Foto: Marisol Martínez

No pararemos

Miles de mujeres marcharon el domingo y pararon el lunes, entrecruzando enojo, expectativas, frustraciones y risas para exigir que las cosas cambien.
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Dos diarios nacionales y algunas cuentas de Twitter habían publicado un día antes que para la marcha del 8 de marzo saldrían dos grandes contingentes rumbo al zócalo, uno desde el Ángel de la Independencia al mediodía, y otro desde el Monumento a la Revolución a las 2 de la tarde. Y aunque muy pronto resulta bastante claro que el segundo será el punto de arranque, de cualquier manera viajo temprano en metro hasta la estación Sevilla y camino hacia el Ángel.

Me encuentro con un monumento vacío y tapiado. En una de las cercas cuelga una lona que dice: “El aborto es el primer feminicidio”, pero nadie en los alrededores atina a decirme desde cuándo está. Hoy ese mensaje no le importa a nadie. Suena tan rancio y ajeno a lo que en unas horas concentrará a más de 80 mil mujeres, que una mujer policía me dice: “Ni nos habíamos fijado en él”.

Sobre Reforma hay varios grupos de mujeres policías e intercambiamos algunas frases mientras esperamos que el chico de un carrito ambulante nos despache una buena dotación de gomitas azucaradas: están ahí para apoyar, me dicen; “siempre hay nerviosismo cuando van a una marcha”, “no caer en provocaciones, que nadie salga lastimado: ni ellas, ni nosotras”.

¿Ellas y nosotras? como si nuestras circunstancias fueran tan distintas.

 

En su reporte Ser mujer policía: breve estudio de las condiciones laborales de las mujeres policías en Estado de México y Nezahualcóyotl, Causa en Común detectó, tras realizar 300 encuestas y seis grupos de enfoque a mujeres policía, que:

  • Siete de cada diez sufrieron de violencia de género cuando estuvieron en la academia y cuatro de cada diez han sido víctimas o presenciado algún tipo de discriminación o acoso dentro de sus corporaciones.

  • 35% de las mujeres policías de diferentes corporaciones policiales del país fueron objeto de piropos ofensivos; 17% recibió mensajes, fotos o comentarios con insinuaciones y/o insultos; 14% conoce a compañeras que recibieron solicitudes o insinuaciones sexuales y un 10% indica conocer casos de mujeres que han recibido amenazas por negativas a mantener relaciones sexuales.

  • Solo el 17% denunció a sus agresores y, de estas, en la mitad de los casos se registraron sanciones consecuentes a las quejas.

  • A nivel nacional se detectó que cinco de cada diez mujeres consideran que hay discriminación dentro de las corporaciones, ya que solo 21% de ellas han recibido algún tipo de ascenso o promoción laboral.

 

Pasado el mediodía enfilo rumbo al punto de encuentro de la marcha. Atrás dejo un Ángel “en reconstrucción”, una reconstrucción que comenzó el 17 de agosto de 2019, el día después de la marcha #NoMeCuidanMeViolan. De esa fecha a enero de 2020, de acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, se han reportado 593 víctimas de feminicidio. Durante todos esos meses, el Ángel ha estado bien resguardado. Porque para ciertas cosas sí se procede con rapidez en el diagnóstico de las afectaciones y en las reparaciones

 

En el mismo lapso (agosto 2019 a enero 2020) también se reportaron:

 

Monumento a la Revolución

La complicada historia del Monumento a la Revolución es interesante no tanto por sus frustradas pretensiones palaciegas ni sus avatares revolucionarios, sino porque lo que hoy conocemos como el Monumento a la Revolución es en realidad la estructura del que hubiera sido el salón de los pasos perdidos del Palacio Legislativo. El salón de los pasos perdidos es un gran vestíbulo capaz de contener a un gran número de personas y distribuirlas a otras partes de un edificio. Y, como ha escrito Juan Manuel Heredia en una serie para Arquine, es una zona en donde los trayectos se entrecruzan y confunden antes de encontrar su destino. Pero “la expresión no significa mera confusión sino también el eventual encuentro de una dirección”.

Y eso justamente fue lo que hicimos miles y miles de mujeres que marchamos desde ese salón de los pasos perdidos hasta el Zócalo, entrecruzando nuestro enojo, nuestras expectativas, nuestras frustraciones y nuestra risas para exigir que las cosas cambien.

Ayer, durante el paro, leí decenas de crónicas que daban cuenta de la cantidad y diversidad de los contingentes de mujeres que marcharon. Las médicas, las científicas, las trabajadoras del hogar, las que luchan por un aborto legal y seguro, las sindicalizadas, las periodistas, las del museo, las de las universidades, las que combaten la precarización laboral. No importaba a dónde voltearas, había una chispa de empatía en cada mirada, en cada pancarta, en cada lema cantado.

Pero quizás el contingente que más hondo me caló fue el de las madres que marcharon con sus pequeñas hijas e hijos. Las pequeñas, imitando a sus madres, gritaban con tanta fuerza y convicción: “Nos queremos vivas”, “Ni una más”, “Queremos vivir”. Ahora lo hacían por imitación, porque todo el ambiente era catártico; estoy segura de que en unos años lo harán por convicción. Pero, ¿qué tenemos que empezar a hacer hoy para que esas niñas no tengan que gritarlo, como hoy lo gritamos todas, por necesidad?

 

El día después del paro

Ayer, durante buena parte del día, “paré” deambulando por la ciudad. Quería ver cómo era un día sin mujeres, pero pronto me di cuenta de que era un ejercicio ocioso. Porque la fuerza del paro, la imagen potente de nuestra ausencia no era para nosotras: era para ellos, para nuestros amigos, clientes, empleados, colaboradores y empleadores. Así es la vida diaria sin nosotras.

Hoy que volvemos, el reto es que ni la marcha ni el paro se queden en anécdota. Toca definir acciones, hojas de ruta y fijar compromisos. Y quizás un buen lugar para comenzar sean los lugares de los que ayer estuvimos ausentes: nuestros trabajos, escuelas, universidades. ¿Qué tiene que cambiar para que esos lugares sean (más) seguros y (más) equitativos con las mujeres?

También toca voltear a ver a las mujeres que no pudieron parar no porque no quisieran, sino porque cuidan niños, personas mayores y personas con enfermedades físicas y mentales y discapacidades; las que trabajan en la maquila, las que cocinan, limpian, lavan, reparan o buscan agua. Todas esas mujeres no tenían manera de parar.

 

“Los gobiernos de todo el mundo pueden y deben construir una economía humana que sea feminista y beneficie al 99%, no solo al 1%”. Ese es el mensaje del último reporte de Oxfam, Time to care: Unpaid and underpaid care work and the global inequality crisis

  • Todos los días, las mujeres y las niñas de todo el mundo trabajan gratis durante 12,500 millones de horas.
  • El trabajo de cuidado no remunerado de las mujeres tiene un valor monetario de 10.8 billones de dólares al año. Esto es tres veces el tamaño de la industria tecnológica mundial.
  • Todo este trabajo de cuidado no remunerado deja a las mujeres y niñas de más de 15 años empobrecidas e “incapaces de satisfacer sus necesidades básicas o de participar en actividades sociales y políticas”.
  • A nivel mundial, el 42% de las mujeres en edad laboral no pueden mantener un trabajo debido a sus responsabilidades de atención no remuneradas, en comparación con el 6% de los hombres.

 

Pero el paro de ayer era un acto simbólico. A partir de hoy, no pararemos.

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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