Ricardo Anaya se ha quedado sin discurso

Las encuestas medirán el impacto que las acusaciones de la PGR han tenido en la posición en la contienda del candidato de Por México al Frente. Pero hay un daño que no van a registrar: la pérdida de la narrativa de una promesa de cambio centrada en la honestidad.
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En la película Cambio de juego se narra la accidentada campaña de Sarah Palin como compañera de fórmula de John McCain en las elecciones presidenciales de 2008 en Estados Unidos. En una escena, se ve cómo un investigador somete durante horas a Palin a un intenso interrogatorio. Antes de hacerla candidata, McCain y su equipo debían tener claridad plena sobre toda la información política, administrativa, financiera, legal, laboral e incluso sentimental de la entonces gobernadora de Alaska y de su familia. Estos procesos de vetting o “control de confianza” sirven para que los partidos no se equivoquen al elegir a sus candidatos y para que sus asesores legales y de comunicación construyan de antemano todas las defensas posibles en caso de que los adversarios, o los medios, revelen información comprometedora. 

Ricardo Anaya vive hoy las consecuencias de no tener ese tipo de previsión. Tal vez la crisis que hoy vive su candidatura se pudo haber evitado si hubiera sido cien por ciento transparente desde que supo que buscaría la Presidencia y que lo iban a investigar como a nadie. Pero ni él ni las “cinco personas que están tomando las decisiones de la campaña y del partido” (Javier Corral dixit) lo consideraron necesario y las dudas sobre sus ingresos y gastos solo se fueron acumulando con el tiempo

Al ver el video con el que Anaya se defiende de las graves acusaciones de lavado de dinero, así como las entrevistas que ha dado en su descargo, uno puede darse cuenta de que el candidato no está haciendo un buen control de daños. Tal vez el error más importante es no tener claro quién es tu audiencia y qué está sintiendo y pensando. Anaya parece no reparar en que la mayoría de la gente no entiende, ni le interesa entender, la compleja trama de sus finanzas personales. En los videos y entrevistas se percibe a un político justificándose y hablando largamente de una sucesión de términos: terreno – nave industrial – millones – venta – contrato – millones – legal – fraccionamiento – millones – casa – hipoteca – millones… Lejos de controlar el daño a su reputación, Anaya refuerza la idea de que es un político como todos, al que le gusta hacer dinero. ¿Legal? Probablemente. Pero eso poco importa en la arena política, donde gana el que cuenta la historia más convincente de por qué será un buen presidente o presidenta, no el que explica con más claridad esquemas de bienes raíces. 

Desde luego, siempre está la posibilidad de acusar que todo esto es un ataque artero de parte del gobierno. Esa es la narrativa de víctima que ha buscado Anaya. El gobierno le está dando credibilidad con las sospechosas y torpes filtraciones a medios de videos de la PGR, intervención indebida que ya ha generado crítica y rechazo hasta de quienes no son precisamente fans de Anaya.

¿Le servirá al candidato del Frente victimizarse? Puede ser, por lo burdo de las acciones del gobierno y la indignación sobreactuada que el PRI está poniendo para destruirlo. Pero hay que recordar que para ser víctima hay que parecerlo, y Anaya ha construido una imagen de inteligencia, astucia y audacia ante la gente que ahora opera en su contra: el chico más brillante del salón, el que avasalla a sus compañeros en los debates, el que siempre tiene una respuesta para todo, no puede pasar de la noche a la mañana a ser una víctima impotente ante el abuso. Podría buscar una narrativa de rebelde que desafía al sistema, pero ese nicho discursivo ya fue usado recientemente por Javier Corral.

Las encuestas nos dirán más adelante qué tan dañada quedó la reputación de Anaya y si los puntos que pierda se transfieren a Meade. Pero hay un daño grave que no van a registrar las encuestas: la pérdida de su narrativa. En sus discursos, el candidato ha dicho que a Enrique Peña Nieto le han hecho falta dos cosas: honestidad y capacidad para gobernar bien. Inexplicablemente, Anaya decidió que su estrategia discursiva no trataría de convencer al votante de que el PAN gobierna mejor que el PRI. Él decidió “ser autocrítico” y arrojar los sexenios de Fox y Calderón por la borda, porque en su opinión “no impulsaron los cambios de fondo” que necesitaba México. Así que Anaya hace una promesa de cambio profundo centrada en la honestidad: “no vamos a permitir que en México siga gobernando la corrupción”. ¿Les suena creíble? No sé qué opinen ustedes, pero a mí me parece que Ricardo Anaya se ha quedado sin discurso.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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