Ramón Xirau: del magisterio como voto hipocrático

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Octavio Paz escribe que Ramón Xirau es un hombre-puente. Esta definición podría entenderse en dos sentidos: la del arquitecto y el constructor de puentes, el pontífice que sabe cómo vincular diversos territorios del saber y el quehacer humanos: la filosofía con las artes, la poesía con la teología, la crítica con la historia, y así sucesivamente. Paz desde luego tenía en mente sobre todo esta dimensión que podría decirse enciclopédica. Existe, sin embargo, entrelineada con ésta, otra definición quizá más incisiva y penetrante: Ramón Xirau como una inteligencia alerta que pasa incesantemente de la palabra escrita a la voz hablada y de ésta al silencio. Xirau como un tejedor de puentes colgantes entre las diversas formas de pensamiento y la alianza: de la filiación (es hijo de Joaquín Xirau, el filósofo del amor) a la crítica.

En su Historia de la filosofía Hegel dice algo inquietante a propósito de Heráclito: sólo con Heráclito la historia de la filosofía —en sí misma filosofía— alcanza por fin la tierra firme y supera la vaguedad, la humedad pantanosa de los pensadores anteriores —Pitágoras, Empédocles, Parménides. Con Heráclito, según Hegel, se inicia de verdad esa aventura que hace historia y que es la historia de la filosofía. De esa situación no puede ser ajena la tensión que existe entre poesía y pensamiento, entre palabra hablada, dicha, y palabra escrita, entre tradición transmisible y tradición intransmisible, entre misterio oscuro y logos. En Heráclito se hace palabra y casi diríase método la imagen de Empédocles, quien luego de despedirse de su discípulo preferido, Pausanias, sube por las laderas escarpadas y áridas del volcán Etna y se arroja al fuego del volcán movido a esa decisión final por el odio de las castas y del populacho.

Traigo estas imágenes a cuento para hablar de Ramón Xirau, el poeta, el filósofo, el hombre-puente, el escritor, el hijo y lector de otro filósofo, pero sobre todo o, mejor, entre todo, el mensajero, el traductor, el maestro de la contemplación y su enseñanza. Aunque todavía tiene un cierto fulgor carismático, la palabra maestro está gastada y ha perdido algo de su resplandor original: en el horizonte de la fragmentación de los saberes y de su explosión centrífuga, la voz del maestro corre el riesgo de parecer secundaria cuando es en realidad y en verdad central. El Maestro —y sobretodo un Maestro como Ramón Xirau— es el que está en el centro. Pero en el centro de qué —se preguntará. En el centro, en el filo inasible de eso que se dice, que se busca entre silencio, oralidad y escritura. Por eso me parece tan apropiada la figura de Empédocles andando en el borde afilado del volcán para intentar presentar, exponer, la figura compleja y rica del observador, oyente, maestro, poeta y filósofo llamado Ramón Xirau.

Presencia, sentido, silencio, contemplación, lección, son algunas de las voces que vuelven una y otra vez en los ensayos y en los títulos de Xirau, que ya desde la crítica literaria o ya desde la exposición filosófica acechan una presa inasible: la verdad. En el caso de Xirau, la verdad sentida y contemplada, la verdad vivida a través de la escritura, pero más particularmente la verdad del canto. Ésta es una de las voces que desde muy temprano han llamado y citado a Xirau: el sentido de la presencia, la urgencia y la verdad del canto y del cantar. Verdad —sentido— que participa de lo geográfico y topológico: el lugar del canto y de lo histórico y psicológico: el momento, el tiempo del canto. Esta verdad del canto está indisociablemente ligada, por supuesto, con la verdad del decir mismo, aunque no sea fácil decir o decidir qué fue primero, si el canto o el cuento, la canción o la sentencia, el decir. La verdad del canto se desdobla en otra figura: el canto de la verdad. Ramón Xirau es conocido entre los estudiantes universitarios como el autor de una historia de la filosofía, publicada cuando él era muy joven. Esta obra, a la par portátil y enciclopédica, lo acreditó de inmediato como un maestro de la filosofía y como un filósofo a título propio y personal, que ha vivido como íntimas experiencias los diversos momentos y disyuntivas de la historia de la filosofía en Occidente. Para Ramón Xirau, la historia de las ideas sólo puede ser concebida como una aventura cuyo hilo conductor es la pasión por las ideas. A su vez, la pasión por las ideas no es ni puede ser una pasión ciega: obedece esa pasión a un movimiento que exteriormente se manifiesta en la historia y como historia, pero que interna, íntimamente sigue, obedece otro tipo de movimiento. La pasión por las ideas se ordena en figuras, en corrientes, en flujos y recurrencias conceptuales que, a su vez, dibujan o hacen presentir una cierta música inaudita, una canción intelectual, un canto de la verdad donde cada filósofo, al decir la suya, reconfigura el paisaje, el concierto. Desde sus inicios, Xirau ha sabido ser fiel a ese canto de la verdad que declinó desde su historia de la filosofía, y que ha seguido entonando y atacando a lo largo de su vida desde distintos ángulos, moviéndose como un planeta alrededor de ciertos soles inmóviles: Hegel, Nietzsche y, por supuesto, la filosofía cristiana, la idea cristiana que en Xirau —maestro tentador, maestro seductor, amoroso traductor de un libro (el de Denis de Rougemont Amor y Occidente, que en inglés se tradujo como Passion and Society) definitivo sobre el amor— es decisiva.

