Trump, Maduro y el enfrentamiento por la ayuda humanitaria

El régimen chavista donó medio millón de dólares para la investidura de Trump; ahora, el presidente de Estados Unidos ha puesto a Maduro contra las cuerdas. Para este sábado está previsto el ingreso de ayuda humanitaria y la gran pregunta es si los militares la dejarán pasar.
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El gobierno de Nicolás Maduro donó medio millón de dólares para la toma de posesión de Donald Trump, celebrada en enero de 2017. La operación se realizó a través de la empresa Citgo, filial de Petróleos de Venezuela (PDVSA). Fue una de las 20 mayores contribuciones que se hicieron para costear la ceremonia de investidura del presidente de los Estados Unidos. Citgo desembolsó más dinero que el todopoderoso Google. Lo que quizá nunca imaginó la élite chavista –acostumbrada a comprar lealtades– es que Trump más tarde se convertiría en una pieza clave para cercar al régimen venezolano. Así es el juego del poder. Ese imperio contra el que Maduro vocifera es el mismo al que él le obsequió una jugosa suma. Paradoja: el chavismo convertido en sponsor de su archienemigo. Y mientras eso ocurría, la gente comía de la basura. La gente se moría porque no había medicinas. Ahora Maduro está contra las cuerdas. Pero el cuadrilátero no es un simple espacio geométrico habitado por dos contrincantes: Trump y Maduro. Es algo mucho más complejo.

Lo que pueda ocurrir este sábado 23 de febrero, para cuando está pautado el ingreso de la ayuda humanitaria a Venezuela, cosa a la que Maduro y su entorno se oponen, bajo el argumento de que lo que se esconde detrás de esta acción es una intervención extranjera, dependerá de cómo se muevan esos actores. El que desempeñará un papel clave será la fuerza armada. La pregunta que todos se hacen hoy es si los militares, desobedeciendo a Maduro, permitirán que se habilite el corredor humanitario (en la frontera con Colombia y con Brasil y, probablemente, en el Caribe: Aruba y Curazao) o si, por el contrario, cerrarán filas con él. El presidente encargado, Juan Guaidó, parece estar muy seguro de que los alimentos y medicinas para socorrer a unas 300 mil personas que se hallan en situación de precariedad efectivamente entrarán al país: “Sí o sí”, es su lema. En cambio, el ministro de  Defensa de Maduro, el general Vladimir Padrino López, ha sido muy enfático en que no seguirán instrucciones de un presidente “títere”, en alusión a Guaidó. Padrino pronunció una frase lapidaria: “Van a tener que pasar por nuestros cadáveres”.

El matiz mortal que puedan tomar los hechos es lo que hace que la tensión sea muy alta. Trump, por su parte, ha lanzado un ultimátum a los militares venezolanos: o se acogen a la amnistía y le quitan el apoyo a Maduro o lo perderán todo. Y el jefe del Comando Sur, el almirante Craig Faller, emplazó este miércoles a las fuerzas armadas a que protejan a la población civil que va a ingresar la ayuda humanitaria y a que “hagan lo correcto”. ¿Está dispuesto el presidente de Estados Unidos a pasar de la retórica a la acción? Guaidó ha sido más sutil que Trump. Nieto de militares (por ambas ramas), ha pedido a sus seguidores que escriban de manera respetuosa, vía redes sociales, a los comandantes que custodian las fronteras para exhortarlos a que permitan el ingreso de la ayuda. Es claro que Guaidó apuesta por una salida pacífica. Sin sangre. Sin confrontación. Y seguramente Trump, también. Se puede ganar una guerra sin disparar un tiro. Tan solo mostrando los colmillos.

