reflexionar sobre su propia integridad. Me considero un observador, alguien que absorbe. Uno va intuyendo cosas y a veces la pieza va más rápido que uno. Como artista no hago conclusiones. Lo que disfruto de hacer arte es que puedo generar cualquier pregunta, esa es mi licencia.”

En su luminoso ensayo Afinidades vienesas, Josep Casals recuerda las palabras de Karl Kraus sobre “la conciencia de fin de trayecto que inevitablemente acompaña a la sátira: ‘El satírico –dice– llega al término de un desarrollo a lo largo del cual han quedado prohibidas todas las artes.’ Cuando el espíritu ya no puede morar en el gran arte afirmativo, cuando no queda sino organizar su ordenada retirada, entonces adviene el satírico para prestar este último servicio: ‘después de él, el diluvio’. Por eso sus pensamientos nacen póstumos”.

Brüggemann es el satírico que hace recuento de esta época que ha colapsado sobre sí misma. Su cuerpo de trabajo, esa obsesión por hilvanar retazos de un lenguaje depauperado, es al mismo tiempo memoria del presente y la cartografía de una intuición post mortem: la hecatombe del siglo XXI. ~

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