Al parecer, el compromiso vivido de Ramón Xirau con la pasión por las ideas es simultáneo, coexiste y lo alimenta con su compromiso con la idea de la pasión que se encuentra en juego en la filosofía cristiana. Y aquí es preciso detenerse y respirar profundamente para expresar una evidencia: el oficio reflexivo y el magisterio crítico y contemplativo de Ramón Xirau giran en torno al amor. Y el libro que ha escrito y el que nos ha ayudado a leer podría llamarse un libro del buen amor. Ahora, en el silencio posterior a la gran fragmentación de los discursos, es posible decir estas cosas. Pero hay que recordar que al filósofo Xirau le tocó vivir solitario en una edad crítica y convivir con toda suerte de sofistas —los del marxismo y los del psicoanálisis o, incluso, los del cristianismo corporativo. Tuvo que ir construyendo su itinerario crítico y espiritual en los bordes, en las orillas de las grandes explanadas redentoras. Es mérito enorme de Ramón Xirau haber sido fiel al mandato, al llamado que lo ha hecho entretejer vocación poética y vocación filosófica con vocación y profesión de maestro, de enseñante, de amoroso transmisor de la verdad del canto en diálogo con el canto de la verdad.

Este horizonte que nos devuelve a Heráclito nos ayuda a entender por qué, en la aventura espiritual e intelectual de Ramón Xirau, lo religioso, lo sagrado, lo numinoso, lo innombrable, lo inefable recorren su cuerpo escrito como un estremecimiento. De Juan Ramón Jiménez a Jacob Bohme —Aurora consurgens para ambos cuatro—, de Lezama Lima a Eckhart, de María Zambrano a Jorge Guillén, se verá y sentirá cómo el tacto inteligente y sensitivo de Ramón Xirau va ensayando tocar y exponer las coordenadas misteriosas de ese espacio que es el de lo dicho y lo cantado, lo decible y lo cantable, haciéndolo siempre desde un saber libresco casi diríamos total y un saber y una conciencia vital y vivida, solidaria. Esta búsqueda quieta, esta odisea inmóvil pero vertiginosa que es la del saber, lleva de la mano a Ramón Xirau a llevar de la mano, como un padre o un guía, a dos humanidades en cuyo centro él se encuentra: de un lado, la humanidad en formación de esos jóvenes y discípulos a los que él observa, con el mismo amor y rigor con que lee y comenta a los representantes de esa otra humanidad —la de las grandes almas del pasado. Ese llevar de la mano a los espíritus del pasado con los espíritus de la juventud y de la humanidad por venir pone al maestro en el centro. El poeta-filósofo como hombre-centro, como hombre-puente.

En el caso de Ramón Xirau —maestro, médico de almas, responsable de una suerte de pacto medicinal o juramento hipocrático—, este ejercicio de mediación se verifica desde un grado muy intenso de autoconciencia: Xirau sabe lo que hace cuando en su seminario enseña a un puñado de jóvenes a leer a Dante o a Heidegger, sabe lo que hace cuando escribe un ensayo sobre poética de Antonio Machado o cuando se pasea con la pluma descubierta por una ciudad italiana como Florencia; sabe lo que hace cuando escribe unos versos para captar cierto instante, sabe lo que hace cuando expone su voz hablada entre las voces y silencios de los estudiantes alrededor de un poema de Dante o de Machado.

Este saber hacer lo practica Ramón Xirau con un aire de inocencia medio extraviada, soslayando la responsabilidad tremenda y terrible que tiene como maestro pensador y como maestro cantor, como hombre-puente entre las generaciones. Ramón Xirau sabe hacerse calle para que se encuentre Heráclito y Octavio Paz con el joven José Emilio Pacheco, o Parménides con Antonio Machado y Andrés Sánchez Robayna.

Anda Ramón Xirau caminando como si tuviera suelo y la tierra estuviese firme, pero algunos sabemos que anda de puntillas a la orilla del volcán o a la orilla de las nubes. Por eso agradecemos tanto su respeto al voto hipocrático que se encubre bajo el compromiso del magisterio oral, escrito, tácito. ~

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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