Varados: refugiados cubanos en la frontera (primera parte)

El repentino final a una política migratoria que operaba desde la Guerra Fría en Estados Unidos ha cambiado la vida de miles de exiliados cubanos.
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Reinier Fernández y Bárbara Agramonte, quienes huyeron de su hogar en Cuba en 2008, se sientan en dos sillas de plástico en la Iglesia Bautista Bethesda en Nuevo Laredo, a unos kilómetros de la frontera entre México y Texas. Comparten su historia mientras sostienen dos vasos de unicel con chocolate caliente en esta fría mañana de marzo, entre el estruendo de la lluvia y los rayos. Ambos lucen cansados y abatidos, pero se animan uno al otro, se mantienen con esperanza.

La economía centralizada de Cuba había hecho imposible que Fernández, de 34 años, y Agramonte, de 42, encontraran prosperidad económica en un sistema comunista. En La Habana, Fernández era mecánico y Agramonte era enfermera. Huyeron de la isla vía Ecuador en 2008. Después vivieron en Córdoba, Argentina por 6 años, donde ella trabajó como panadera y él como vendedor. Se cansaron de la inseguridad en Argentina y se vieron forzados de huir de allí también. Volaron a Panamá y viajaron hacia el norte, cruzando 5 fronteras internacionales –a veces a pie, a veces en autobuses, siempre arriesgando el poco dinero que tenían en sus bolsillos e incluso sus vidas.

La meta de esta pareja era alcanzar la libertad en Estados Unidos, aprovechando una política migratoria que garantizaba a los refugiados de nacionalidad cubana un estatus de residencia legal. Esta libertad, aseguraban, haría que la odisea valiera la pena. Pero en vez de hallar su momento de liberación, la travesía de la pareja terminó cuando el entonces presidente Barack Obama decidiera eliminar la política mejor conocida como “Pies secos, pies mojados,” [Wet foot, dry foot] el 12 de enero de 2017, durante su última semana en el poder. Fernández y Agramonte se unieron a un grupo de más de 1,000 exiliados cubanos que quedaron varados en Nuevo Laredo.

“Nos sentimos completamente derrotados. Lloramos, gritamos y pataleamos. No lo podíamos entender,” dice Bárbara, mirando al piso, al recordar el momento en el que se enteró del fin de esta política en Tapachula, en la frontera entre México y Guatemala.

Fernández y Agramonte, como muchos otros refugiados cubanos, vieron cómo sus sueños desaparecieron por culpa de políticos americanos a más de 3,000 kilómetros de distancia. La parejo llegó a México el 29 de diciembre, “Pies secos, pies mojados” terminó apenas 13 días después, mientras esperaban que el Instituto Nacional de Migración les concediera los papeles para poder cruzar el país de manera legal.

Esta política –una evolución de la Ley de Ajuste Cubano, firmada durante la cúspide de la Guerra Fría, en 1966, por el presidente Lyndon Johnson– le concedía ciudadanía estadounidense a cualquier inmigrante de nacionalidad cubana después de haber residido en el país por lo menos un año. En 1994, el presidente Bill Clinton ajustó esta ley y comenzó lo que se conocía como “Pies secos, pies mojados.” Cualquier cubano que alcanzara suelo estadounidense sería protegido y se le concedería la oportunidad de aplicar a un estatus migratorio legal bajo la Ley de Ajuste Cubano. Aquellos que fueran interceptados en el mar serían enviados de vuelta a Cuba; de ahí el nombre.

“Desde que llegué a la presidencia, hemos puesto a la comunidad cubano-americana al centro de nuestras prioridades […] Con este cambio, continuaremos dándole la bienvenida a los cubanos de la misma manera que lo hacemos con inmigrantes de otras naciones, siendo consistentes con nuestras leyes,” dijo Barack Obama en una declaración que explicaba su decisión. Uno de los logros de su administración en materia de política exterior llegó en julio de 2015, cuando anunció el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, poniendo fin a 54 años de hostilidad entre ambas naciones. Los expertos coinciden en que “Pies secos, pies mojados” estaba condenada bajo el contexto de esta normalización de relaciones, ya que representaba un peso para el régimen de Castro al facilitar que los cubanos abandonaran la isla.

Jorge Duany, director del Instituto de Investigación de Cuba y profesor de antropología en la Universidad Internacional de Florida, dice que los cubanos ahora “luchan por afrontar los efectos de este cambio, y por supuesto, lo más importante es la cantidad de gente que está esperando saber qué les sucederá en la frontera entre México y Estados Unidos.” Fernández y Agramonte, como el resto de los cubanos varados en Nuevo Laredo, apenas sobreviven gracias al apoyo caritativo y donaciones de cubanos en Estados Unidos y de algunas iglesias cristianas, quienes luchan por pagar sus propias cuentas.

