Carlos Díaz, CC BY 2.0 , via Wikimedia Commons

Sí hay salida

Los caminos para salir del atolladero en Venezuela existen, y han sido postulados por tres factores.
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Pude hablar con un buen amigo quien, hondamente preocupado –como lo está cada hijo de este tormentoso tiempo– y sin soportar más la escalada de pronósticos oscuros, hace honrados esfuerzos por ayudar a un pronto regreso a la normalidad. Los caminos para lograrlo existen, y han sido postulados por tres factores, en combinación con sus energías para materializarlos. El problema reside en la falta de voluntad, particularmente, del gobierno de Nicolás Maduro, quien parece mal aconsejado para entender lo que le conviene, aunque la mayoría opositora, dirigida por Juan Guaidó y la legítima Asamblea Nacional, electa en 2015, tampoco reúna consensos en relación con lo que le convenga a ella. El tercero de los actores, con cartas fuertes en el asunto, es la Comunidad Internacional. Esta ha reiterado que no se valdrá de su insuperable fuerza militar para someter al gobierno madurista, sin embargo usa dos armas dirigidas a llevarlo a negociar elecciones: las sanciones y el no reconocimiento del gobierno psuvista entre Maduro y Guaidó. Estos últimos pueden estar representados, o no, por negociadores plenipotenciarios, a fin de que el próximo gobierno emane del voto soberano, libre y cuidadosamente protegido por las solidarias comunidades nacional e internacional. El objetivo último es garantizar su libertad, transparencia y, por lo tanto, su viabilidad.

El punto es que esta lógica, incruenta y natural salida, hasta ahora, carece de consenso. Si en este preciso instante lo alcanzara, el nudo gordiano se desataría por sí solo y absolutamente todos los escollos que determinan la tragedia nacional se esfumarían como por arte de magia. ¿Es este, acaso, un simple buen deseo? Afortunadamente no. E.U., Canadá, la ONU, la OEA, la Unión Europea y la mayor parte de Latinoamérica han prometido levantar la totalidad de las sanciones, y los elegidos en los indicados comicios serían reconocidos. Como conozco bien el carácter, la clarividencia y la imaginación creativa de mis compatriotas, puedo asegurar que los venezolanos se pondrían nuevamente de moda y el país se dispondría a entrar en una limpia prosperidad nacional. Lo anterior, dicho con frase de un curioso dictador que, salvo cuando fusiló al prodigiosamente honrado y valiente general Antonio Paredes, no chapoteó en los cadáveres de sus enemigos y, por lo tanto, no se le puede tener con probidad como sanguinario. Todas esas palabras son necesarias para referirse al pintoresco general Cipriano Castro, “El cabito”, como lo bautizó su demoledor crítico Pedro María Morantes, “Pío Gil”. ¿Dictador? ¡Sin la menor duda! ¿Torturador y Asesino? No, no llegó a serlo; como sí lo fue Juan Vicente Gómez, su compadre, compañero en decenas de batallas y felón sin perjuicio de traidor.

Pero quisiera –y debo hacerlo– volver al atolladero, cada vez más tortuoso, en que se mantiene Venezuela. Aparte de los tres factores que, si se avinieran a la fórmula prevista, extraerían fácilmente a nuestra nación del pantano, se multiplican las instituciones y personalidades dispuestas a sumarse a esa noble empresa. Por suerte, son muchas las organizaciones privadas, partidos y corajudas ONGs envueltas en constructivos proyectos de superación. Y aunque la crisis no cesa de profundizarse, la ciudadanía empeñada en superarla tampoco detiene su marcha.

Personalmente, no puedo precisar cuán alarmante es la situación de los venezolanos en este momento, particularmente, después de escuchar el explosivo discurso del ministro de la Fuerza Armada Nacional, el general Padrino López. Lo que viene después de sus terminantes palabras dependerá, seguramente, de la respuesta del vocero colombiano. No sé lo que le haya inducido a llamar “Neogranadino” al presidente Duque, pero se me ocurre que en el contexto de su muy duro discurso pudiera ser –ojalá que no– una pedrada de aliento rupturista. El problema es que el vecino no se ha precipitado a responder y eso puede ser bueno o malo. Bueno, si su silencio es un sugerido llamado a la calma; malo, si tiene el sentido de intensificar la expectativa mundial para recibir una respuesta tan grave como la que les mandó el ministro de Defensa de nuestro país. Valga entonces que, nuevamente, evoque la frase preinsurreccional de Mao Zedong, el más célebre guerrero de China: una sola chispa puede encender la pradera.

En febrero de 1936, Venezuela se echó a la calle y cambió su historia. A partir de ese momento la gente optó por la democracia. Cuando, el 12 de febrero, el presidente José López Contreras suspendió las garantías y, el día 13, el gobernador de Caracas, Felix Galavís, agredió desvergonzadamente a directores de medios impresos, López Contreras no pudo imaginar el alcance de la protesta de los caraqueños del 14 de febrero. La gente perdió el miedo y entró en trance heroico. 

Para empezar, el diario La Esfera –un rotativo nacional editado en Caracas–, publicó una carta al presidente López Contreras, suscrita por el valiente secretario general de la Federación de Estudiantes de Venezuela, Jóvito Villalba, para exigir la restitución de garantías, cárcel para los gomecistas en cargos públicos –quienes apoyaban el régimen de Juan Vicente Gómez– y Libertad de los Presos Políticos (sí, en mayúsculas). López Contreras atendió el llamado y el 18 de febrero presentó el plan de democratización del país.

Déjenme recordarles que, en Venezuela, los universitarios y, muy especialmente, su conglomerado estudiantil, fueron determinantes en tiempos de emergencia nacional. Sin detenerme en el heroico papel de los tridentinos de Santa Rosa –que se batieron junto a José Félix Ribas en la trascendental batalla de La Victoria, cuando las hordas de José Tomás Boves y Francisco Tomás Morales convirtieron el año 1814 en annus horribilis para los venezolanos–, me referiré a las generaciones encabezadas por los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en 1918 y 1928, que prácticamente se inmolaron peleando contra los sicarios de Juan Vicente Gómez, burlando al terrible dictador.

Nicolás Maduro tiene, en estos ejemplos, un posible modelo a seguir. Recientemente, la situación internacional se le ha complicado por la actualización del Informe de la Misión de Verificación de los Hechos para Venezuela, con mandato del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. En lugar de cerrarse a negar acusaciones ciertas, y universalmente respaldadas, debería aprovechar para retomar la negociación de los tres factores que pueden decidir la redención de Venezuela y abrir una era de paz, libertad y prosperidad nacional.

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Es escritor y abogado.


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