AMLO: ¿Carlyle o Marx?

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He tomado algunas notas al margen del inspirado ensayo de Enrique Krauze, publicado en el número 241 de Letras Libres, “El presidente historiador”. De esa marginalia rescato aquí una pregunta: ¿Es compatible la teoría de los grandes hombres en la historia con una concepción histórica de izquierda?

La pregunta obedece a que la idea de la historia de López Obrador se ubica, al menos en parte, en la corriente de pensamiento que asume que “la historia del mundo no es más que la biografía de los grandes hombres” (Carlyle). Los protagonistas de la historia, según esa noción, son los héroes: individuos que sobresalen por su capacidad de encarnar el espíritu de una época, dejar decididamente su marca en el curso de los acontecimientos y conducir a sus naciones para transformarlas. Redentores, en suma, capaces de dotar de sentido al tiempo y darle dirección a la historia.

Pero sucede que la izquierda, el campo al que se supone pertenece el lopezobradorismo, ha cultivado una rica tradición historiográfica cuya premisa es muy distinta: el motor de la historia no son los individuos sino las colectividades. “La historia de todas las sociedades existentes hasta la actualidad es la historia de la lucha de clases” (Marx). Muchos historiadores y pensadores de izquierda han combatido abiertamente la teoría de los grandes hombres por considerar que sus relatos heroicos perpetúan las relaciones de dominación, relegando a un segundo plano a los verdaderos sujetos de la historia, y prestan demasiada atención a la voluntad de los líderes en lugar de a los grupos y a las estructuras sociales. Bertolt Brecht, por ejemplo, en Preguntas de un obrero que lee:

¿Quién construyó Tebas la de las Siete Puertas?

En los libros se alzan los nombres de los reyes.

¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?

Y la tantas veces destruida Babilonia,

¿Quién la construyó una y otra vez? ¿En qué casas

de Lima que irradian oro vivían los obreros que construyen?

¿A dónde fueron por la tarde los albañiles al dar por terminada

la gran muralla china? La gran Roma

está llena de arcos de triunfo. ¿Sobre quiénes

triunfaron los césares? ¿Tenía Bizancio, tantas veces cantada,

solo palacios para sus habitantes?Lo mismo en la fabulosa Atlántida,

que igual rugía la noche en que se la tragó el mar.

Los que se ahogaron aullaban reclamando esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India.

¿Él solo?

César abatió a los galos.

¿No tenía siquiera un cocinero consigo?

Felipe de España lloró, mientras su flota

se hundía. ¿No lloró acaso nadie?

Federico II venció en la Guerrade Siete años. ¿Quién

ganó fuera de él?

Cada página una victoria.

¿Quién cocinó el festín de la victoria?

Cada diez años un gran hombre.

¿Quién pagó la cuenta?

Tantas actas,

tantas preguntas.

[Versión de Juan Carlos Villavicencio]

En su ensayo, Krauze ofrece un afilado repaso de las inconsistencias entre los próceres que López Obrador admira. Por ejemplo, el nacionalista José Martí y el comunista Ernesto “Che” Guevara, el anarquista Ricardo Flores Magón y el estatista Lázaro Cárdenas. Hace poco, en una burda maniobra para tratar de neutralizar la oposición del ezln al Tren Maya, López Obrador se retrató con descendientes de Emiliano Zapata y declaró el 2019 “Año del caudillo del sur”, aun y cuando una de las figuras tutelares de la parafernalia de su gobierno sea Francisco I. Madero, contra quien el propio Zapata se levantó en armas. Así, la política de la historia en López Obrador consiste menos en razonar las contradicciones entre sus héroes que en disolverlas. Su propósito no es comprender a los líderes como personas de carne y hueso sino, como dice Krauze, incorporarlos a su causa.

Con todo, el vínculo entre política e historia en López Obrador admite una crítica adicional. No es solo que sus héroes integren un mosaico vistoso políticamente pero incoherente en términos históricos. Es, además, que su idea de la historia, tributaria de la teoría de los grandes hombres, difícilmente empata con el compromiso de la izquierda de combatir las injusticias que se desprenden de las relaciones de poder. En el caso de los relatos sobre el pasado, por reparar el agravio que la historia heroica está condenada a cometer contra “los anónimos”, “los olvidados”, “los de abajo”. Por ignorarlos. Por convertirlos en mera escenografía, o en actores sin parlamentos. Por asumir que su importancia histórica depende del líder en torno al cual se aglutinan, no de su capacidad para ser agentes de su propio devenir.

La teoría de los grandes hombres en la historia hace corto circuito con uno de los pilares del pensamiento de izquierda: su compromiso con la emancipación. Porque, mientras esa teoría está caracterizada por una fascinación por los poderosos, la historia desde la izquierda es, por principio, una historia crítica de ellos y que busca hacerles justicia a los sin poder. Que López Obrador pueda sostener una interpretación de la historia en la que se entretejen las cuerdas de una y otra, en la que los grandes hombres “emancipan” al pueblo –y, al hacerlo, lo desplazan como protagonista de su propia historia y disimulan la relación de dominación que guardan con él–, es un síntoma historiográfico de su visión política. ~

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es historiador y analista político.


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