Premio al silencio

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Los contagios, en la arquitectura, se suceden también de forma alarmante. La moda se propaga con la velocidad de un estornudo y los medios de difusión, igual que los calificadores, valen tanto de acelerador como de paliativo. Este año el premio Pritzker, otorgado a Peter Zumthor (Basilea, 1943), sirve como advertencia. Se ha optado por contener el furor de respuestas excesivas, formas eufóricas o volúmenes agitados, a favor de espacios sensatos. Distinguir lo urgente de lo importante, diferenciar los trazos arbitrarios y la arquitectura del espectáculo de construcciones sensibles tanto a las necesidades como al paisaje: restar anécdotas gimnásticas y sumar solidez.

Si bien el premio no pretende destacar una maestría inadvertida –los edificios del suizo llevan años convirtiéndose en objetos de culto incluso antes de terminarse–, sí busca reivindicar la disciplina como un oficio que no subordina el territorio ni condena lo convencional. Lo que el premio plantea en su edición número 31, más que un desafío, es una materia pendiente. El estallido de la burbuja inmobiliaria así como la pandemia económica hizo inevitable cuestionar las escenografías tan risueñas como falsas, emblemas de un tiempo convulso. Contrarrestando estéticas soberbias con el lenguaje sobrio de precisión obsesiva confeccionado desde la localidad andina de Haldenstein, se quiere alejar el momento eufórico y acercar, en cambio, el trabajo riguroso, tan científico como artesanal. La frase del suizo: “no quiero hacer el edificio más bonito sino el lugar más hermoso” sirve cronométricamente para un premio que es, sobre todo, políticamente correcto.

Geometrías impecables y una simplicidad inverosímil marcan un puñado de proyectos donde el paisaje es protagonista: desde una capilla en el valle del Rhin –que le valió al ermitaño fama mundial hace veinte años– hasta su siguiente proyecto (siete años después) de las Termas de Vals –un spa de lujo que parece un monasterio paisajístico–; del Museo de Arte en Bregenz (1998) –donde un prisma de concreto envuelto por cristal gravita en el contexto medieval– al Museo Kolumba en Colonia (2007), donde restos arqueológicos y una antigua iglesia gótica bombardeada se convierten en un museo sin edad. Zumthor, quien rechaza más encargos de los que acepta –su oficina cuenta con veinte personas en los momentos de mayor prisa–, defiende una arquitectura esencial y reflexiva.

Ebanista en el taller de su padre antes que arquitecto del Pratt Institute de Nueva York, como un escultor de otro tiempo, Zumthor defiende que en el material está encerrada la forma. Sus edificios, pensados a partir del material, evidencian una sutileza que oculta su complejidad. Prismas “puros”, que en las Termas están compuestos por 60 mil cortes láser de piedra y en el pabellón helvético de la Feria de Hannover por 45 mil polines de madera apilados (prescindiendo de pegamento o clavos para su futuro reciclaje), o por más de cien troncos gigantes con que construyó una cabaña en Mechernich sobre la que coló concreto, transformándola en una capilla fosilizada.

Con una obra tan sensata como sensual, producto de quien sabe hacer uso del silencio para decir cosas importantes, Zumthor se convierte en el tercer suizo en recibir el Pritzker, tras Herzog y de Meuron en 2001, quienes representan una máquina de trabajo intelectualizado. Exaltando la figura del arquitecto auténtico y monacal, como en 1980 con el galardón a Luis Barragán, o en 2002 a Glenn Murcutt, el premio más difundido y mejor remunerado de la arquitectura, otorgado por la familia propietaria de los hoteles Hyatt, intenta, consecuentemente, abarcarlo todo, alternando su atención entre trayectorias de peso, nombres inevitables y talentos simulados.

El reconocimiento a Zumthor viene seguido del premio Mies van der Rohe en 1998 y del Imperiale japonés en 2008, valorando el respeto hacia la primacía del lugar. Ante comentarios como el de Frank Gehry (Pritzker en 1989) sobre su arquitectura: “Al final, la maqueta queda bien cuando tiene un aspecto suficientemente estúpido”, la defensa de Zumthor del trabajo minucioso y atemporal, así como su frase: “Quiero ser el autor de todos mis edificios”, parecen refrescantes, aunque casi imposibles en el panorama actual. ~

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