Foto: wikimedia commons

Al borde del “Infoapocalipsis”

“Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se vuelve” escribió ya en el siglo XVI Martin Lutero.
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De la invasión a la privacidad de las personas en nombre de la seguridad nacional, a la manipulación de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Brasil, Francia y en otros países, a la utilización del Twitter como arma política para desprestigiar a opositores, a la comercialización salvaje de tus datos personales en plataformas como Facebook, nos encaminamos inexorablemente al “infoapocalipsis”.

El continuo desarrollo de los medios sociales así como los avances en la tecnología y en la inteligencia artificial han hecho posible crear informaciones, videos y audios que podrían tener consecuencias peligrosas como por ejemplo, el anuncio falso de un ataque nuclear, la manipulación política de una elección o el desprestigio moral de una persona. Los medios sociales como Twitter, Facebook, Youtube han creado un caldo de cultivo explosivo facilitando la diseminación de informaciones que distorsionan la realidad y que ponen en peligro la viabilidad de los sistemas democráticos.

El problema no es nuevo, ya en el siglo XVI, Martín Lutero nos había prevenido que “una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se vuelve”. Lo nuevo es la amplitud y el alcance global de los mensajes en los medios sociales y lo terrible es que la corrupción del discurso digital público en la Red posibilita la difusión masiva de noticias falsas, la presentación de hechos alternativos y la divulgación masiva de los discursos de odio. El hecho irrefutable es que la tecnología está minando el edificio del conocimiento

Expertos en medios sociales como el profesor Rosental Alves, director del Centro Knight para el Periodismo en las Américas en la Universidad de Texas en Austin, están alarmados. “El clima creciente de preocupaciones legales, éticas, filosófica, políticas y hasta de salud, por los efectos negativos de la revolución digital está conduciendo al mundo a un punto de inflexión que llevará a un ajuste de curso”, me dice Alves.

Y es precisamente en Brasil, el país donde Alves nació, donde la inquietud por la proliferación de noticias falsas en la víspera de una importante y complicada elección ha propiciado que magistrado de la Corte Suprema Luiz Fux, responsable del tribunal electoral, haya planteado formar un grupo que incluiría a los servicios de inteligencia, las fuerzas armadas, medios y a los directivos de plataformas de medios sociales para desarrollar una estrategia que impida la diseminación de informaciones falsas. La libertad de expresión, ha dicho Fux, no puede estar por encima de un resultado electoral ilegítimo y dada la alternativa, el principio democrático es más importante que la libertad de expresión.

En Brasil, la actividad de los usuarios en plataformas digitales como Facebook es descomunal. Hay más de 130 millones de usuarios de Facebook de una población de 208 millones, y más de 100 millones de usuarios de WhatApp. Cifras estratosféricas solo superadas en Estados Unidos e India. Y es precisamente por su popularidad que hasta ahora la ley otorga a los usuarios de internet sólidas protecciones a su privacidad y a la libertad de expresión.

Por otro lado, la formidable y bien ganada desconfianza que los brasileños sienten hacia los políticos da pie a la creación de complicadas teorías sobre imaginadas conspiraciones que generalmente se desahogan en los medios sociales. Y si a esto le agregamos la tremenda polarización política del país, que muchos observadores juzgan es mayor que la que existe en Estados Unidos, la confusión que una bien orquestada campaña de desinformación puede crear es brutal.

En la elección presidencial de 2014, por ejemplo, la campaña de desinformación contra la candidata ambientalista Marina Silva fue despiadada. Sus enemigos, presumiblemente operadores cibernéticos pagados por los directivos de las empresas que talan la selva amazónica, le acusaron de todo desde defraudar a los pobres hasta fomentar el odio contra los católicos para favorecer su religión evangélica. Y si bien Silva sufrió incontables ataques de manipulación informativa, el premio mayor se lo llevó el candidato de mayor popularidad en el país, Luiz Inacio Lula da Silva.

Quizá por estas razones la oposición a la campaña para contrarrestar los efectos de la manipulación mediática emprendida por el Juez Fux no es vista con malos ojos por muchos en Brasil aunque todos están conscientes de las enormes complicaciones técnicas, legales y éticas que el proyecto enfrenta y del poco tiempo que tendrían para promulgar la ley antes de las elecciones. |

En Estados Unidos, donde la intervención rusa en las elecciones presidenciales de 2016 ha quedado plenamente demostrada, la intervención del gobierno en el asunto presenta complicaciones que parecen insalvables. La Primera Enmienda de la Constitución, que consagra la libertad de expresión, establece que las ideas falsas no existen y que por más perniciosa que parezca una opinión, su corrección depende de la competencia con otras ideas, no de un juez o de un jurado. Un argumento que a priori deja claro que no será el gobierno, en cualquiera de sus ramas, quien sancione a quien divulgue noticias falsas.

Alves piensa que el ajuste debería empezar por la regulación de las empresas de tecnología y señala que fue la neutralidad de estas empresas la que permitió la interferencia rusa en la elección presidencial estadounidense de 2016. Un posible problema con este enfoque sería que el Estado dejaría en manos de empresas privadas la responsabilidad de decidir si un contenido es legal o ilegal y les exigiría que fueran ellas quienes se encarguen de hacer cumplir la ley.           

Y por si no bastara este argumento, los defensores de la libertad de expresión nos recuerdan que en países con regímenes totalitarios como China, Cuba, Rusia o Corea del Norte, el único proveedor de noticias falsas autorizado es el propio gobierno. Una ironía de enorme resonancia en Estados Unidos donde el mayor generador de noticias falsas es el presidente Donald Trump y donde parecería improbable que el Congreso dominado por el Partido Republicano se atreviera a censurar su cuenta de Twitter.

 

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Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.


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