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El “Efecto Trump” es real. ¿Habrá “Efecto AMLO”?

El presidente López Obrador tiene al Congreso a su favor, a la oposición debilitada y una elevada popularidad. Por eso, es difícil entender qué profunda pulsión emocional lo lleva a usar el discurso para mantener encendido el enojo de sus seguidores.
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Es tan grande la influencia política, social y mediática de la presidencia de Estados Unidos que, si Donald Trump repite una y otra vez un mensaje negativo en contra de un grupo, tarde o temprano habrá personas que atentarán contra ese grupo. Se habló mucho de esta causalidad, llamada “Efecto Trump”, cuando dos ciudadanos blancos golpearon a un indigente mexicano en Boston y afirmaron que “Trump tiene razón, hay que deportarlos a todos”; también cuando los seguidores del presidente atacan a la prensa en sus mítines, como consecuencia de sus diatribas contra los medios.

Los ejemplos se acumulan y van subiendo en gravedad. Un artículo reciente publicado en el Washington Post afirma que “con su retórica descontrolada, el presidente ha promovido una atmósfera en la que los supremacistas se sienten motivados, justificados y envalentonados para actuar”. El autor cita el ataque de odio de hace unos días en una sinagoga en San Diego como el ejemplo más reciente del “Efecto Trump”, y afirma que el presidente “exacerba deliberadamente las tensiones raciales y religiosas para obtener ganancia política”.

Pero más allá de filias y fobias políticas ¿realmente existe el “Efecto Trump”? ¿Hay manera de demostrar una relación entre la violencia retórica del presidente y la violencia en la vida real? Los profesores Griffin Sims y Stephen Rushin encontraron que sí. Analizando evidencia estadística sobre los crímenes de odio cometidos en Estados Unidos, los académicos hallaron que “la llegada de Trump a la presidencia se asocia con uno de los más grandes incrementos en crímenes de odio que se tengan registrados, solamente superados por el pico de crímenes de odio que ocurrieron después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001”. No solo eso, sino que “al analizar los datos condado por condado, en aquellos lugares donde Trump ganó por los márgenes más amplios se reportan mayores incrementos en denuncias de crímenes de odio”.

En México, el presidente López Obrador dirige todos los días duros ataques verbales contra sus adversarios políticos. Y ha metido en ese saco a los medios de comunicación que critican o cuestionan sus decisiones. De hecho, con 62 ataques verbales a la prensa, nuestro presidente ha superado a Trump (45), Nicolás Maduro (33) y Jair Bolsonaro (22). Estos ataques han generado reacciones de enorme violencia verbal de parte de los seguidores de AMLO contra los periodistas que cubren sus conferencias de prensa cuando estos le hacen preguntas incisivas.

Peor aún, los ataques retóricos del presidente contra el diario Reforma han coincidido con amenazas anónimas reales contra el director editorial de ese medio. Esto obligó a la organización internacional Artículo 19 a emitir una alerta para exigir al presidente que cese sus ataques y proteja al diario, porque: “el discurso estigmatizante proferido por una de las autoridades de más relevancia del país tiene un impacto directo en cuanto a la protección o riesgo que puede generar hacia la labor de la prensa, pues él permea en el discurso del resto de la sociedad, e incluso llega a generar ataques.”

En suma, Artículo 19 considera que sí existe un potencial “Efecto AMLO” y con sensatez llama al presidente a dejar de abusar del poder del podio, antes de que ocurra algo que podría manchar irremediablemente su sexenio. Y es que hay que preguntarse ¿qué pasaría si alguien realmente atentara contra algún reportero, articulista o directivo de Reforma? ¿Qué justificación daría el presidente? ¿Diría “no soy yo, es la gente”? ¿Sus voceros seguirían diciendo irresponsablemente que Reforma es “un órgano de difusión opositor”? ¿Cómo reaccionaría la comunidad internacional?

A diferencia de Trump y Bolsonaro, el presidente López Obrador tiene al Congreso a su favor, a la oposición debilitada y una elevada popularidad. Por eso, es difícil entender qué profunda pulsión emocional lo lleva a usar a diario el discurso para mantener encendida la llama del enojo de sus seguidores. Ojalá que quienes lo rodean puedan ayudarlo a redirigir toda esa voluntad y energía a las tareas de gobierno. Bien dijo La Rochefocauld: “cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos”.

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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