Cutberto Ramírez, originalmente del estado de Chiapas, es ahora el pastor en la iglesia Bautista Bethesda, en el corazón de la colonia Hidalgo, un barrio de clase media en Nuevo Laredo. Ramírez, de 56 años, predica ante un número modesto pero leal de personas al tiempo que lidera los esfuerzos para proveer a los migrantes de una guía espiritual, un lugar para dormir, comida y atención médica básica antes de comenzar el un viaje a Estados Unidos. “Junto con mi esposa, siempre estamos en la calle, ayudando a los migrantes. Nosotros vemos la necesidad que enfrentan,” dice. Cuando los cubanos empezaron a llegar a Nuevo Laredo, el sentido de empatía de Ramírez lo llevó ofrecer una mano de inmediato. Su iglesia ahora también funciona como una cocina comunitaria, con la ayuda de donaciones. Un grupo de gente cocina arroz, frijoles, vegetales y sopa todos los días para los cubanos varados en Nuevo Laredo, y todo se sirve en la Plaza Juárez, donde se reúnen a diario a esperar mejores noticias.

El abrupto final de “Pies secos, pies mojados” también tomó a las autoridades mexicanas por sorpresa, según Fernando Neira, un especialista en estudios migratorios y profesor de estudios latinoamericanos en la UNAM. Según este experto, las agencias mexicanas no han sido eficientes en dar una respuesta para lidiar con la comunidad cubana que iba en tránsito hacia Estados Unidos. El Instituto Nacional de Migración ahora se enfrenta con dos opciones: deportar a miles de cubanos que se encuentran en situación irregular en México, o aceptarlos como refugiados. El alcalde de Nuevo Laredo declaró que busca un proceso de regularización para la comunidad cubana en su ciudad. “No hay un proceso de contención para abstener a los cubanos de que huyan de su país. Esto significa que seguirán cruzando a través de México,” comenta Neira. Él recuerda como fue supervisor de un grupo de estudiantes 9 cubanos de intercambio en la UNAM, de los cuales 8 abandonaron el programa y se fueron a Estados Unidos.

Los cubanos varados depositan ahora sus esperanzas en un salvador poco probable: Donald Trump.  “Sabemos que el decreto firmado por Obama está bajo revisión, incluyendo la cancelación de ‘pies secos, pies mojados,’ aunque no creo que vaya a cambiar durante esta administración,” dice Jorge Duany, el académico cubano en la Universidad Internacional de Florida. Aun así, los cubanos en Nuevo Laredo se mantienen con esperanzas.

Un grupo de fumadores se protege de la incesante lluvia bajo un techo de lámina afuera de Monte Horeb, otra de las muchas iglesias cristianas de esta ciudad. Este refugio ahora les da la mano a los inmigrantes recién llegados. Les provee un techo a cerca de 60 y comida a un número mucho mayor –cerca de 500. La gran mayoría son cubanos, quienes esperan pacientemente su próxima comida mientras escuchan el largo y tedioso sermón del pastor. Los ojos de la mayoría de los presentes se concentran en sus celulares, mientras checan sus redes sociales. Algunos incluso realizan videollamadas, indiferentes a las palabras del sermón. En el suelo hay dos perros flacos que se dan calor uno al otro, esperando a que alguien los alimente a ellos también.

Al terminar su sermón, el Pastor Fernández comparte una de sus principales preocupaciones para con los cubanos: el crimen organizado. Esta situación ya ha sido un problema para los cubanos, quienes no conocen el estado de emergencia que los cárteles de la droga han impuesto en ciudades fronterizas como Nuevo Laredo. Lázaro Morales, de 30 años de edad, fue víctima reciente de miembros de estas organizaciones criminales. “Estaba dormido en un hotel en Reynosa, cuando un grupo de hombres armados entró a mi habitación. Afortunadamente, no me quitaron nada a mí, pero ahora todos tenemos miedo de estar aquí,” dice mientras espera a que acabe el sermón para poder comer.

A pesar de la inseguridad en Nuevo Laredo, Morales está contento de poder haber salido de Cuba. “Esta experiencia me ha abierto los ojos sobre el hecho de que en Cuba la gente vive engañada,” dice. “Después de salir, he podido ver la realidad de otros países. Incluso aquí, mi vida es mejor que en Cuba.”

Esto representa un ejemplo de un concepto que ha sido ampliamente estudiado por sociólogos de la diáspora cubana, conocido como el argumento de la relatividad. “Tan mal como puedan estar las cosas en Estados Unidos o en otros lugares, su vida aquí… es mucho mejor de lo que era en Cuba,” dice Sebatián Arcos, director asociado del Instituto de Investigación de Cuba en la Universidad Internacional de Florida. “Incluso si los profesionistas no pueden alcanzar su máximo potencial –hay médicos trabajando como enfermeros, ingenieros siendo técnicos– su estándar de vida es incomparablemente mejor que en Cuba.”

 

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Transplante de la Ciudad de México a Texas. Estudiante de maestría en periodismo y estudios latinoamericanos por la Universidad de Texas en Austin. Ha publicado trabajos sobre migración, cultura y asuntos internacionales en VICE, The Texas Observer, entre otros.


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