Eso es lo que hace Trump y es lo que hace Faller: exhiben sus incisivos para intentar que los militares se le volteen a Maduro. Aunque el presidente de Estados Unidos ha dicho que todas las opciones están puestas sobre la mesa, es claro que opta primero por la coacción como una estrategia preliminar antes de pasar a una fase más agresiva, si acaso de verdad estuviera planteada una acción bélica en conjunto con Colombia. Los caraqueños bromean con el papel estelar que  juega Trump en el cuadrilátero. “Es mi villano favorito”, dice una amiga. La expresión recoge el desespero que embarga a los venezolanos. El más reciente sondeo de la firma Meganálisis reporta que casi el 85 por ciento de los encuestados quiere que Maduro se vaya del poder. Buena parte de los mandos medios y bajos de las fuerzas armadas con toda seguridad entran en ese lote. De hecho, hay 82 oficiales presos por disentir del gobierno. El punto está en que la institución castrense ha sido penetrada por la inteligencia cubana y el alto mando, hasta ahora, está con Maduro. Pero pronto todos podrían enfrentarse a un dilema.

El 23 de febrero puede ser una prueba de fuego. O puede que no. ¿Y si el régimen de Maduro dejara entrar la ayuda como parte de una negociación que se realice tras bastidores? También vale como hipótesis. Y es que en este juego hay, como dije, varios actores. Está el pueblo venezolano, que sufre los rigores de una hiperinflación que este año puede llegar a 10 millones por ciento. Que no cuenta con medicinas ni comida. Que sufre una crisis humanitaria compleja. Que (en su mayoría) no quiere a Maduro. Están las fuerzas armadas, que se debaten entre inmolarse por un presidente ilegítimo (para las presidenciales celebradas en mayo de 2018, Maduro inhabilitó a los principales partidos y líderes de la oposición) o ponerse al lado de Guaidó, quien, en vista de que el segundo mandato de Maduro emergió de un fraude, acató lo que pauta la Constitución: ocupar la cabeza del Ejecutivo en su carácter de presidente del Parlamento.

A pesar de que Guaidó ha recibido el reconocimiento de cerca de 60 países (Estados Unidos, Canadá, casi toda América Latina, la Unión Europea, entre otros), Maduro cuenta con el aval geopolítico de Rusia, China y Cuba. Esto es determinante. Felipe González habla del peligro de que una eventual conflagración en Venezuela se convierta en una mini Guerra Fría. La gran pregunta es si están dispuestos a llegar hasta el final con Maduro o tendrán un papel más pasivo. En lo que toca a Rusia, ha habido dos señales: según la agencia Reuters, la entidad financiera Gazprombank habría congelado las cuentas de PDVSA por temor a las sanciones dictadas por Estados Unidos. Esto ha sido desmentido por PDVSA, pero no por el banco ruso. Y la otra señal es que la empresa rusa Listaco, filial de la petrolera Lukoil, congeló sus operaciones con Venezuela. En cuanto a China: suele ser pragmática. Todo dependerá de cómo se encaminen las cosas. Los cubanos, por su parte, tienen demasiados intereses en Venezuela, aunque, como sabuesos de la política, saben que a Maduro se le viene un tsunami.

Lo que yace bajo el cuadrilátero es una bomba. Porque el régimen también contaría con otras cartas. El general Padrino López alardea del millón de milicianos alistados en sus filas. Pero hay fichas más sórdidas: las FARC y el ELN están en territorio venezolano. Mike Pompeo habló de la presencia del Hezbolá. También juegan los paramilitares protegidos por el chavismo (los “colectivos”). La agencia Reuters habla del llamado Grupo Wagner: mercenarios rusos que habrían llegado al país para proteger a Maduro. El vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, lo ha desmentido echando mano de un proverbio: “El miedo tiene ojos grandes”. La poesía en defensa propia: ningún gobierno admitiría que aúpa a mercenarios. Lo que sí es un hecho es que tres periodistas rusos que investigaban la conexión del Kremlin con el Grupo Wagner fueron asesinados. ¿Leyenda negra en el caso de Venezuela? Puede ser. Pero es indudable que en este momento el país es un campo minado. Cualquier paso en falso resultaría letal. Los demonios pueden desatarse. O todo puede fluir en relativa paz. ¿Cuánto tiempo puede pasar Maduro bordeando el precipicio sin caer? ¿Bastará con el ultimátum de Trump y de Faller para que ingrese la ayuda? Veremos.

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(Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV).


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